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DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II
A UN GRUPO DE DIPLOMÁTICOS LATINOAMERICANOS*

Viernes 27 de junio de 1986

 

Distinguidos señores y señoras:

Me complace tener este encuentro con vosotros, funcionarios del cuerpo diplomático latinoamericano, que habéis realizado en Florencia un Curso de especialización en Relaciones Internacionales, patrocinado por el Ministerio de Relaciones Exteriores de Italia.

En vosotros están representadas once naciones latinoamericanas, prueba del alcance y validez que va tomando esta iniciativa, que arranca de años atrás. Gracias a ello vais adquiriendo una mayor preparación profesión que redundará en un mejor servicio a vuestros respectivos países.

Agradezco a vuestro colega los nobles pensamientos que, en nombre de todos, ha puesto de manifiesto y que nos acercan a la compleja realidad humana y social de América Latina, en la que una vez más voy a estar presente, dentro de unos días, en la querida Colombia. Es el camino del encuentro de la comprensión y de la solidaria cooperación entre pueblos y naciones, tan necesaria en nuestro tiempo.

Sólo así es posible que vaya tomando cuerpo y tenga vigor ese gran continente de la esperanza, en el que cada comunidad nacional debe reflejar la integración religiosa, humana, social y política de cada individuo, con plena libertad y respeto para ejercer sus derechos ciudadanos en función del bien común.

En el desempeño de vuestra misión diplomática frecuentemente entraréis en contacto con diversos problemas y cuestiones que atañen a las relaciones internacionales, ya sean a nivel bilateral como plurilateral. Es pues necesario que cumpláis vuestro cometido con la competencia que os toca, pero al mismo tiempo teniendo una perspectiva más amplia, ya que a menudo hay implicaciones de orden humanitario y ético. En efecto, siempre se trata de un servicio en el que, por encima de cualquier consideración y valoración, está la primacía de las personas, cuya dignidad y derechos es necesario tutelar y promover siempre.

A menudo deberéis trabajar por el acercamiento, la paz, la convivencia y el desarrollo integral entre los pueblos. Estos son unos objetivos a los que vale la pena dedicar la mayor consideración y las propias energías.

Sin embargo, es evidente que este cometido no puede disociarse de la atención que merece el conjunto de principios morales que deben regular la actividad de las personas. A los responsables de la vida social, económica y política de América Latina corresponde respetar también en mayor medida estos principios, haciendo de su función pública un servicio a la promoción de cada ciudadano y a la construcción del bien común en cada nación y en la comunidad internacional.

Por todo ello, os aliento a entregaros a esa noble tarea con espíritu abierto y generoso, con decidida actitud de servicio y profunda conciencia moral. Por mi parte os aseguro mi plegaria ante el Señor por cada uno de vosotros, por vuestras familias y por vuestras respectivas Naciones, a la vez que os imparto con afecto mi Bendición Apostólica.


*Insegnamenti di Giovanni Paolo II, vol. IX, 1 pp. 1947-1948.

L'Osservatore Romano 28.6. 1986 p.4.

L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, n.35, p.10.



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