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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A UNA DELEGACIÓN DEL VALLE DEL BÉLICE, ITALIA


Jueves 22 de enero de 1981

 

1. Con ánimo conmovido y grato acojo esta mañana en audiencia especial a vuestra delegación, hermanos e hijos carísimos del Valle del Bélice, victimas del desastroso terremoto de 1968. Saludo con fraternal afecto al obispo de Mazara del Vallo, mons. Costantino Trapani, y al obispo de Agrigento, mons. Luigi Bommarito, en cuyas diócesis se hallan las zonas donde el sismo produjo los mayores daños.

Saludo también a los párrocos y a los alcaldes de los ayuntamientos que el terremoto destruyó parcial o totalmente; y con ellos saludo también al grupo de ciudadanos que se han congregado aquí para representar a toda la población de aquella querida tierra, tan azotada. Deseo expresar a todos mi aprecio por este gesto cordial, en el que quiero ver un elocuente testimonio de fe en Cristo Señor y de adhesión a la Iglesia que El fundó sobre la roca de Pedro.

Esta presencia me es aún más grata al saber que con ella vosotros queréis manifestar vuestro siempre atento reconocimiento por el interés efectivo que demostró hacia vosotros mi predecesor Pablo VI, de venerada memoria, cuya solícita intervención, desde las primeras horas de aquellos terribles días, ha dejado un rastro indeleble en vuestros corazones.

2. El regalo que me habéis traído es particularmente significativo: un Cristo construido con hilos de cobre. Me parece poder leer en él como un símbolo de vuestra situación y, si me lo permitís, también de la de las poblaciones de Basilicata y Campania, perturbadas por el reciente y desastroso sismo.

Las dimensiones de la desgracia que se cernió sobre vosotros han sido grandes: 231 muertos, 623 heridos, pueblos enteros destruidos. Y después de aquella terrible noche de mediados de enero de 1968, ¡cuántas tribulaciones y cuántos sacrificios!: Primero, el abrigo de urgencia bajo las tiendas para hacer frente a la primera emergencia; luego, las casetas destinadas a asegurar un alojamiento provisional en espera de que se pudieran construir las casas. Desgraciadamente, la situación provisional dura todavía, con desventajas y complicaciones fácilmente imaginables.

Al expresar el augurio de que de la dedicación de las autoridades competentes y de la correspondencia responsable de los ciudadanos pueda surgir un impulso decisivo para la solución satisfactoria de los antiguos problemas, quiero recordar aquí que nuestra fe nos anuncia que, tras los sufrimientos atormentadores de la pasión. Cristo resucita glorioso en su Pascua eterna.

3. Y entonces yo auguro que las generosas poblaciones del Valle del Bélice puedan "resucitar" de la triste condición en que las arrojó el sismo de 1968. La palabra de orden que debe guiaros es "reconstruir" para vosotros, para vuestros hijos, para las generaciones futuras.

De todas formas, quisiera subrayar que una auténtica reconstrucción no puede por menos que empezar de la promoción de esos valores religiosos y morales que vuestros antepasados os han dejado en herencia. Una comunidad humana no se forma sólo sobre la base de factores materiales, como la casa, las posesiones, el territorio. Ella se recoge, se amalgama, se estructura en un pueblo con sus señas características gracias a la asimilación compartida de convicciones, principios, normas de comportamiento, que constituyen su substrato humano más profundo y su patrimonio espiritual duradero.

Vosotros sabéis muy bien cuáles han sido los valores en los que vuestros padres han inspirado su existencia: ellos fundaron su vida privada y comunitaria sobre los valores perennes del Evangelio. Desde luego, nadie pretende pintar el pasado con tintas exclusivamente luminosas. También entonces hubo sombras. Sin embargo, no se puede poner en duda el papel fundamental desarrollado por la fe en orientar, sostener y estimular hacia sentimientos nobles y grandes a las generaciones que, a lo largo de los siglos, han vivido en las tierras que vosotros amáis tan intensamente.

Estad, pues, orgullosos de vuestras tradiciones cristianas y sentid en vosotros mismos el compromiso de estar a la altura de los ejemplos de religiosidad, de amor a la familia, de honradez, de altruismo, que os han dejado vuestros antepasados. De esa manera estableceréis los presupuestos más válidos y seguros para ese renacimiento del Valle del Bélice que, junto con vosotros, yo también deseo de corazón.

Para confirmar estos sentimientos de buen grado os concedo a vosotros, a vuestros familiares y a las queridas poblaciones que aquí representáis, mi bendición apostólica, propiciadora de todo deseado don celestial.

 



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