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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL EMBAJADOR DE TAILANDIA ANTE LA SANTA SEDE
*

Jueves 9 de enero de 1986

 

Señor Embajador:

Me complazco en saludarle y darle la bienvenida al Vaticano en esta ocasión en la que presenta las Cartas Credenciales que lo acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario del Reino de Tailandia ante la Santa Sede.

Quiero agradecerle los gentiles sentimientos que ha expresado en nombre de Su Majestad el Rey Bhumibol Adulyadej. Mantengo un vivo recuerdo de mi encuentro con Su Majestad y los miembros de la Familia Real durante mi visita a su País en mayo de 1984, y deseo que transmita mis cordiales saludos y mis mejores deseos por su bienestar y el de la Nación tailandesa.

La visita que hice a su País me dió la excelente oportunidad para apreciar más aún el sentido profundo de los valores humanos sobre los que está construida la sociedad tailandesa. Como afirmé en aquella ocasión: «En nuestro mundo contemporáneo, la historia de la libertad tai y el legendario espíritu de tolerancia de Tailandia constituyen un recordatorio de las más hondas aspiraciones de la familia humana a vivir en paz, armonía y hermandad. En particular, vuestro respeto al derecho del hombre a la libertad religiosa rinde inmenso honor a vuestra Nación».

En ese clima, las tradiciones religiosas antiguas del pueblo tailandés crecieron y florecieron, y el Cristianismo, que llegó después, se encontró a gusto y bien. Es mi gran esperanza que el espíritu religioso y la apertura cultural, la amistad y la bondad que caracterizan a su pueblo, continuarán sirviendo de base para un diálogo fructífero y para una colaboración efectiva entre los ciudadanos de diversas creencias, a la vez que responden al reto de construir un mundo de paz y de justicia. Usted mismo, Señor Embajador, ha mencionado cómo el pueblo tailandés cree firmemente en la dignidad de la persona humana y en el respeto de los derechos y la libertad de todos. En las presentes circunstancias, la comunidad mundial, marcada por tensiones generales y numerosas situaciones de conflicto locales y regionales, los pueblos y sus líderes tienen necesidad de un sentido de respeto igual a éste, es decir, de la tolerancia, de amor por la libertad y la paz.

A este respecto aprecio el papel que Tailandia y otros Estados han estado jugando para promocionar un arreglo justo de la lucha continua que afecta a las vidas de millones de seres humanos en el Sudeste Asiático.

La Santa Sede, respondiendo a las características especiales de su misión, sigue con mucho interés y auténtica gratitud, el trabajo humanitario que se realiza en su País en favor de miles de refugiados que buscan protección y tratan de ponerse a salvo de las zonas vecinas de combate.

Me quedé muy impresionado de mi visita a Phanat Nikhom, donde pude tomar contacto con algunos refugiados y decir unas palabras de reconocimiento público y gratitud por lo que han venido haciendo el Gobierno de Tailandia, las varias Organizaciones nacionales e internacionales y los numerosos voluntarios que activamente participan en esta misión urgente de misericordia. Es importante que estas víctimas de la violencia que no la han buscado, ni la toleran, no sean olvidadas por la opinión pública mundial. Miles de personas están esperando ser aceptadas por terceros países que puedan y estén dispuestos a darles una nueva oportunidad en la vida. Aprovecho esta ocasión para formular una petición en su favor. Ruego a Dios Todopoderoso para que siempre se les brinde la solidaridad y la fraternidad humana a la que tienen derecho. Os garantizo que las Organizaciones de ayuda de la Iglesia Católica continuarán ofreciendo todos los servicios y apoyo de que son capaces.

Señor Embajador: mientras inicia su misión como Representante de su País ante la Santa Sede, le deseo éxito y felicidad personales en el cumplimiento de sus responsabilidades. Estoy seguro que las relaciones de una profunda y mutua estima que existen entre Tailandia y la Santa Sede seguirán creciendo, fructificando en nuestro deseo compartido de servir la causa de la paz y del bien común de la familia humana.

Pido a Dios Todopoderoso que bendiga a su pueblo y a sus líderes que trabajan por el bienestar en la justicia y armonía de toda la Nación tailandesa.


*L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, n. 10, p.20.



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