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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL EMBAJADOR DE JAPÓN ANTE LA SANTA SEDE
*

Viernes 29 de abril de 1988

 

1. Le doy hoy la bienvenida y acepto gustoso las Cartas Credenciales por las que ha sido nombrado Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de Japón. Con gratitud por las amables palabras de saludo que me ha expresado en nombre de Su Majestad el Emperador y de Su Alteza Imperial el Príncipe, le pediría que les hiciera llegar mis afectuosos saludos y la seguridad de mi estima. Comparto plenamente sus deseos de ver desarrolladas y ampliadas las relaciones existentes entre Japón y la Santa Sede aún más allá de la base que compartimos de compromiso por la paz, la armonía, el progreso y la justicia entre todas las naciones de la Tierra.

2. En el mundo contemporáneo hay un profundo y casi universal anuncio de paz. La conciencia de paz como valor universal ha crecido, incluso ante la historia trágica del presente siglo, tan profunda y terriblemente marcado por conflictos y por la cada vez más temible capacidad del hombre de infligir la muerte a una escala jamás imaginada anteriormente. Japón, como único País que ha experimentado directamente los terribles efectos de la bomba atómica, es testigo privilegiado de la verdad de que sólo hay un camino a seguir por la familia humana: el camino de la paz.

3. Es necesario que los individuos y las naciones estén cada vez más convencidos de que deben comprometerse totalmente en suavizar las tensiones, promover el desarme y fortalecer las estructuras de paz. Hoy es necesario pensar más en términos de construcción de paz en el mundo, que en evitar conflictos simplemente. La base subjetiva de paz es un nuevo espíritu de coexistencia y una nueva visión de respeto a la persona humana con una voluntad de colaboración en favor del progreso de todos (cf. Pablo VI, Mensaje para la Jornada mundial de la Paz, 1 de enero de 1968). Esto se refleja en otras condiciones para la paz, especialmente una solidaridad verdadera entre las naciones, sin consideración de raza, religión o ideología política, como miembros de una familia humana llamada a vivir en esta tierra en una constante búsqueda de auténtico bienestar y desarrollo personal y colectivo.

4. En el proceso de construcción de la paz, Japón tiene que jugar una parte importante. Vuestro País, tras las ruinas de la Segunda Guerra Mundial, se ha elevado a considerable altura de logros económicos. Japón es hoy uno de los principales agentes de progreso económico y tecnológico. Aquí se encierra una gran oportunidad y un reto en orden a promover valores humanos y espirituales con el fin de contribuir eficazmente al advenimiento de una paz verdadera, basada en un sentido de la dignidad de todo ser humano, en el reconocimiento de los Derechos Humanos fundamentales, en el respeto y amor debido a toda persona, por la sola razón de que él o ella pertenece a la familia humana. Siempre ha estado presente en mi oración y esperanza el que las naciones del mundo instruidas por las dolorosas experiencias del pasado, hicieran esfuerzos positivos por inculcar en sus ciudadanos, especialmente en los jóvenes, un sentido firme de hermandad universal y de visión moral, ética, necesaria para proteger la justicia, condición esencial para la paz.

5. En el fondo de la relación de la Santa Sede con las diversas naciones del mundo, no se encuentran intereses de naturaleza meramente económica o política, sino la promoción de un diálogo profundo y respetuoso con relación al significado y destino de la vida y actividad humanas. De hecho, es importante que los dirigentes de las sociedades no olviden que están al servicio de sus conciudadanos en todas sus aspiraciones morales y espirituales.

Ésta es la razón, como sabe Vuestra Excelencia, por la que la pequeña comunidad católica de Japón está comprometida en la promoción de la educación moral de los miembros de la sociedad, así como en el testimonio de la dimensión espiritual de la vida. En una sociedad industrializada como la suya, es vital que la dignidad del individuo sea eficazmente salva-guardada y respetada, y que se establezcan cada vez más sólidamente, cordiales relaciones sociales, con especial atención a las clases menos capaces y productivas de la población. A este respecto, la comunidad católica está implicada en muchas actividades religiosas, educativas y sociales, no sólo para provecho de sus propios miembros, sino para el servicio de la sociedad en general.

La Iglesia en Japón, urgida por las enseñanzas del Concilio Vaticano II que constituye el gran punto de referencia para los católicos hoy, está haciendo esfuerzos en el afán de ser verdaderamente cada vez más japonesa. Al tiempo que la presencia de personal misionero ha sido, y continúa siendo, esencial para las actividades de la Iglesia, me alegra advertir que los mismos católicos japoneses, desde hace bastante tiempo, están tomando la primacía en todas las áreas de sus esfuerzos religiosos y pastorales. Confío que este proceso continúe con éxito en el clima de tolerancia y libertad religiosa que caracteriza hoy a la sociedad japonesa.

Señor Embajador: Espero que sea feliz en el ejercicio de sus altas responsabilidades e invoco las bendiciones de Dios Todopoderoso sobre su País.


*L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, n.36, p.6 .



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