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VIAJE APOSTÓLICO A URUGUAY, CHILE Y ARGENTINA

VISITA DEL PAPA JUAN PABLO II
A LOS PRESOS DE LA CÁRCEL DE ANTOFAGASTA

Antofagasta (Chile)
 Lunes 6 de abril de 1987

 

Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Mi visita a esta institución de readaptación social quiere ser muestra del afecto y solicitud del Sucesor de Pedro por todos vosotros, los aquí presentes, y por todas Mas personas privadas de libertad.

A todos saludo en el nombre del Señor Jesús y mis primeras palabras son para agradeceros vuestra calurosa acogida. También aquí se hace realidad la bella expresión que confirma la conocida hospitalidad de vuestra gentes: “ cómo quieren en Chile al amigo, cuando es forastero ”.

En esta mañana quiero haceros partícipes de algunas reflexiones sobre la Palabra de Dios, con el único deseo de que puedan iluminar vuestros anhelos y esperanzas, y aliviar vuestras tristezas y desilusiones. Sé que os encontráis en una situación difícil y dolorosa. El Papa, que a diario os acompaña con su pensamiento y con su oración, invoca para vosotros la ayuda de Dios. Que su gracia y su favor os sostengan aun en medio de las limitaciones que conlleva vuestra vida cotidiana.

2. Nos dice Jesús en el Evangelio: “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera” (Mt 11, 26-28). Esta es la llamada constante que hace el Señor a todos los hombres, y en particular a quienes El quiere descubrir el sentido salvífico del dolor.

El encuentro con vosotros, queridos hermanos, me conmueve profundamente. Me imagino cuántas cosas agitan vuestro corazón, y cuántos incumplidos deseos lo llenan de dolor y nostalgia. Como hermano mayor en Cristo, mi anhelo sería el poder compartir con cada uno de vosotros una conversación íntima y reposada en la que pudiéramos tener un diálogo de esperanza y de amor repasando vivencias personales, frustraciones del pasado, los planes que alientan vuestro futuro y particularmente la situación actual de vuestras familias. Tengo la certeza de que, junto con la riqueza de vuestros sentimientos, quedaría al descubierto la gran humanidad que se esconde en cada uno de vosotros. Sé que me manifestaríais lo que cada uno lleva dentro de sí. Desgraciadamente, las circunstancias no nos permiten el poder compartir a solas unos minutos, pero es mi deseo que mis palabras las recibáis como si fueran pronunciadas para cada uno de vosotros en particular.

Cristo es el único que puede dar sentido a nuestras vidas. En El se encuentra la paz, la serenidad, la liberación completa, porque El nos libera de la esclavitud radical, origen de todas las demás, que es el pecado, e inspira en los corazones el ansia de la auténtica libertad, que es el fruto de la gracia de Dios que sana y renueva lo más íntimo de la persona humana.

La libertad que Cristo nos ofrece, comienza por el interior del hombre, se afirma ante todo en el orden moral; allí donde tienen su raíz el egoísmo, el odio, la violencia y el desorden. Cristo ha venido a redimir al hombre del pecado que lo priva de su libertad: “Todo el que comete pecado es un esclavo del pecado” (Jn 8, 34), dice Jesús en el Evangelio. Y es de esta esclavitud de la que El quiere liberarnos a todos los hombres.

No hay quien no necesite de esta liberación de Cristo, porque no hay quien, en forma más o menos grave, no haya sido y sea aún, en cierta medida, prisionero de sí mismo y de sus pasiones. Todos tenemos necesidad de conversión y de arrepentimiento; todos tenemos necesidad de la gracia salvadora de Cristo, que El ofrece gratuitamente, a manos llenas. El espera sólo que, como el hijo pródigo, digamos “me levantaré y volveré a la casa de mi Padre” (Lc 15, 18).

3. La casa de Dios tiene siempre sus puertas abiertas. En ella Cristo se hace presente mediante la Palabra y mediante los Sacramentos. A lo largo de los siglos la Iglesia ha desarrollado pacientemente, pero con tesón, su labor de Madre y Maestra para hacer más humanas las instituciones y los principios que regulan la convivencia social. ¿Quién podrá ignorar el influjo positivo que, en el curso de los siglos, ha ejercido el mensaje evangélico en la defensa y promoción de un mayor respeto por la dignidad del encarcelado como persona, como hijo de Dios?

En la historia de la humanidad –como ya señalé en mi visita a la cárcel de Roma– “se ha progresado mucho en este campo, pero ciertamente queda mucho aún por hacer. La Iglesia, como intérprete del mensaje de Cristo, aprecia y estimula los esfuerzos de cuantos se prodigan por hacer cambiar el sistema carcelario hacia una situación de pleno respeto del derecho y de la dignidad de la persona” (Homilía en la cárcel romana de Rebibbia, n. 3, 27 de diciembre de 1983: Insegnamenti di Giovanni Paolo II, VI, 2 (1983) 1449 s.).

A este propósito, ¿cómo no manifestar públicamente mi reconocimiento y mi afecto a todos los agentes de pastoral penitenciaria de Chile? Vosotros, sacerdotes capellanes, religiosas y demás colaboradores, mostráis la preocupación materna de la Iglesia por nuestros hermanos haciendo parte de vuestra vida las palabras de Jesús en el Evangelio: “estuve en la cárcel y vinisteis a verme” (Mt 25, 36).

Sois portadores del amor misericordioso de Dios y predicadores infatigables del mensaje salvador de Cristo. Ayudad a todos a redescubrir el camino del bien; contribuid a la conversión sincera de todos los hombres y mujeres con quienes ejercéis vuestro apostolado y animadles a emprender una vida nueva y mejor.

En esta ocasión, deseo también saludar a todo el personal de la Gendarmería de Chile que se desempeña en las instituciones penitenciarias. Haced también de vuestra profesión un servicio al hermano que sufre.

Por intercesión de la Virgen del Carmen, Madre amorosa de todos los chilenos, elevo mi ferviente plegaria a Dios para que asista a todos con su gracia, para que asista sobre todo a nuestros hermanos y hermanas encarcelados haga posible la defensa de aquellos que son inocentes, mientras de corazón imparto mi Bendición Apostólica a los internos, a sus familias, a los encargados de la pastoral carcelaria, a cuantos tratan de aliviar las penas de los que sufren y al personal de Gendarmería de Chile.



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