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VIAJE APOSTÓLICO A URUGUAY, BOLIVIA, LIMA Y PARAGUAY

ENCUENTRO DEL PAPA JUAN PABLO II
EN EL HOGAR DE LAS HERMANITAS DE LOS ANCIANOS

Santa Cruz, Bolivia
Viernes, 13 de mayo de 1988

 

Mis queridos ancianos y ancianas:

1. Después de haber celebrado la Santa Misa con la comunidad eclesial de Santa Cruz en el Trompillo, vengo muy gustoso a este hogar, fundado para vosotros hace ya algo más de veinte años. Deseaba tener un encuentro especial con vosotros, hermanos y hermanas, que representáis a todas las personas de la tercera edad de Bolivia.

Pertenecéis a una categoría social que, con frecuencia, no recibe la atención que merece. Por eso he querido venir hasta aquí para mostraros mi afecto y la preferente solicitud pastoral de la Iglesia.

Vengo, pues, con los ojos de mi corazón abiertos a los “rostros de ancianos, cada día más numerosos, frecuentemente marginados de la sociedad del progreso, que prescinde de las personas que no producen” (Puebla, 39), como señalaron los obispos latinoamericanos en Puebla.

2. Si pudiéramos examinar el comportamiento de muchas personas hacia sus mayores, encontraríamos desafortunadamente muestras del egoísmo que anida no pocas veces en el corazón del hombre. O acaso descubriríamos también esa desatención de la vida moderna, que hace perder la sensibilidad incluso hacia los ancianos.

Es cierto que nuestra sociedad ofrece cada día más “servicios técnicos” para ayudar a las personas en dificultad. Pero todos sabemos que, aunque se lograra una organización perfecta de la asistencia, eso no es suficiente. Porque por encima de todo, la persona humana, particularmente la anciana, necesita cercanía y ayuda ofrecida con amor y comprensión.

Por ello el cristiano no puede dejar de hacer frente a su responsabilidad por falta de interés ante una edad en la que el propio desvalimiento reclama con fuerza la solidariedad ajena; y en la que el tiempo, de la mano de Dios, va acercando a las personas a la cumbre de la vida y al misterio de la resurrección.

Es un problema de sensibilidad humana, de espíritu cristiano y hasta de justa gratitud, como nos lo recuerda la Biblia: “Con todo tu corazón honra a tu padre y no olvides los dolores de tu madre. Recuerda que por ellos has nacido. ¿Cómo les pagarás lo que contigo han hecho?” (Si 7, 27 s.). 

3. Por otra parte, en vosotros, ancianos, toda persona abierta a la luz de la fe puede descubrir la dimensión divina de la salvación. En el interior de vuestra semblanza silenciosa hay muchas veces tesoros de oración e incluso una fuerza espiritual que acompaña y sostiene la labor evangelizadora de la Iglesia. Además, a través del servicio que recibís se agranda y refuerza la virtud de la caridad, que enaltece la dignidad humana querida por Dios.

Esa tarea específica del amor es la que cura las heridas provocadas por la insensibilidad o las negligencias de la civilización técnica; es la que alivia la soledad creada por la desintegración familiar, por la alienación y desesperanza, por la pobreza espiritual y el olvido de Dios. En efecto, no podemos dejar de recordar que el incumplimiento de precisas normas morales tiene repercusiones negativas sobre nuestra misma vida social.

4. Conociendo bien vuestras dificultades y angustias, queridos ancianos y ancianas, os animo a vivir vuestra existencia con la proyección positiva que da la esperanza cristiana. Dad a vuestros semejantes la ayuda, la comprensión y el aliento que necesitan; orad por ellos y por la Iglesia; ofreced vuestra disponibilidad y compartid el sabio consejo que debe anidar en vuestro corazón, como leemos en la Biblia: “¡Qué bien sienta el juicio a las canas, a los ancianos tener consejo! ¡Qué bien parece la sabiduría en los viejos, la reflexión y el consejo en los ilustres! Corona de los viejos es la mucha experiencia, su orgullo es el temor del Señor” (Si 25, 4-6). 

Así pues, no deis lugar en vosotros a la desesperanza: comprended que un físico o una salud frágil puede ser fortalecida, en cambio, por la energía de Cristo, que os hará sentir útiles a la sociedad y a la Iglesia.

Desde esa visión esperanzada, compartid con la familia humana lo mucho que de Dios habéis recibido a lo largo de vuestra vida. Y proyectad sobre ello una visión de fe, que abre a nuevas dimensiones toda nuestra existencia: “Los justos viven eternamente, en el Señor está su recompensa. Recibirán por eso de mano del Señor la corona real del honor y la diadema de la hermosura” (Sb 5, 15-16). Es la proyección temporal y eterna de nuestro existir, que nunca debemos olvidar.

5. Conozco la meritoria labor de la Iglesia en Bolivia en lo que se refiere al cuidado de los ancianos. Es una noble misión, llevada adelante con abnegada entrega por diversas congregaciones religiosas; entre ellas la de las Hermanitas de los Ancianos, en cuya casa nos encontramos, las Siervas de María, las Misioneras de la Caridad de la madre Teresa de Calcuta, las religiosas del Perpetuo Socorro y otras beneméritas comunidades. Todas ellas muestran cómo se practica la caridad de Cristo en medio de los hermanos, proclaman el valor sagrado de la vida y anuncian la salvación en el misterio de la cruz.

Vosotras, queridas religiosas, que de tan variadas formas atendéis a los ancianos, habéis hecho del amor de Dios el centro de vuestras vidas y encarnáis a Cristo, vuestro Esposo y Maestro. Sois como hitos señeros de la presencia divina y testimonio vivo de los valores del reino. Por todo ello, en nombre de la Iglesia, quiero deciros gracias por vuestra sacrificada entrega. Vividla en la esperanza, sin dejaros vencer por el desaliento, por el cansancio o la critica, por la falta de estímulo o de medios. Vuestra consagración religiosa y la fidelidad a Cristo son luz que ilumina a otros, para caminar por senderos de solidariedad, de sencillez, de virtudes cristianas y humanas. Seguid, pues, sirviendo con fe y desde la fe a ese mundo con frecuencia olvidado que son los ancianos, y que sin vuestro amor eclesial estarían entre los más desvalidos.

Gracias también y que Dios recompense igualmente a los profesionales, personal sanitario, benefactores y tantas otras personas, hijos de la Iglesia, que con su ayuda multiforme a la tercera edad son un ejemplo vivo de la ansiada civilización del amor.

Con estos sentimientos imparto a todos los ancianos y ancianas de Bolivia, a las religiosas y a cuantas personas cuidan de ellos, mi afectuosa Bendición Apostólica.



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