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VISITA PASTORAL A SIENA

DESPEDIDA DE SIENA

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
EN LA BASÍLICA DE SANTO DOMINGO

Domingo 14 de septiembre de 1980

 

Hermanos y hermanas queridísimos:

Ya casi al final de esta espléndida jornada, durante la cual he querido ser peregrino en la ciudad natal de Santa Catalina, Doctora de la Iglesia y Patrona de Italia, con ocasión del VI centenario de su muerte, me encuentro con los padres predicadores, con los "Caterinati" y con los fieles de Siena, en esta imponente y sugestiva iglesia, íntimamente vinculada a algunas etapas fundamentales de la extraordinaria vida de la Santa: aquí ella, a los 16 años, después de haber superado tantas dificultades, recibió el hábito dominicano "de color blanco y negro —como narra su confesor, el Beato Raimundo de Capua— de manera que la blancura correspondiese a la inocencia y el negro a la humildad" (Legenda maior, I, VII); aquí ella tuvo singulares experiencias interiores; aquí encontró dos veces a Jesús bajo los harapos de un pobre mendigo; en este templo, además, se conserva el fresco pintado por Andrea Vanni, contemporáneo de la Santa; aquí, en el precioso tabernáculo marmóreo de Giovanni di Stefano, se custodia la reliquia insigne de la cabeza de Santa Catalina.

Y desde esta antigua y venerada iglesia la gran Santa de Siena continúa dirigiendo a sus conciudadanos, a Italia, a la Iglesia y al mundo su ardiente mensaje, ese mensaje que ella, en un cuerpo frágil y en una vida breve, supo difundir, durante su agitado tiempo, atravesado por profundas crisis religiosas y sociales. El mensaje fundamental de Catalina se puede sintetizar en los grandes ideales que animaron e inspiraron su incansable actividad.

Ella nos proclama, también hoy, que nuestro primer ideal debe ser Cristo, Hombre-Dios. Debemos creer en El, esperar en El, amarle a El, Redentor y Liberador del hombre, centro de la historia, manifestación del amor del Padre; creer, esperar, amar a Cristo, que nos amó hasta el extremo: "¿Quién ha tenido sujeto, crucificado y enclavado en la cruz a Jesús?..., no los clavos ni la cruz..., sino el lazo del amor, del amor del Padre y salvación nuestra" (Carta 256).

Y junto a Cristo, Catalina encuentra siempre a la Madre, María, la Virgen Santísima, a la que se dirige continuamente con filial confianza y con acentos de encendido lirismo y de singular profundidad teológica: Catalina de Siena llama a María templo de la Trinidad, portadora del fuego, ofrecedora de misericordia, germinadora del fruto (Jesús), siempre compasiva para la generación humana, mar pacífico, donadora de paz, tierra fructífera (cf. Orac. XI). Siena, la ciudad de María, y todos los fieles están siempre en sintonía perfecta con los ejemplos de Catalina, al venerar y honrar dignamente a la Reina del cielo y de la tierra.

Pero Catalina también nos estimula y nos exhorta a amar continuamente a la Iglesia, Esposa de Cristo, a trabajar por su crecimiento y edificación, aun en medio de las dificultades, que cada cristiano experimenta o sufre por la propia fe: "Os invito... a afanaros virilmente —nos dice Catalina— ...por la dulce Esposa de Cristo. Esta es la más dulce fatiga y de mayor utilidad, que ninguna otra fatiga del mundo. Esta es una fatiga que, perdiendo, vencéis, esto es, perdiendo la vida corporal, tenéis la vida eterna" (Caria 191). Cuando estaba para morir, a los 33 años, Catalina podía decir a sus seguidores, los "Caterinati" de entonces, estas conmovedoras palabras, que harían honor a los cristianos de hoy: "Tened por seguro, hijos queridísimos, que yo he dado la vida por la Santa Iglesia" (Legenda maior, III, IV).

El amor a Dios, a Cristo, a María, a la Iglesia se concretó para Catalina en un tiernísimo y activo amor hacia los demás, especialmente hacia aquellos que se hallaban en la pobreza espiritual o material: es conocida su dedicación a los enfermos, a los leprosos, y en particular a los afectados por la peste de 1374. De este modo ella manifestaba claramente que el verdadero amor a Dios, para el cristiano auténtico, se expresa en el amor al hermano: "Siempre es conveniente que nuestras almas coman y saboreen las almas de nuestros hermanos. Y con ningún otro alimento debemos deleitarnos jamás; ayudándolas siempre con toda solicitud, deleitándonos en recibir penas y tribulaciones por su amor" (Carta 147).

Después de seis siglos, la figura, la obra y la enseñanza de Catalina de Siena, resultan vivas, actuales, fascinantes. Y mi peregrinación a esta ciudad estupenda, este encuentro con vosotros, en esta iglesia que la vio niña, pequeña, muchacha, joven madura, crecer y correr por el camino de la santidad, ha querido ser una invitación a estudiar y profundizar cada vez más en la vida y en la doctrina de esta mujer extraordinaria y Santa singular, que Dios ha dado no sólo a la Iglesia de la segunda mitad del siglo XIV, sino a la Iglesia peregrina de hoy y de mañana, que en Catalina admira y podrá admirar siempre tanto la obra misteriosa de la gracia de Dios, como la plena disponibilidad de la criatura a hacerse instrumento dócil en las manos amorosas de la Providencia, para sus inescrutables designios.

¡Santa Catalina de Siena, ruega por la humanidad, ruega por la Iglesia, ruega por Italia, ruega por Siena, ruega por nosotros!

Amén.

 



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