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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL PRIMER EMBAJADOR DE LA SOBERANA ORDEN DE MALTA
ANTE LA SANTA SEDE*

Sábado 26 de marzo de 1983

 

Señor Embajador:

Me complazco en recibirle en calidad ya de Embajador. Tengo en gran aprecio su idea de recordar el espíritu, tradiciones y tareas actuales de la Soberana Orden de Malta. El interés de ustedes por acercarse a los hombres que sufren, y hacer de buen samaritano, es un ideal que merece en grado sumo el respeto y admiración de nuestros contemporáneos y, en todo caso, les atrae el afecto muy especial de la Santa Sede.

El clima que usted encuentra aquí y el cargo que está asumiendo, son realidades quizá familiares para usted, puesto que desde hace cuatro años usted era Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario al frente de la Delegación de su Orden. Pero la elevación de esta Delegación al rango de Embajada confiere nueva dimensión a su función y da mayor importancia a las relaciones diplomáticas entre la Santa Sede y la Orden. De hecho, la Orden de Malta se diferencia netamente y por varios títulos de los Estados aquí representados en el Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede. Siendo soberana y reconocida como tal por el Derecho Internacional, posee cierta universalidad al hallarse establecida con sus Prioratos y Asociaciones en muchos y muy distintos países. Entraña un compromiso religioso o laico, es de tradición caballeresca y militar y está netamente volcada hoy al socorro de enfermos y pobres. ¿Acaso los miembros de esta Orden independiente no alimentan en la Iglesia Católica la motivación de sus servicios? Por tanto, en esta Casa se le recibe con cariño especial.

La original intuición de su fundador, el bienaventurado Gérard, que hace casi 900 años quiso socorrer y atender a los peregrinos pobres de la hospedería de San Juan de Jerusalén, hoy se ve confirmada plenamente en todos los continentes. Las necesidades de la cristiandad de las Cruzadas añadieron muy pronto a este servicio de acogida, el papel de defensa de tipo militar, que ha dejado un gran recuerdo en la historia, y las islas de Roda y Malta fueron sucesivamente la sede hasta el punto de darle el nombre. Pero la evolución que usted mismo ha mencionado les orientó y como especializó, después, desde hace tiempo, en obras únicamente caritativas.

Pero puede decirse que ahora se trata también de una gran batalla, de una noble lucha, contra las calamidades de los enfermos, leprosos, heridos de guerra o de catástrofes naturales, refugiados, huérfanos y pobres de toda clase. Y no sólo se hacen cargo sus instituciones de estos servicios en hospitales, clínicas, dispensarios, ambulatorios y centros infantiles, sino que ustedes quieren lanzar en el mundo un impulso de caridad hacia el que muchos hombres de buena voluntad, jóvenes sobre todo, son sensibles. Sé que desempeñan esta misión con medios muy modernos, como yo mismo pude constatar personalmente; se proponen prestar un servicio cualificado a la altura del mayor progreso que la Providencia nos permite, sobre todo en sus Escuelas de Medicina y Cirugía y en sus centros de investigación.

Les felicito por ello, pero sobre todo deseo hacer hincapié en el espíritu que anima esta obra humanitaria. Es su espíritu caballeresco, siguiendo la línea de su gran tradición, que cifra la nobleza en hacer frente con valentía a las miserias y tener actitud de servicio, y ello requiere sencillez y humildad. Es espíritu cristiano que quiere inspirarse en el Evangelio y enseñanzas de la Iglesia y cuyo emblema es la cruz típica de Malta. Incluso podríamos decir que es espíritu religioso, ya que cierto número de caballeros hacen votos o promesas que se entroncan con los votos monásticos, y en todos la oración, vida de fe y espíritu de las bienaventuranzas deben correr parejos con el compromiso caritativo.

Claro está que ante el número inmenso de calamidades actuales, por ejemplo, personas que padecen hambre y refugiados, su actuación tiene un impacto limitado. Deben seguir abiertos a las desgracias nuevas y a los reclamos de hoy, para acudir a los males más urgentes. Pero lo que más importa es el ejemplo, el impulso que dan en un mundo encerrado muchas veces en su egoísmo o en afanes secundarios; y lo que cuidan es la cualificación de quienes prestan los cuidados.

En los caminos humanitarios que ustedes recorren, incrementan ciertamente la acción de múltiples instituciones católicas y la obra de la misma Santa Sede, ya se trate de actividades diplomáticas, actuación de Cor Unum; en el terreno caritativo y sanitario, o de la participación de la Santa Sede en empresas de Organismos internacionales enderezados a mejorar las condiciones de vida, o a defender los Derechos del hombre. Las relaciones que ahora se encuadran en el marco de Embajada reforzarán estos vínculos mutuos que el hecho de ejercer actividades humanitarias convergentes y con un mismo espíritu que se recibe del corazón de la Iglesia, mueve a anudar más estrechamente.

Formulo ardientes votos para que estas relaciones den todos sus frutos. Mis deseos se dirigen también a su persona y familia, a Su Alteza Serenísima el Príncipe y Gran Maestre Fra Angelo de Mojana di Cologna, que le ha acreditado como Embajador aquí, al conjunto de Caballeros y Damas de la Soberana Orden Militar y Hospitalaria de San Juan de Jerusalén, a sus familias y a cuantos colaboran con ustedes, especialmente a los capellanes. Para todos y cada uno y para las obras de la Orden y la Orden misma, a fin de que brille cada vez más cual alto lugar de paz, diálogo y caridad, abundantes bendiciones de Nuestro Señor y la protección de Nuestra Señora.


*L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española, n. 21, p.8.

 



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