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VISITA PASTORAL A TERNI

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LAS AUTORIDADES Y AL PUEBLO DE TERNI


Jueves 19 de marzo de 1981

 

Señor ministro,
señor alcalde:

1. Me siento muy feliz al encontrarme aquí hoy, solemnidad de San José, el cual —como es sabido— es Patrono de la Iglesia universal y Protector de los trabajadores; de encontrarme —digo— en esta laboriosa ciudad de Terni que, vigilada por la mole antigua de la catedral, y caracterizada por las enormes estructuras de los Altos Hornos, se distingue, además de por sus profundas tradiciones cristianas, por su vibrante actividad industrial, social y económica.

Me ha causado verdadero placer admirar, desde el helicóptero, al llegar esta mañana, el escenario amplio y atractivo de esta región de Umbría, rica en verdor y en agua; pero no olvido que es rica también y sobre todo en numerosos y grandes santos, y conocida por la genuina espontaneidad de sus habitantes, templados en el carácter por las costumbres del duro trabajo y, a la vez, dotados de sentimientos nobles, gentiles y generosos.

Doy las gracias cordialmente al señor ministro y al señor alcalde por las corteses palabras con las que ahora, al hacerse intérpretes de los sentimientos comunes de todos los ciudadanos y de cuantos han venido de los pueblos limítrofes, han querido acogerme entre esta población realmente admirable por la decidida voluntad y por la fuerza de ánimo, con las que han sabido resurgir y levantarse de nuevo de las desastrosas ruinas que causaron los repetidos bombardeos durante la segunda guerra mundial. Igualmente expreso sincera gratitud a todas las autoridades por haber querido conferir una nota solemne a este encuentro con su presencia. Dirijo un pensamiento especial a nuestros queridos hermanos y hermanas de Castelnuovo di Conza, tan duramente probados, por el terremoto del pasado noviembre, y a quienes hoy representa aquí un grupo de trabajadores por iniciativa de esta hospitalaria y solidaria ciudad. No puedo menos de manifestar mi aprecio a todos los que han prestado su trabajo para la preparación de esta visita, con una colaboración tan espontánea y gustosa que es señal distintiva de concordia y de paz: valores éstos estimados, desde siempre, como indispensables por las personas verdaderamente solicitas del auténtico bien común y del verdadero progreso, porque, como afirmaba" ya un ilustre hijo de esta tierra, el historiador Cornelio Tácito: "En las discordias es grande la fuerza del malvado, mientras que la paz y la tranquilidad requieren la virtud" (Tácito, Historias, IV, 1).

2. Por lo cual, deseo que esta cooperación haga madurar nuevos frutos de bien espiritual y social, y asegure a la población una prosperidad mayor: de este modo, la Iglesia podrá extenderse cada vez más con múltiples iniciativas, no sólo de culto y apostolado, sino también de obras de caridad benéfica y de solidaridad humana; y, al mismo tiempo, la ciudad desarrollará cada vez más el interés, que le es propio, en el campo del recto ordenamiento civil, social y económico, promoviendo, en particular, la dignidad del hombre y la seguridad de su trabajo, hoy más necesarias que nunca por la delicada y crítica situación en que han venido a encontrarse los sectores en los que se encuadran los principales complejos industriales metalúrgicos, metalmecánicos y químicos, y por las graves consecuencias que de ello se derivan para cuantos buscan un puesto de trabajo, sobre todo para los jóvenes que aspiran a su primer empleo. La fecunda conjunción entre los compromisos humanos y cristianos, lejos de oponerse, aporta ventajas incalculables para el bien de los individuos y de la sociedad.

3. Finalidad principal de esta visita, que se desarrolla en el día de San José y en el marco del 90 aniversario de la Encíclica Rerum novarum, en la que mi predecesor el Papa León XIII afrontó con claridad profética la cuestión obrera, es la de traer una palabra de estímulo a todos los trabajadores. Dentro de poco visitaré en sus respectivos puestos de trabajo a los obreros del Complejo Siderúrgico y les expresaré mi solidaridad, mi amistad y mi aprecio, ya que he compartido personalmente, durante algunos años, sus duras condiciones de vida. Deseo también escuchar su voz, que me resulta particularmente querida, y mi pensamiento se dirigirá a todos los obreros del mundo, en particular a los que trabajan en condiciones inseguras o no están adecuadamente retribuidos, con la convicción común de que la solución de muchos de sus problemas depende de la comprensión y de la solidaridad de todos los hombres de todos los países. Deseo hoy tributar honor a los trabajadores que hallan en el Artesano de Nazaret un modelo ejemplar de compromiso generoso, de lealtad a toda prueba y de responsabilidad profesional, y dar expresión a la defensa de sus legítimas aspiraciones, entre las cuales está la justa participación en el progreso económico y civil en una equitativa distribución de los beneficios que se derivan del trabajo común, y en una inteligencia armónica que debe reinar entre los hijos de una misma comunidad.

¡Que el despertar de esta conciencia infunda nueva energía a la fatigosa actividad humana, y que la Providencia no permita que falte el pan a quien bien lo ha merecido con el trabajo!

Con estos sentimientos invoco sobre todos la continua protección de Dios Omnipotente y la de vuestros celestiales Patronos, mientras, haciendo votos por toda prosperidad material y espiritual, imparto de corazón mi bendición.

 



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