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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A UN GRUPO DE RECTORES DE SANTUARIOS DE FRANCIA,
BÉLGICA Y PORTUGAL


Jueves 22 de enero de 1981

 

Queridos amigos:

Al recibiros esta mañana con gozo particular, no puedo por menos de soñar en las multitudes que acuden a lo largo del año a los santuarios que custodiáis y animáis. Por tal motivo doy a este breve encuentro una importancia que se une al placer del contacto personal con vosotros. Permitidme que salude especialmente a vuestro guía, el obispo de Laval, tan cuidadoso de la irradiación del santuario de Nuestra Señora de Pontmain.

Vuestros estudios personales y vuestras reuniones de rectores os han revelado que las peregrinaciones son nota constante en la historia de las religiones. El cristianismo ha asimilado también esta práctica hondamente anclada en la mentalidad popular y que responde a la necesidad de encontrar un espacio donde lo divino se haya manifestado. Sería muy interesante escribir una historia de las peregrinaciones cristianas a partir de las primerisimas que tuvieron por meta Jerusalén y los Santos Lugares, hasta las de nuestra época que se desarrollan en Roma, Asís, Lourdes, Fátima, Guadalupe, Czestochowa, Knock, Lisieux, Compostela. Altotting y tantos otros lugares.

Rectores de santuarios de Francia: Al igual que vuestros compañeros de otras naciones, sois los herederos y administradores de un patrimonio religioso considerable, cuyo impacto en la vida del pueblo cristiano y en muchas personas detenidas en las fronteras de la fe, parece hallarse en plena recuperación actualmente. Tenéis viva conciencia de ello. Y de esto podéis hacer partícipes a muchos otros. Sólo quisiera en estos momentos afianzar vuestras convicciones sobre algunos puntos esenciales de vuestro ministerio particular.

Siempre y en todas partes los santuarios cristianos han sido o han querido ser signos de Dios, de su irrupción en la historia humana. Cada uno de ellos es un memorial del misterio de la Encarnación y la redención. ¿No es vuestro poeta Péguy quien decía en su estilo original que la Encarnación es la única historia interesante de entre todas las acaecidas? Es la historia del amor de Dios a cada hombre y a la humanidad entera (cf. Redemptor hominis, 13). Y si muchos santuarios románicos, góticos y modernos están dedicados a Nuestra Señora, es porque la humilde Virgen de Nazaret ha concebido por obra del Espíritu Santo al mismo Hijo de Dios, salvador universal; y porque su papel consiste en presentar a Cristo "rico en misericordia" a las generaciones que se suceden. En nuestro tiempo, que está experimentando en grados diversos la tentación de la secularización, es importante que los altos lugares espirituales construidos a lo largo de los tiempos y frecuentemente por iniciativa de santos, sigan hablando al-espíritu y al corazón de los hombres creyentes y no creyentes que sienten la asfixia de esta sociedad cerrada en sí misma y desesperada a veces. ¿Será un sueño desear ardientemente que los santuarios más frecuentados sean o vuelvan a ser como otras tantas casas de familia donde cada uno de los que pasen o se detengan vuelvan a encontrar el significado de su existencia, el gusto de la vida, por haber hecho una cierta experiencia de la presencia y el amor de Dios? La vocación tradicional y siempre actual de todo santuario es la de ser como una antena permanente de la Buena Noticia de la salvación.

Una condición para la irradiación evangélica de los santuarios es que sean muy acogedores. Y en primer lugar, acogedores en sí. Sea la que fuere su antigüedad y estilo, su riqueza artística o su sencillez, cada uno debe afirmar su personalidad original evitando tanto la acumulación indiscriminada de objetos religiosos. como su arrinconamiento sistemático. Los santuarios se han hecho para Dios, pero también para el pueblo, que tiene derecho a que se respete su sensibilidad. si bien sea necesario educarle pacientemente el gusto. El orden perfecto y la belleza auténtica de la basílica más famosa o de la capilla más modesta, son ya de por sí una catequesis que contribuye a abrir el espíritu y el corazón de los peregrinos o a enfriarlos, por desgracia. Pero si las piedras y los objetos tienen su lenguaje y su parte de influencia en los seres, ¿qué decir de los equipos pastorales entregados a la animación de los santuarios? Vuestra tarea, amigos míos, puede ser determinante, sin dejar de contar con el misterio de la gracia de Dios. Ya se trate de recibir a grupos anunciados y organizados, o bien a visitantes anónimos y aislados —que acuden a suplicar con ansiedad una gracia o a agradecerla—; ya se trate de ayudar a que todo vaya bien en las peregrinaciones preparadas por otros sacerdotes y sus ayudantes, o de mantener los ejercicios de culto propios del santuario de que sois responsables; o bien se trate de velar por el recogimiento de los lugares o de explicar su historia a los visitantes, o también de proponer un momento de oración o aceptar el diálogo solicitado por ciertos peregrinos; en todos estos casos cada miembro del equipo debe dar muestras de amabilidad y paciencia, competencia y perspicacia, celo y discreción; y sobre todo debe hacer transparentar humildemente su fe, debe ser testigo del Invisible. Vuestro privilegiado ministerio es muy exigente. En cierto sentido está en cuestión la apertura de las almas a Dios, su conversión; y para los que están simplemente a la búsqueda, está en cuestión su primer paso hacia la luz y el amor del Señor.

Todos estos esfuerzos de acogida y de encargaros de niños, estudiantes, personas de la tercera edad, enfermos y minusválidos, grupos socio-profesionales muy diferentes, cristianos fervorosos y cristianos en dificultad, todos estos esfuerzos deben converger en una meta única: ¡evangelizar! Mi grande y querido predecesor Pablo VI tuvo cuidado de recordar clara y netamente en la Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi el contenido esencial y los elementos secundarios de la evangelización (cf. núms. 25-39). Que cada santuario siga sacando de aquí sus orientaciones. ¡Una pastoral. cristocéntrica! Sí, ayudad a los cristianos a llegar de verdad a Cristo, a unirse a El, a comprender "las relaciones concretas y permanentes existentes entre el Evangelio y lá vida personal y social del hombre" (Evangelii nuntiandi, 29).

Ayudad a los creyentes mediocres a volver a Aquel que se presenta como "el camino, la verdad y la vida" (Jn 14, 6). Ayudad a los peregrinos a inserirse mejor en la tradición viva de la Iglesia, hecha siempre de fidelidad a la fe y adaptación pastoral ya desde los tiempos de los Hechos de los Apóstoles y hasta el Concilio Vaticano II. Mirad también si no sería posible organizar, al menos de vez en cuando, conferencias espirituales y doctrinales juiciosamente adaptadas a los diferentes auditorios de peregrinos. Muchas enseñanzas importantes del Magisterio quedan prácticamente ignoradas o captadas confusamente.

Y por encima de todo, que la vida entera de los santuarios favorezca lo más posible la oración personal y comunitaria, el gozo y el recogimiento, la escucha y meditación de la Palabra de Dios, la auténtica celebración de la Eucaristía y la recepción personal del sacramento de la Reconciliación, la fraternidad entre personas que se encuentran por primera vez, la preocupación por ayudar con sus ofrendas a las regiones pobres y a las Iglesias pobres, la participación en la vida de la parroquia y de la diócesis.

Que la Virgen María, honrada siempre en los santuarios vuestros que le están dedicados, haga fructificar vuestro importante trabajo pastoral y ayude a los peregrinos a entrar en la voluntad del Señor. Y yo, recordando con gran cariño las muchas peregrinaciones que se me ha concedido realizar o presidir, os doy mi bendición afectuosa.

 



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