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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS SACERDOTES DE COMUNIÓN Y LIBERACIÓN


Jueves 12 de septiembre de 1985

 

Queridísimos hermanos en el bautismo y en el sacerdocio:

1. Estoy muy contento de encontrarme con vosotros al final de esta cita anual vuestra de oración y meditación, los ejercicios espirituales, que reúnen, desde hace ya tiempo, a los sacerdotes ligados a la experiencia de Comunión y Liberación, o cercanos a ella.

Muchas veces, sobre todo durante mis viajes por Italia y por los varios países del mundo, he tenido ocasión de reconocer la grande y prometedora floración de los movimientos eclesiales, y los he señalado como un motivo de esperanza para toda la Iglesia y para los hombres.

Efectivamente, la Iglesia, nacida de la Pasión y Resurrección de Cristo y de la efusión del Espíritu, difundido por todo el mundo y en todos los tiempos sobre el fundamento de los Apóstoles y de sus sucesores, ha sido enriquecida durante los siglos, por la gracia de dones siempre nuevos. Ellos en las diversas épocas, le han permitido estar presente de forma nueva y adecuada a la sed de verdad, de belleza y de justicia que Cristo iba suscitando en el corazón de los hombres y de los cuales El mismo es la única, satisfactoria y cumplida respuesta.

¡Cuánta necesidad tiene la Iglesia de renovarse continuamente, de reformarse, de volver a descubrir de manera cada vez más auténtica la inagotable fecundidad del propio Principio¡

Muchas veces han sido los mismos Papas y obispos los portadores de esta energía carismática de reforma, otra vez el Espíritu ha querido que fuesen sacerdotes o laicos los iniciadores y fundadores de una obra de resurgimiento eclesial, que a través de nuevas comunidades, institutos, asociaciones, movimientos, ha permitido vivir la pertenencia a la única Iglesia y el servicio al único Señor.

2. En los movimientos eclesiales, juntamente con los laicos, participan en general también sacerdotes que, en comunión de obediencia con las Iglesias particulares, aportan a la vida de las comunidades el don de su ministerio, sobretodo mediante la celebración de los sacramentos y la oferta de un consejo maduro. Por esto, quiero dirigirme ahora a vosotros, sacerdotes, para ayudaros a comprender y vivir mejor vuestra pertenencia eclesial en el contexto de la adhesión al movimiento Comunión y Liberación.

Lo que he hecho notar antes en relación con la vida de la Iglesia, es verdad también para cada uno de los fieles y en particular para cada uno de los sacerdotes. La formación del cuerpo eclesial como Institución, su fuerza persuasiva y su energía agregadora, tienen su raíz en el dinamismo de la gracia sacramental. Pero encuentra su forma expresiva, su modalidad operativa, su concreta incidencia histórica por medio de los diversos carismas que caracterizan un temperamento y una historia personal.

De la misma manera que la gracia objetiva del encuentro con Cristo ha llegado a nosotros por medio de encuentros con personas específicas cuyo rostro, palabras, circunstancias recordamos con gratitud, así Cristo se comunica con los hombres mediante la realidad de nuestro sacerdocio, asumiendo todos los aspectos de nuestra personalidad y sensibilidad.

De este modo, todo sacerdote, viviendo con plenitud la gracia del sacramento, se hace capaz de dar un rostro a su pueblo, y de ser así «el modelo de su rebaño» (1P 5, 3).

3. Cuando un movimiento es reconocido por la Iglesia, se convierte en un instrumento privilegiado para una personal y siempre nueva adhesión al misterio de Cristo.

No permitáis jamás que en vuestra participación se albergue la carcoma de la costumbre, de la "rutina", de la vejez. Renovad continuamente el descubrimiento del carisma que os ha fascinado y él os llevará más poderosamente a haceros servidores de esta única potestad que es Cristo Señor.

Muchas veces en sus documentos el Concilio Vaticano II, de cuya clausura celebraremos dentro de poco, con un Sínodo extraordinario, el vigésimo aniversario, ha estimulado las agrupaciones sacerdotales como camino donde se incrementa el inagotable rostro personal de la obra apostólica del sacerdote: «También ha de estimarse grandemente y ser diligentemente promovidas aquellas asociaciones que, con estatutos reconocidos por la competente autoridad eclesiástica, fomentan la santidad de los sacerdotes en el ejercicio del ministerio por medio de una adecuada ordenación de la vida, convenientemente aprobada, y por la fraternal ayuda, y de este modo intentan prestar un servicio a todo el orden de los presbíteros» (Presbyterorum ordinis, 8, cf. también Código de Derecho Canónico, 298).

Los carismas del Espíritu siempre crean afinidades, destinadas a dar a cada uno apoyo para su tarea objetiva en la Iglesia. Es ley universal la creación de esta comunión. Vivirla es un aspecto de la obediencia al gran misterio del Espíritu.

Por esto, un auténtico movimiento es como un alma vivificante dentro de la Institución. No es una estructura alternativa a la misma. En cambio, es fuente de una presencia que continuamente regenera su autenticidad existencial e histórica.

Por lo mismo, el sacerdote debe encontrar en un movimiento la luz y el calor que le haga capaz de ser fiel a su obispo, que le disponga a cumplir generosamente los deberes que señala la Institución y que le dé sensibilidad hacia la disciplina eclesiástica, de manera que sea más fecunda la vibración de su fe y la satisfacción de su fidelidad.

4. Al finalizar este encuentro no puedo menos de invitaros a ser dispensadores de los dones con los que os ha enriquecido el carácter sacerdotal.

Sed ante todo los hombres del perdón y de la comunión, donados al mundo por el corazón abierto de Cristo, y operantes mediante los sacramentos de la Eucaristía y de la Penitencia.

No ahorréis esfuerzos en esta tarea y, más aún, haced de la celebración sacramental una escuela para vuestra vida, conscientes de cuáles son las necesidades más graves del hombre de toda época. En la oración personal y común llevad la presencia de Dios las súplicas y necesidades de quienes os han sido confiados y pedid la asistencia del Señor sobre la vida de vuestro movimiento.

Sed maestros de la cultura cristiana, de esa concepción nueva de la existencia que Cristo ha traído al mundo y apoyad los esfuerzos de vuestros hermanos, a fin de que esta cultura se manifieste en formas cada vez más incisivas de responsabilidad civil y social.

Participad con entrega a esa tarea de superación de la ruptura entre Evangelio y cultura, a la cual he invitado a toda la Iglesia en Italia con el reciente discurso pronunciado durante el Congreso eclesial de Loreto. ¡Sentid toda la grandeza y la urgencia de una nueva evangelización de vuestro país! Sed los primeros testigos de ese ímpetu misionero que he dado como consigna a vuestro movimiento.
Os sostenga la energía de Cristo Señor que «murió por todos, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para el que murió y resucitó por ellos» (2Cor 5, 15).

Os acompañe la protección de María Santísima: confiadle vuestros propósitos y vuestras esperanzas.

Con estos deseos os imparto a vosotros y a aquellos a quienes se dirige vuestra actividad pastoral mi bendición. 



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