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DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II
A UN GRUPO DE FUNCIONARIOS
DEL SERVICIO DIPLOMÁTICO LATINOAMERICANO

Viernes 31 de mayo de 1985

 

Distinguidos Señores:

Sed bienvenidos a este encuentro que me permite tomar contacto con vosotros, funcionarios del servicio diplomático latinoamericano, que hacéis en Florencia un “Curso de especialización en relaciones internacionales”, organizado por el Ministerio de Asuntos Exteriores de Italia.

Me es sumamente grato encontrar, como en años anteriores, a un grupo de profesionales de la diplomacia provenientes de Países de América Latina con los que la Santa Sede mantiene vínculos tan especiales que derivan de los orígenes mismos de vuestras Naciones. A1 agradecer a vuestra colega los nobles sentimientos que en nombre de todos ha tenido a bien manifestarme, deseo dirigiros unas palabras en e] marco de la capacitación que con este Curso de especialización estáis llevando a cabo para un mejor servicio a los pueblos que representáis.

En un mundo como el nuestro, en el que intereses contrapuestos amenazan frecuentemente la estabilidad y la paz de las naciones, la labor del diplomático adquiere un destacado relieve en las relaciones internacionales, sea a nivel bilateral como multilateral. Si bien las decisiones últimas están en manos de los hombres de gobierno, la actividad del diplomático informando con veracidad y precisión, orientando hacia caminos de solución, creando puentes de diálogo, negociado y entendimiento, representa un instrumento insustituible en el orden internacional.

El valor supremo de la paz, de la que habéis de ser promotores convencidos, defensores infatigables y restauradores cuando sea el caso, estimo que ha de colocarse entre vuestras prioridades como profesionales de la diplomacia. Deseo recordar aquí los principios de reciprocidad, solidaridad y colaboración efectiva en las relaciones internacionales que fueron objeto de mis reflexiones en el discurso que pronuncié al Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede a comienzos del presente año.

Son principios válidos para toda la comunidad internacional y, particularmente, para esa comunidad de Naciones que forman el llamado continente de la esperanza. Vuestras comunes raíces históricas, culturales, lingüísticas y de fe han de ser potenciadas para que se reafirmen en América Latina los valores espirituales y morales que configuran más auténticamente el origen y vocación de aquellos pueblos jóvenes, llamados a tener un indudable protagonismo en la escena mundial.

Continúa vivo en mi mente el grato recuerdo de las jornadas eclesiales vividas durante mis viajes apostólicos a América Latina. En vuestra carrera diplomática, no ahorréis esfuerzos por servir a aquellos nobles pueblos con los que tuve la dicha de compartir inolvidables celebraciones de fe y esperanza.

En la Santa Sede hallaréis siempre decidido apoyo y estímulo a vuestras futuras tareas en favor de la paz, en defensa de la dignidad humana y en la promoción del bien integral del hombre. Vienen a mi mente aquellas palabras de San Pablo que podrían ser ideario del diplomático cristiano: “Somos, pues, embajadores de Cristo, como si Dios os exhortase por medio de nosotros” (2 Cor. 5, 20).

Al finalizar este encuentro, os expreso mis mejores deseos por el feliz éxito de vuestros trabajos en el Curso que estáis realizando, mientras de corazón bendigo a los organizadores, a vosotros, a vuestras familias y a los Países que representáis.



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