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DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II
AL NUEVO EMBAJADOR DE COSTA RICA ANTE LA SANTA SEDE*

Lunes 30 de diciembre de 1985

 

Señor Embajador,

Sea bienvenido Vuestra Excelencia que, al presentar hoy las Cartas Credenciales, da comienzo a su misión de Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de Costa Rica ante la Santa Sede.

Gracias por sus cordiales expresiones de reconocimiento y devoción a esta Sede Apostólica, pues a través de ellas me es dado comprobar también la cercanía humana y religiosa de todo un nobilísimo Pueblo, Costa Rica. Su trayectoria actual, al igual que en el pasado, sigue sin duda beneficiándose de un patrimonio cultural y moral, de una comunión en la fe, fruto de la secular presencia evangelizadora de la Iglesia.

A este respecto, deseo expresar mi sentida complacencia porque en su País se han sabido apreciar en gran medida estos valores del espíritu, que constituyen en buena parte un substrato sólido para el bien común y el progreso.

Al decir esto quiero reafirmar la decidida voluntad de colaboración y el propósito de servicio al hombre por parte de la Iglesia, en conformidad con la misión recibida de su divino Fundador. Este fue, y no podía ser otro, mi pensamiento constante, durante mi primera visita pastoral a Latinoamérica: proclamar en alta voz el compromiso indeclinable de servir al hombre para dignificarlo conforme al designio de Dios, perfeccionarlo progresivamente mediante el esfuerzo de la propia inteligencia y voluntad, y en definitiva salvarlo.

En este momento me es grato manifestar una vez más toda mi confianza en la Jerarquía eclesiástica, así como en los sacerdotes, religiosos y fieles costarricenses.

Sé muy bien - y me congratulo por ello - que su actividad de apostolado, por el hecho de ser un servicio eclesial consciente y responsable en favor de la persona no desligada de sus necesidades reales y de sus legítimas aspiraciones, tiende en el orden temporal únicamente a “impregnarlo de espíritu evangélico” (Cfr. Apostolicam Actuositatem, 2).

Tan lejos de este espíritu estaría el reducir la misión de la Iglesia a una simple tarea cultural o meramente devocional, como el pretender asignarle un cometido, si no exclusivo al menos prioritario, de favorecer por todos los modos la actividad político-social. La labor de la Iglesia se desarrolla en un marco más amplio; su servicio desinteresado, animado por la caridad activa (Cfr. Mt 25, 35 ss.), se dirige ante todo a cultivar al hombre, primordialmente en aquello que lleva dentro de sí de más valor y que es fuente de su dignidad eminente: ser imagen de Dios. Imagen que para ser auténtica necesita proyectarse en todos los campos —profesional, familiar, cultural, social— donde la persona humana crece y se ennoblece, afianzándose día a día en su experiencia directa, orientada a lograr una comunidad humana cada vez más justa, solidaria y pacífica.

Para que estos deseos lleguen a ser una reconfortante realidad en Costa Rica, imploro la constante ayuda del Altísimo, al que encomiendo la misión de Vuestra Excelencia, a las Autoridades y ciudadanos todos de ese querido País.


*AAS 78 (1986), p.631-632.

Insegnamenti di Giovanni Paolo II, vol. VIII, 2 1985 pp.1640-1641.

L'Attività della Santa Sede 1985 p. 1082-1083.

L’Osservatore Romano 30-31.12.1985 p.4.

L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, 1986, n.1 p.11.



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