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VIAJE APOSTÓLICO A URUGUAY, BOLIVIA, LIMA Y PARAGUAY

ENCUENTRO DEL PAPA JUAN PABLO II
CON LOS JÓVENES EN EL CAMPO ÑU GUAZÚ

Asunción, Paraguay
Miércoles 18 de mayo de 1988

 

“Maestro, ¿qué he de hacer yo de bueno para conseguir la vida eterna?” (Mt 19, 16).   

Queridos jóvenes del Paraguay:

1. Con gran ilusión he esperado el encuentro con vosotros al final de mi viaje apostólico par esta hermosa tierra, por este vuestro Paraguay porá, del cual, junto con sus alegrías, virtudes y esperanzas, he podido percibir también dolores, sufrimientos y inquietudes.

En esta noche de diálogo y reflexión habéis querido hacerme partícipe de algunos aspectos salientes de la realidad que os toca vivir. He escuchado con cariño, al comprobar una vez más, aquí, al igual que en otras muchas partes del mundo, los propósitos y anhelos vibrantes de generosidad de vuestras almas jóvenes.

Durante los años de la juventud se va configurando en cada uno la propia personalidad. El futuro comienza ya a hacerse presente y el porvenir se ve como algo que está al alcance de las manos. Estos años son el tiempo más propicio para “un descubrimiento particularmente intenso del yo humano, y de las propiedades y capacidades que éste encierra” (Carta a los jóvenes con motivo del Año internacional de la juventud, 31 de marzo de 1985). Es el período en que se ve la vida como un proyecto prometedor a realizar del cual cada uno es y quiere ser protagonista.

Es también el tiempo adecuado para discernir y tomar conciencia con más radicalidad de que la vida no puede desarrollarse al margen de Dios y de los demás. Es la hora de afrontar las grandes cuestiones, de la opción entre el egoísmo o la generosidad. En una palabra: el joven se halla ante una ocasión irrepetible de orientar toda su existencia al servicio de Dios y de los hombres, contribuyendo así a la construcción de un mundo más cristiano y, por lo mismo, más humano.

Ante toda esta amplia perspectiva que se ofrece a vuestros ojos, es lógico que se os planteen grandes cuestiones: ¿Cuál es el sentido de la vida?, ¿hacia dónde debo orientarla?, ¿cuál es el fundamento sobre el que tengo que construirla?, ¿con qué medios cuento? Son éstas preguntas cruciales, densas de significado, que no pueden zanjarse con una respuesta precipitada.

Estos mismos interrogantes acuciaban probablemente a aquel joven del Evangelio que se acercó a Jesús para preguntarle: “Maestro, ¿qué he de hacer yo de bueno para conseguir la vida eterna?” (Mt 19, 16).  Igual que a vosotros, la vida se abría prometedora ante los ojos de aquel muchacho y deseaba vivirla intensamente, de un modo generoso, con decisiones definitivas. Quería alcanzar la vida eterna y buscaba para ello un camino seguro. Era un buen israelita, que cumplía la ley desde joven (cf. Mc 10, 20), pero percibía horizontes más amplios para su amor; por ello fue en busca del maestro, en busca de Jesús, el único que tiene “palabras de vida eterna” (Jn 6, 88). 

Queridos jóvenes: Acercaos también vosotros al Maestro si queréis encontrar respuesta a los anhelos de vuestro corazón. Buscad a Cristo, que siendo Maestro, modelo, amigo y compañero, es el Hijo de Dios hecho hombre, Dios con nosotros. Dios vivo que, muerto en la cruz y resucitado, ha querido permanecer a nuestro lado para brindarnos el calor de su amistad divina, perdonándonos, llenándonos de su gracia y haciéndonos semejantes a El. Cristo es quien tiene palabras de vida eterna porque El es la vida misma.

Buscadle a través de la oración, en el diálogo sincero y asiduo con El. Hacedle partícipe de los interrogantes que os van planteando los problemas y proyectos propios de vuestra juventud y el futuro de vuestra patria. Buscadle en su Palabra, en los santos Evangelios, y en la vida litúrgica de la Iglesia. Acudid a los sacramentos. Abrid con confianza vuestras aspiraciones más intimas al amor de Cristo, que os espera en la Eucaristía. Hallaréis respuesta a todas vuestras inquietudes y veréis con gozo que la coherencia de vida que El os pide es la puerta para lograr la realización de los más nobles deseos de vuestra alma joven.

2. Volviendo a la narración evangélica que hemos escuchado, vemos que a la pregunta del joven israelita, el Señor responde: “¿Por qué me preguntas acerca de lo bueno? Uno solo es el Bueno. Mas si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos” (Mt 19, 17-18), 

Queridos jóvenes, la enseñanza que se desprende de este diálogo es evidente: para entrar en la Vida, para llegar al cielo, hay que cumplir los mandamientos. «No todo el que dice: “Señor, Señor”, entrará en el reino de los cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre, ése entrará» (Ibíd., 7, 21). No bastan pues las palabras: Cristo os pide que lo améis de obra. “El que ha recibido mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ame, será amado de mi Padre: y yo lo amaré y me manifestaré a él” (Jn 4, 21). 

“La fe y el amor –como os decía con motivo de la III Jornada mundial de la Juventud, celebrada este año en Roma– no se reducen a palabras o a sentimientos vagos. Creer en Dios y amar a Dios significa vivir toda la vida con coherencia, a la luz del Evangelio..., y esto no es fácil. ¡Sí! Muchas veces se necesita mucho coraje para ir contra la corriente de la moda o la mentalidad de este mundo. Pero, lo repito, ésta es la única vía para edificarse una vida bien lograda y plena” (Homilía durante la celebración de la III Jornada Mundial de la Juventud, n. 3, 27 de marzo de 1988). 

3. A la nueva pregunta del joven del Evangelio, que desea saber de labios del Maestro cuáles son esos mandamientos, Jesús los enumera: “No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no levantarás testimonio falso, honra a tu padre y a tu madre, y amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mt 19, 18-19). 

En otra ocasión, cuando un doctor de la ley, con ánimo de tentarlo, le pregunta cuál es el mandamiento más grande, el Señor le responde: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente” (Ibíd., 22, 37). 

Jóvenes del Paraguay, con las mismas palabras de Cristo, yo os digo: amad al Señor con todo vuestro corazón, con toda vuestra alma y con toda vuestra mente. No veáis nunca los mandamientos como algo negativo, como preceptos que limitan la libertad o como avisos de castigo. Los mandamientos se entienden, se convierten en fuerza liberadora, cuando uno procura entender y cumplir el gran mandamiento del amor a Dios sobre todas las cosas.

Amar a Dios sobre todas las cosas quiere decir sencillamente aspirar a ser santos. Jóvenes que me escucháis, con esa valentía tan propia de vuestro pueblo guaraní, con el coraje de vuestros mayores, no rehuyáis iniciar la exigente y tenaz tarea de vuestra santificación personal. Vuestro país y el mundo entero siguen necesitando santos: personas de todas las edades, pero especialmente jóvenes, dispuestos a amar a Dios con todo su corazón, con toda su alma, con todas sus fuerzas.

Amar a Dios sobre todas las cosas es además el secreto para conseguir la felicidad incluso ya en esta vida. Jóvenes paraguayos, no busquéis la felicidad en el placer, en la posesión de bienes materiales, en el afán de dominio. Se es feliz por lo que se es, no por lo que se tiene: la felicidad está en el corazón, está en amar, está en darse por el bien de los demás sin esperar nada a cambio.

4. “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente...; amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mt 22, 37. 39).  En esta respuesta de Jesús al doctor de la ley se compendian todos los mandamientos. Y San Juan precisa a este respecto en su primera Carta: “Quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve” (1Jn 4, 20). 

El camino señalado por los mandamientos para llegar al cielo, para alcanzar la felicidad, pasa por el amor, por el servicio al hermano. El Señor espera que confirméis la autenticidad de vuestro amor a Dios con obras de caridad hacia el prójimo. Cristo os da cita junto al hermano sufriente, olvidado, oprimido. El os llama a un decidido compromiso con el hombre, en la defensa de sus derechos y dignidad como hijo de Dios que es. Tenéis que amar a Dios y a vuestros semejantes contribuyendo así a la edificación de una sociedad en la que los bienes sean compartidos por todos, una sociedad donde todos puedan vivir de modo conforme a su condición de personas.

El camino para entrar en la vida nueva que Cristo os presenta, os exigirá construir vuestro futuro con la conciencia de que la formación, profesional o laboral –el estudio–, así como el trabajo, son medios de santificación, de realización personal y instrumentos de servicio a los demás. Aliento por ello a todos vosotros, jóvenes trabajadores, estudiantes universitarios, a un renovado empeño en vuestra formación laboral, en vuestros estudios. En modo particular invito a los alumnos y profesores de la Universidad Católica del Paraguay a incrementar su voluntad de servicio y su preparación doctrinal, profesional y científica en fidelidad a las enseñanzas de la Iglesia, bajo la guía de los obispos. No es el provecho material o el afán de poseer lo que ha de motivaros en vuestro estudio o en vuestro trabajo.

El camino hacia la vida os exigirá también ser conscientes en todo momento de que se debe evitar el lucro fácil por medios que sean contrarios a la ley de Dios, pues cualquier ventaja obtenida de ese modo es ciertamente injusta y supone un perjuicio para el prójimo –“no robarás, no levantarás testimonio falso” (Mt 19, 18), dijo Jesús al joven–. Asumid dentro de vosotros como un imperioso deber la defensa de la moralidad pública, viviéndola, en primer lugar, vosotros mismos, por el pudor, la sobriedad y la templanza de vida. Asimismo os aliento a la práctica constante de la solidaridad con los demás, lo cual os llevará a participar en tantas iniciativas en favor de vuestros hermanos, y a crearlas allí donde falten, empeñando lo mejor de vuestra inteligencia y iniciativas.

Tomad el ejemplo de San Roque González de Santa Cruz, paraguayo como vosotros, misionero animoso y incansable evangelizador. El supo conjugar una extensa y intensa predicación del mensaje de Cristo con el inicio de aquella gran obra de civilización y progreso, las reducciones guaraníes, a cuya creación y desarrollo contribuyó decisivamente.

Toda esta fecundidad apostólica fue posible por una excelsa santidad que, en la gran concentración del Campo Ñu Guazú, hemos declarado solemnemente en nombre de toda la Iglesia. Imitadle, antes que nada, en la lucha por manteneros unidos a Cristo para que vuestra vida produzca frutos semejantes en las circunstancias que os tocará vivir.

“Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos” (Jn 15, 13).  ¡Muchachos y muchachas del Paraguay! ¡No tengáis miedo a empeñar la vida por los demás! ¡No os acobardéis ante los problemas! ¡No queráis huir de vuestro compromiso transigiendo con la mediocridad o el conformismo! Es la hora de asumir responsabilidades, de comprometerse, de no retroceder.

El lema que habéis elegido para este Año Eucarístico, “CristoEucaristía para un nuevo Paraguay”, resulta muy elocuente. ¡Una nueva sociedad edificada sobre la ley del amor!, porque Cristo se ha quedado en la Eucaristía por amor. A una sociedad así no se puede llegar por el recurso a la violencia, porque es la antítesis del amor. La violencia nunca es solución. Aunque, a veces, pueda parecer una senda fácil y rápida, nunca es el camino para entrar en la vida.

5. ¡Jóvenes que me escucháis y jóvenes de toda esta tierra!

Este es también un momento propicio de vuestra vida en el que comienza a manifestarse un aspecto muy particular y profundo del amor: el amor que nace entre el hombre y la mujer.

“Una experiencia nueva: ...que, desde el primer instante, pide ser esculpida en aquel proyecto de vida” (Carta a los jóvenes con motivo del Año internacional de la juventud, 31 de marzo de 1985).  Un gran acontecimiento para vuestro corazón, un tema central de vuestras vidas, lleno de belleza, de promesas, y, al mismo tiempo, de trascendencia y responsabilidad. Un modo singular, querido por Dios, para amarlo, para concretar el amor al prójimo y para construir su reino en este mundo. Una realidad de amor que sólo se realiza auténticamente en el matrimonio único y indisoluble, instituido por Dios al principio y elevado luego a la dignidad de sacramento.

“Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios” (Mt 5, 8).  ¡Sólo un corazón limpio puede amar plenamente a Dios! ¡Sólo un corazón limpio puede llevar plenamente a cabo la gran empresa de amor que es el matrimonio! ¡Sólo un corazón limpio puede servir plenamente a los demás!

Sabéis bien que cuando no se respetan los principios de la ley natural sobre la sexualidad se convierte a las personas en objetos, y todo el gran contenido del amor viene a reducirse a un mero intercambio egoísta. Se despoja de verdadera humanidad a la unión entre varón y mujer, rebajándola a la dimensión animal, que es incompatible con la dignidad de hijos de Dios. No faltan quienes convierten la capacidad generativa del hombre y de la mujer en objeto de comercio, proclamando como conquistas de la libertad lo que es pura y llanamente degradación de la persona y ofensa al Creador.

Jóvenes paraguayos, no dejéis que destruyan vuestro futuro, ¡no os dejéis arrebatar la riqueza del amor! Asegurad vuestra fidelidad, la de vuestras futuras familias que formaréis en el amor de Cristo.

6. Escuchad ahora la respuesta que el joven del Evangelio da a Jesús: “Todo esto lo he guardado” (Mt 19, 20)  “desde mi adolescencia” (Mc 10, 20). 

Aquel joven había cumplido los mandamientos; por eso, podía acercarse confiadamente al Señor; por eso, podía llamarlo Maestro. Si vosotros, muchachos y muchachas que me escucháis, queréis reconocer al Señor, debéis también estar dispuestos a cumplir los mandamientos. Si alguna vez el rostro de Jesús se difumina en vuestra vida; si alguna vez os asalta incluso la idea de que Dios no existe, preguntaos seriamente si estáis cumpliendo los mandamientos. No olvidéis que, con frecuencia, la pérdida de la fe no es un problema intelectual, sino más bien una cuestión de comportamiento. Y recordad que el primer paso para recuperar una fe aparentemente perdida, puede ser acudir al sacramento de la penitencia, en el que el mismo Cristo os espera para perdonaros, para abrazaros, para empezar una nueva vida.

Y si a pesar de vuestro esfuerzo personal por seguir a Cristo, alguna vez sois débiles no viviendo conforme a su ley de amor, a sus mandamientos, ¡no os desaniméis! ¡Cristo os sigue esperando! El, Jesús, es el Buen Pastor que carga la oveja perdida sobre sus hombros y la cuida con cariño para que sane (cf. Lc 15, 4-7). Cristo es el amigo que nunca defrauda.

7. En el relato evangélico vemos que el joven, tras afirmar que ha guardado todos los mandamientos, añade: “¿Qué me falta?” (Mt 19, 20).  Aquel corazón joven, movido por la gracia de Dios, siente un deseo de más generosidad, de más entrega, de más amor. Un más que es propio de la juventud; porque un corazón enamorado no calcula, no regatea, quiere darse sin medida.

“Jesús, fijando en él su mirada, lo amó y le dijo: Una cosa te falta; vete, vende lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo; luego, ven y sígueme” (Mc 10, 21). 

A los que han entrado por la senda de la vida en el cumplimiento de los mandamientos, en la observancia de la ley del amor como aquel joven (cf. Lc 18, 21),  el Señor les propone nuevos horizontes; el Señor les propone mesas más elevadas y les llama a entregarse a ese amor sin reservas. Descubrir esta llamada, esta vocación, es caer en la cuenta de que Cristo tiene fijos los ojos en ti y que te invita con la mirada a la donación total en el amor. Ante esta mirada, ante este amor suyo, el corazón abre sus puertas de par en par y es capaz de decirle que sí.

Sed generosos en la entrega a vuestros hermanos; sed generosos en el sacrificio por los demás y en el trabajo; sed generosos en el cumplimiento de vuestras obligaciones familiares y cívicas; sed generosos en la construcción de la civilización del amor. Y, sobre todo, si alguno de vosotros siente una llamada a seguirle más de cerca, a dedicarle el corazón entero, como los Apóstoles Juan y Pablo, que sea generoso, que no tenga miedo, porque no hay nada que temer cuando el premio que espera es Dios mismo, a quien, a veces sin saberlo, todo joven busca.

8. Hemos escuchado al final de este relato: “Al oír estas palabras, el joven se marchó apenado, porque tenía muchos bienes” (Mt 19, 22). 

“El joven se marchó apenado”. San Mateo relata lo que en realidad es una experiencia personal de tantos, quizá también de algunos de vosotros: la tristeza que se siente cuando se dice que no a Dios, cuando no se cumplen los mandamientos o cuando no se quiere seguir su llamada.

Aquel joven “tenía muchos bienes”. Tenia, sobre todo, como vosotros, una juventud que ofrecer: una vida entera que podía entregar al Señor. ¡Qué alegría si hubiera dicho que sí! ¡Qué maravillas habría podido realizar Dios en un alma generosa que se entrega sin reservas! Pero no, él prefirió “sus bienes”: su tranquilidad, su casa, sus cosas, sus proyectos, su egoísmo. Ante la alternativa de elegir entre Dios y su propio yo, prefirió esto último; y se marchó triste, nos dice el Evangelio. Optó por su propio egoísmo y encontró la tristeza. ¡ Jóvenes paraguayos! Cuando en vuestro seguimiento a Cristo se os presente la opción entre El –entre uno de sus mandamientos– y el placer pasajero de algo material y sensible, cuando se os presente la opción entre el ayudar al que os necesita y vuestro propio interés, cuando, en definitiva, tengáis que elegir entre el amor y el egoísmo, recordad el ejemplo de Cristo y haced valientemente la opción por el amor. Jóvenes que me escucháis, jóvenes que, sobre todo, queréis saber lo que habéis de hacer para alcanzar la vida eterna (cf. Mt 19, 16): decid siempre que sí a Dios y El os llenará de su alegría.

Queridos amigos del Paraguay, esta es vuestra hora. Cristo os llama y os dice: ¡Sígueme! Este seguirle es vivir sus mandamientos, guardar con fidelidad su Palabra, para que se forje en vuestro corazón un verdadero amor, para que vuestra vida sea una vida llena. Amadísimos jóvenes, decidle que sí; el Señor, la Iglesia y “el mundo necesitan, hoy más que nunca, vuestra alegría y vuestro servicio, vuestra vida limpia y vuestro trabajo, vuestra fortaleza y vuestra entrega” (Discurso a los jóvenes reunidos en Buenos Aires para la Jornada Mundial de la Juventud, 11 de abril de 1987) 

9. La vida de María fue un continuo sí al amor. A Ella que, desde el anuncio del ángel, “se ha abandonado a Dios completamente, manifestando la obediencia de la fe a Aquel que le hablaba a través de su mensajero” (Redemptoris Mater, 13),  a Ella acudo, bajo la advocación de la Virgen de los Milagros de Caacupé, para que os ayude en vuestro camino y en vuestra misión. Con Ella, que es la Estrella de la mañana, la Causa de nuestra alegría, nunca os marcharéis tristes, porque siempre os indicará el camino que lleva a su divino Hijo: el camino de la fraternidad, del servicio al hermano, de la honradez y la justicia; el camino del amor.

¡Che corazoité güivé, po mo maitei ha aipotá peeme guará mborayhu, tekovoyá ha yekopyty!

(Os saludo de todo corazón y deseo para todos vosotros amor, justicia y concordia).



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