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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL EMBAJADOR DE LA REPÚBLICA DEMOCRÁTICA Y POPULAR DE ARGELIA ANTE LA SANTA SEDE
*

Lunes 4 de diciembre de 1989

 

Señor Embajador:

Con placer acojo a su Excelencia en el Vaticano en su calidad de Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de la República Democrática y Popular de Argelia ante la Santa Sede.

Le agradezco el haberme transmitido el amable mensaje de su Excelencia el Presidente Chadii Bendjedid. Le agradecería tuviese a bien expresarle, a su vez, mi deferente saludo y mis mejores deseos respecto de su persona y del pueblo argelino, asegurándole particularmente mi simpatía hacia los que aún sufren a causa del grave seísmo que recientemente ha afectado a su país.

Su presencia en este lugar, Señor Embajador, manifiesta la preocupación de Argelia por mantener, en las relaciones entre las naciones, el respeto por las motivaciones de orden espiritual y religioso, y me alegro por ello.

En las palabras que me ha dirigido, usted ha evocado las aspiraciones de los hombres respecto de una verdadera fraternidad y de cara a la unidad, desde la práctica de la tolerancia y del diálogo. Son ideales que la Sede Apostólica se esfuerza por promover mediante su acción diplomática y a través del compromiso de los hijos e hijas de la Iglesia Católica, desde la convicción íntima de que Dios los llama a tejer, allí donde viven, una red de solidaridad y amistad para bien de todos los miembros de la familia humana. Asistimos hoy por hoy, exceptuando algunas situaciones de guerra e injusticia muy preocupantes, a un movimiento de acercamiento entre los pueblos, en los planos político, económico y cultural. Las convicciones religiosas dan un impulso profundo a esta tendencia. Ojalá puedan ser para los hombres factores de unidad, hermanarlos, hacerlos atentos, más responsables, más generosos en su servicio al bien común.

Permítame que aproveche la ocasión que me brinda este encuentro para expresar, por su medio, un cariñoso recuerdo hacia las comunidades católicas presentes en Argelia. Sé que, entre otras cosas, se aprecia el sacrificado trabajo de religiosos y religiosas en las instituciones al servicio de los pobres. Es deseo de los católicos seguir con su ministerio de oración en favor del pueblo en cuyo seno viven y de asistencia fraterna, así como aportar su colaboración en las diferentes tareas en orden al desarrollo del país, según sus posibilidades. Deseo que estas comunidades cristianas puedan siempre ejercer regularmente sus actividades específicas, gozando de modo estable de la garantía que ofrece el Derecho, como es justo que del mismo modo se beneficien de ella, por su parte, las comunidades musulmanas en los países de mayoría cristiana. Ojalá se desarrolle este recíproco reconocimiento de cara a favorecer un mejor diálogo entre musulmanes y cristianos.

Finalmente expreso mi deseo de que Argelia, cuyo compromiso en favor de la paz se ha manifestado en iniciativas destinadas a resolver dolorosos conflictos regionales, continúe promoviendo la concordia y la armonía en la comunidad internacional, atrayendo así sobre sus habitantes las bendiciones divinas prometidas a los constructores de la paz.

Al comenzar su misión, le ofrezco mis sinceros deseos de un feliz cumplimiento de la misma. Este seguro de que encontrará siempre aquí una acogida atenta y una cordial comprensión.

Sobre su Excelencia, sobre el Señor Presidente de la República, el Gobierno y el pueblo argelino, invoco la asistencia del Altísimo para que su país continúe su caminar hacia el progreso y hacía un desarrollo que responda cada vez más a las profundas aspiraciones de los que lo habitan.


*L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, 1990, n.2, p.10. 



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