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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS MIEMBROS DEL CONGRESO
DEL «PANATHLON INTERNATIONAL»


Jueves 26 de marzo de 1981

 

Queridos señores:

Me alegra dirigir mi más cordial bienvenida a todos vosotros, reunidos en Roma para la asamblea cuadrienal del "Panathlon International", y para ofrecer el premio "Antorcha de Oro" a personalidades que se han destacado en el campo del deporte.

Quiero daros las gracias por vuestra grata presencia, por el significativo homenaje, y también por la oportunidad de decir una palabra en favor de los valores morales y éticos del deporte, que están entre los que forman la base de una convivencia civil ordenada.

La función educativa del deporte está particularmente presente entre vosotros. Este, en efecto, más allá de su expresión agonística, trae consigo, como substrato ideal, la exaltación de auténticas virtudes humanas, como la lealtad, la generosidad y la creatividad, que se entrelazan armoniosamente con el espíritu de sacrificio, con el dominio de sí mismos, con la templanza, en vista de una formación completa de la persona, abierta así a los más amplios horizontes de la trascendencia y de la fe.

Vuestra Asociación concentra su atención y sus propósitos sobre tales contenidos morales; quiere alimentar en sus socios esta perspectiva. Complaciéndome sinceramente, espero que esta Asociación dirija siempre su esfuerzo sobre todo a iluminar la pureza de las motivaciones ideales del deporte, y a favorecer, con acción clarividente, los vínculos de fraternidad entre individuos, grupos y naciones, en sintonía con el elocuente lema elegido: "Ludis iungit".

Esta noble tarea no puede por menos de ser alentada, sobre todo hoy, cuando es necesario y urgente, en vista de un saneamiento profundo de la sociedad, encaminar a las jóvenes generaciones hacia formas concretas y vividas de compromiso cualificante y formativo, entre las cuales está el deporte.

Subrayo por tanto mi aprecio y aliento por las finalidades que tiene vuestra institución. Al renovaros la expresión de mi gratitud, elevo al Señor,"nuestra salvación y roca de defensa" (Sal 62 [61], 3), mi oración, para que os sean concedidos en abundancia los dones de su asistencia durante vuestro camino, que acompaño con mi bendición apostólica, extensiva a todos vuestros seres queridos.

 



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