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VIAJE APOSTÓLICO A VENEZUELA,
ECUADOR, PERÚ, TRINIDAD Y TOBAGO

CEREMONIA DE DESPEDIDA

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

 Viernes 1 de febrero de 1985

 

Señor Presidente,
amados hermanos en el Episcopado,
queridos ecuatorianos todos:

Hace casi exactamente tres días, peregrino del Evangelio llegaba a la ciudad de Quito, capital de la nación, ilusionado por encontrarme con los amados hijos del Ecuador.

Ahora, al tener que partir, doy gracias a Dios por haberme concedido encontrar una Iglesia viva, y por haber compartido con tantos miembros de la misma unas jornadas intensas, de cercanía mutua, de vivencia religiosa, de esperanza.

En mí recorrido por los diversos lugares que he tenido la dicha de visitar, he hallado siempre el calor humano, y el afecto que brotan del sentirse unidos por fuertes vínculos de fe. Llevo conmigo el imborrable recuerdo de un pueblo religioso que, en torno a sus Pastores y en unión con el Sucesor de Pedro, está decidido a testimoniar en la realidad concreta de la sociedad ecuatoriana el mensaje salvador de Cristo, mensaje de paz, de justicia, de amor.

En los sucesivos encuentros con los obispos, agentes de pastoral, jóvenes, intelectuales, mundo del trabajo, familias, indígenas y otros sectores del pueblo cristiano, habéis mostrado los valores más genuinos del alma ecuatoriana, que aun en medio a las dificultades, muestra su confianza en Dios y su propósito de mantenerse fiel a la herencia de sus mayores: a su fe cristiana, a la Iglesia, a su cultura, sus tradiciones, su vocación de justicia y libertad.

Vaya ahora a todos y a cada uno mi más vivo agradecimiento por vuestra colaboración y entusiasmo, que han hecho de esta visita una experiencia religiosa inolvidable. Mi primera palabra de gratitud va al Señor Presidente del Ecuador. También a las autoridades, al Señor Cardenal, a mis hermanos los Obispos, a las personas consagradas, y a los individuos o entidades que han colaborado tan eficazmente en la preparación y desarrollo de los diversos actos.

Al despedirme de vosotros, deseo asegurares que, aunque separados por las distancias, continuaremos unidos en la fe común, en el amor a la Iglesia, en la fidelidad a Cristo. Os dejo, para que los hagáis vida, los mensajes pronunciados a lο largo de estos días; junto con la certeza del recuerdo en la oración, de modo particular por los enfermos, los ancianos, los niños, los que sufren.

Quiera Dios que vuestro país, que se gloría de haber dado a la Iglesia preclaros hijos en el camino de la santidad, pueda también contribuir eficazmente al fortalecimiento de los vínculos de amistad, de paz, de justicia, de elevación humana entre los miembros de la gran familia de Latinoamérica.

¡Que Dios bendiga al Ecuador y a todos sus hijos!



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