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VIAJE APOSTÓLICO A URUGUAY, CHILE Y ARGENTINA

CEREMONIA DE DESPEDIDA

SALUDO DEL PAPA JUAN PABLO II
AL PUEBLO ARGENTINO

Aeropuerto  de Ezeiza, Buenos Aires
 Domingo 12 de abril de 1987

 

Señor Presidente,
dignísimas autoridades de la nación,
amados hermanos en el Episcopado,
queridísimos argentinos todos:

En esta breve pero intensa peregrinación de acción de gracias, que me ha llevado a distintos lugares de este amado país, he podido comprobar los grandes recursos tanto de orden humano como material con que la Providencia de Dios ha dotado abundantemente a la Argentina.

He visto vuestras pampas sin fin, sus interminables sembradíos, sus caudalosos ríos, sus numerosos rebaños de ganado. He experimentado la variedad y dulzura de vuestro clima y he admirado el azul de vuestros mares. He contemplado el grandioso espectáculo de la cadena de los Andes con sus nieves perpetuas; y, con el corazón rebosante de emoción, he unido mi voz a la del salmista para alabar a Dios:

“¡Señor, Dios nuestro / qué admirable es tu nombre en toda la tierra! / Al ver el cielo, obra de tus manos, / la tierra y las estrellas que has creado”.

Sobre todo, he tenido la dicha de encontrarme con la realidad viviente de estas tierras, es decir, con vuestro pueblo, tan hospitalario y bondadoso, y con vuestra prometedora juventud. He gozado al encontrarme con el hombre del agro, con el que trabaja en su taller de artesano o en las grandes plantas industriales, con quienes viven en el campo o en la ciudad. En todos he podido apreciar una gran cordialidad y un afán de superación humana y espiritual que honran a vuestra patria.

Comprenderéis muy bien que mi mayor complacencia haya sido encontrarme, esta vez por toda la República, con un pueblo religioso que, en torno a sus Pastores y en unión con el Sucesor de Pedro, está dispuesto a manifestar su fe y a corroborar su compromiso cristiano en la tarea de reconciliación entre todos los argentinos.

De nuevo los imborrables encuentros con las distintas categorías del Pueblo de Dios en Argentina, quisiera mencionar, ante la cercanía del próximo Sínodo, los que he tenido con millares de laicos, hombres y mujeres, en toda la geografía del país. ¿Y cómo no recordar la Misa por la familia en Córdoba, para que Dios mantenga fuerte y unida esa célula básica de la Iglesia y de la sociedad? ¿Y los encuentros tenidos con los laicos en Salta y Tucumán, y con los trabajadores del agro y de la industria, y con los representantes de los empresarios y del mundo de la cultura? ¿Cómo no destacar la celebración de esta mañana, con motivo de la Jornada mundial de la Juventud? En esa juventud que se abre a la vida, descansa la esperanza de la Iglesia y de la entera sociedad.

Ante tantos momentos entrañables, de profunda comunión, vividos en la fe y en el amor cristiano, mi corazón no puede menos de elevarse en sincero agradecimiento al Señor quien, en su bondad ha querido bendecir con largueza vuestra patria. Uníos a mi acción de gracias hacia este Padre Dios que nos ha demostrado tanto cariño y correspondedle con un amor cada vez más intenso: que vuestro deber de gratitud a Dios por los bienes recibidos, se traduzca en fidelidad a sus mandamientos, que no son más que un modo de manifestar su amor por los hombres.

Al despedirme de vosotros, quiero dejar constancia de mi reconocimiento a cuantos han hecho posible esta inolvidable visita pastoral. En primer lugar, al Señor Presidente de la Argentina y a todas las autoridades, así como a mis amados hermanos obispos, a los queridos sacerdotes, religiosos y religiosas, y a todas las entidades y personas que han colaborado eficazmente en la preparación y desarrollo de los diversos actos.

Podéis estar seguros de que os llevo a todos muy dentro de mi corazón. Os pido que, cada día, recéis por mí y Dios os lo recompensará sobreabundantemente. Ruego a la Virgen de Luián, que os alcance de su divino Hijo la gracia para corresponder fielmente a las exigencias de vuestra vocación cristiana.

Mientras hago fervientes votos por la prosperidad, paz y concordia entre los amadísimos hijos de esta noble nación, imparto a todos con afecto mi Bendición Apostólica.

¡Hasta siempre, Argentina!



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