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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A UN GRUPO DE OBISPOS COLOMBIANOS
EN «VISITA AD LIMINA APOSTOLORUM»

Viernes 22 de febrero de 1985

 

Queridos Hermanos en el episcopado:

1. Después del gratísimo encuentro personal con cada uno de vosotros, que me ha brindado la oportunidad de escuchar vuestros anhelos de Pastores, compartir vuestras preocupaciones, dar gracias por las metas conseguidas y reflexionar sobre la vida de la Iglesia en Colombia, tengo ahora la dicha de este encuentro colectivo; él me permite renovaros la expresión de mi profundo afecto, que extiendo cordialmente a los queridos sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles todos de vuestras respectivas diócesis del occidente colombiano.

Deseo ante todo agradeceros el profundo gesto de comunión en la fe y en la caridad que significa esta visita « ad limina Apostolorum », que con tanto esmero habéis preparado. Os ha guiado en ello vuestra conciencia de Pastores, que quieren testimoniar de este modo la unidad con el Sucesor de Pedro y la universalidad de la Iglesia en el espíritu de la eclesiología del Concilio Ecuménico Vaticano II.

Sed pues bienvenidos a este encuentro fraterno de tan profundo significado y que tanto me alegra.

2. Los informes quinquenales que habéis enviado y el diálogo personal con vosotros me han permitido conocer más a fondo la situación de vuestro País y de las comunidades a vosotros encomendadas como Pastores. He podido familiarizarme de este modo con los puntos más sobresalientes de cinco años de actividad pastoral, de gozos y tristezas, de esperanzas y esfuerzos eclesiales.

Es consolador constatar así los pasos significativos dados durante el último quinquenio en la vida de la Iglesia en Colombia. Y todo ello como fruto de la acción divina y de la dedicación tenaz y generosa de los Obispos, sacerdotes, miembros de las familias religiosas e institutos de vida consagrada, así como de tantos y tan beneméritos laicos comprometidos en el apostolado seglar.

Bien es verdad que también ha habido dificultades e incluso podrían mencionarse algunas carencias, pero la semilla de la Palabra revelada que con amor y perseverancia habéis sembrado, ha dado frutos abundantes. Por todos ellos, uniéndome a vuestro propio sentir, doy gracias a Dios, de quien procede todo don perfecto (cf. St 1, 17).

3. Las palabras que en nombre de todos vosotros me ha dirigido el Señor Cardenal Arzobispo de Medellín, han puesto de relieve una de las realidades que ocupan un puesto importante en vuestro ministerio pastoral: el tema de la paz y la justicia en vuestro País.

En efecto, en un reciente documento el Comité permanente de la Conferencia Episcopal Colombiana señalaba como motivo de honda preocupación « el recrudecimiento de la violencia, el aumento alarmante de la inseguridad, la multiplicación de asaltos de las guerrillas en las que, a nombre del pueblo, se siegan vidas humanas que pertenecen al mismo pueblo, el avance macabro de todas las formas: de terrorismo urbano y rural ». A estos graves males añade el documento « la existencia de funestas organizaciones que al margen de la ley osan tomarse la justicia por su propia mano y la proliferación de la empresa incivil e inhumana de los secuestros ».

4. Esta situación, justamente calificada como alarmante, se convierte en un reto pastoral para la Iglesia, a fin de construir la paz desde el núcleo fundamental del Evangelio, que es el amor.

La paz es vuestro anhelo y es ciertamente una de vuestras tareas ineludibles. Conozco vuestro interés evangélico en construirla difundiendo el espíritu de amor en el corazón de los fieles. Estos esperan sin duda de sus Pastores la enseñanza orientadora que, desde la fe, ilumine la realidad temporal y el concreto comportamiento ético de las personas en ese delicado terreno.

De ahí la importancia de la palabra eclesial que exponga con pureza e integridad las exigencias de la fe y de la moral cristianas. Por ello, en íntima comunión con el Sucesor de Pedro, vuestra enseñanza habrá de esclarecer, desde el Evangelio, la conciencia de los fieles; ayudándoles a superar las dudas y a evitar todo aquello que pueda ocasionar desorientación o desviaciones.

En esa importante tarea la inquietud de la Iglesia, me lo habéis dicho vosotros, coincide con el empeño general del país, al que vosotros dais el propio impulso, para favorecer el clima en el que pueda recuperarse el don precioso de la paz, después de largos años de violencia vinculada a problemas sociales y políticos, nacionales e incluso internacionales.

5. Pero vosotros sabéis bien que la paz cristiana tiene una identidad propia. Jesús, el Señor, nos ha enseñado que su paz no es igual a la del mundo (cf. Jn 14, 17). La paz comienza en el corazón del hombre que acepta la ley divina, que reconoce a Dios como Padre y a los demás hombres como hermanos.

El cambio, la violencia que degrada y destruye al hombre no es camino moralmente admisible para establecer una justicia de la que nazca la paz. Mi predecesor Pablo VI reafirmó durante su histórica visita a vuestro País que la violencia no es cristiana ni evangélica (Cfr. Pablo VI, Homilía durante la Santa Misa para la «Jornada del Desarrollo », Bogotá, 23 de agosto de 1968: Insegnamenti di Paolo VI, VI (1968) 385.

Recordemos también con el Concilio Vaticano II que la humanidad no puede cumplir con su tarea de construir un mundo más humano, sin que todos los hombres se conviertan, con espíritu renovado, a la verdadera paz (Cft. Gaudium et spes, 77. 78). Pero nos advierte justamente el mismo Concilio que la paz no es la mera ausencia de guerra, ni se reduce al solo equilibrio de las fuerzas adversarias, ni surge de una hegemonía despótica, sino que con toda exactitud y propiedad es obra de la justicia.

Según la conocida definición de San Agustín, la paz es la tranquilidad en el orden, pero no en un orden cualquiera, sino en aquel que tiene su origen y fundamento en Jesucristo, Príncipe de la Paz, reconciliador de los hombres con el Padre, de los hombres entre sí y de la humanidad con todo lo creado.

Se trata de una tarea que requiere dedicación y esfuerzos renovados. En efecto, el bien común halla su fundamento en los requisitos de la ley eterna, pero en sus exigencias concretas según los tiempos está sometido forzosamente a continuos cambios; por eso la paz jamás es una empresa del todo lograda, sino un perpetuo quehacer; una tarea en la que han de participar todos los miembros de la Iglesia y de la sociedad colombiana.

Por parte vuestra, para lograr eficazmente esos objetivos habéis de prestar una particular atención a la pastoral juvenil, a fin de que las nuevas generaciones se empeñen con renovada ilusión y esperanza cristiana en la construcción de un mundo más pacífico y fraterno. Y también para evitar a los jóvenes los peligros que amenazan sus sentimientos generosos, pudiendo arrastrarlos tras el espejismo no infrecuente del recurso a caminos de violencia para transformar la sociedad.

« La paz y los jóvenes caminan juntos » era el tema que ocupaba nuestras reflexiones en la celebración de la Jornada Mundial de la Paz del presente año. Que esa aspiración inspire vuestros propósitos y orientaciones, para que se convierta en plena realidad en la vida propia y en la actuación de los jóvenes colombianos, sobre todo en el Año Internacional de la Juventud.

6. Impulsados por vuestro profundo sentido pastoral, habéis denunciado valerosamente los hechos violentos ocurridos en vuestro país y habéis estimulado, en el espíritu del Evangelio, la solución pacífica de los conflictos por la vía del diálogo; sin olvidar tampoco las oportunas orientaciones hacia los cambios profundos exigidos por un orden social más justo.

Debéis continuar animando a vuestros fieles y a las personas de buena voluntad, para que se empeñen en una sincera obra en favor de la justicia y de la promoción de las personas, favoreciendo así el hallazgo de soluciones eficaces a los graves problemas sociales que aquejan a vuestra comunidad.

A este propósito, una vez más hemos de proclamar que sólo un ordenado y justo progreso de las personas y sociedades podrán reflejar el verdadero rostro de la paz.

7. Unido al tema de la paz y del progreso social hay otro problema que sé os preocupa como Pastores y que hiere vivamente vuestra sensibilidad de padres en la fe: es el de las causas antiguas y nuevas de la violencia en Colombia, que tantas heridas —todavía abiertas— han dejado en individuos, familias y grupos. Además del problema humanitario que eso plantea, pone también la exigencia pastoral de formar un nuevo corazón colombiano, abierto a la reconciliación y al perdón.

Me anima en ello una gran confianza, porque estoy seguro de que la extensa comunidad creyente de vuestro país ha cosechado los frutos del Año Santo y del Sínodo de la reconciliación.

Proseguid con renovado empeño vuestro esfuerzo en esa dirección. Que sean vuestras comunidades diocesanas signo e instrumento de eficaz reconciliación con Dios y con los hermanos, bajo la guía y con la fuerza del Espíritu Santo. Así vuestros fieles serán dóciles al llamado que el Señor hace a la comunión con el Padre y con los demás hombres desde lo más íntimo del corazón.

8. Queridos Hermanos en el episcopado: He compartido con vosotros, que componéis el primer grupo de Obispos de Colombia venidos a Roma para la visita « ad limina », estas reflexiones en torno a un tema urgente y delicado de vuestro ministerio. Un tema de gran actualidad y repercusión para los fieles y para vuestra comunidad nacional. En los sucesivos encuentros que tendré con el Episcopado colombiano nos ocuparemos de otros temas eclesiales. Las reflexiones que haremos sobre los mismos las ofreceré —al igual que éstas— a todos los Obispos de la Nación, con el deseo de que puedan ayudarles en su misión de guías en la fe del Pueblo de Dios.

La Santísima Virgen María es la Reina de la Paz. A nuestra Señora de Chiquinquirá, patrona de vuestra Nación, tan venerada por todos los colombianos, confío estas intenciones y necesidades. Que Ella os alcance de su divino Hijo, el Príncipe de la Paz, el cumplimiento de nuestros anhelos comunes.

Antes de concluir invoco sobre vosotros, así como sobre los sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles todos de vuestras diócesis una abundante efusión de dones del Espíritu Santo, a la vez que con profundo afecto imparto de corazón a vosotros y a vuestras comunidades de fe la Bendición Apostólica.

 



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