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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS OBISPOS DE
ECUADOR
EN VISITA «AD LIMINA APOSTOLORUM»

Viernes 27 de octubre de 1989

 

Queridos hermanos en el episcopado:

1. Con gran gozo os doy mi más cordial bienvenida a este encuentro, con el que la Divina Providencia ha querido bendecir a su Iglesia, para acrecentar la comunión entre sus Pastores y hacer así que resplandezca cada vez más la unión íntima del Cuerpo Místico de Cristo. Como Pablo y Bernabé subieron a Jerusalén para recibir de Pedro orientaciones en su quehacer apostólico, siendo acogidos con gran alegría al contarles lo que Dios había hecho con ellos (cf. Hch 15, 4), así también vosotros habéis venido a visitar al Sucesor de Pedro, que os acoge gozoso de poder cumplir la misión recibida de “confirmar en la fe a sus hermanos” (cf. Lc 22, 32).

Las relaciones quinquenales que habéis presentado y los coloquios personales con cada uno de vosotros me han permitido profundizar y conocer mejor los problemas pastorales de las circunscripciones eclesiásticas confiadas a vuestro ministerio episcopal. Por otra parte, esta visita “ad Limina” trae a mi mente y a mi corazón las inolvidables jornadas vividas con los fieles del Ecuador en el año 1985. Recuerdo con emoción el fervor y entusiasmo con que fui acogido por el pueblo ecuatoriano particularmente en Quito, Latacunga, Cuenca y Guayaquil.

2. Como punto de partida de este encuentro deseo aludir a vuestra convicción de que en el Ecuador se hace necesaria una nueva evangelización que lleve a un conocimiento y seguimiento más profundo de Cristo, salvador del hombre. Así quisisteis proclamarlo en el documento colectivo “Opciones Pastorales”, como aplicación de las directrices de Puebla a vuestras comunidades. Aquel magno encuentro del Episcopado Latinoamericano puso de relieve la centralidad del Redentor en la acción evangelizadora: “En el misterio de Cristo, Dios baja hasta el abismo del ser humano para restaurar desde dentro su dignidad. La fe en Cristo nos ofrece así, los criterios fundamentales para obtener una visión integral del hombre que, a su vez, ilumina y completa la imagen concebida por la filosofía y los aportes de las demás ciencias humanas, respecto al ser del hombre y a su realización histórica” (Puebla, 305).

Vuestra común solicitud de servir a los hermanos os lleva a escrutar atentamente la realidad de vuestra patria y los “signos de los tiempos”, para interpretarlos a la luz de la fe. De esta manera podéis descubrir aquellos factores de mayor importancia relacionados con la situación religiosa y moral de los pueblos, el grado de conocimiento de la Palabra de Dios, la práctica auténtica de la fe, el sentido ético de la vida familiar, la actuación de las personas y los grupos en el campo social, político y cultural.

En todos los ámbitos habéis de hacer presente las enseñanzas del Hijo de Dios para influir así con mayor eficacia en la conducta del hombre y de la sociedad. Digno de encomio es vuestro empeño en la difusión de la Palabra de Dios, que os llevó a distribuir doscientos cincuenta mil ejemplares de la Biblia, con ocasión de mi visita pastoral al Ecuador, mientras ahora proyectáis poner a disposición de grupos y comunidades otros trescientos cincuenta mil ejemplares. Por mi parte os aliento a seguir impulsando una evangelización renovada que, teniendo como piedra angular la Revelación y siguiendo fielmente al Magisterio, sea dócil a las inspiraciones del Espíritu que asiste continuamente a la Iglesia.

3. En una época como la nuestra, en la que a veces se quiere prescindir del Magisterio para dar una interpretación personal del Evangelio, ha de ser preocupación de los legítimos Pastores vigilar para que la Palabra de Dios sea fielmente transmitida. Por otra parte, no faltan quienes, en aras de un erróneo secularismo, pretenden reducir la misión de la Iglesia al campo de lo puramente social, desfigurando así su naturaleza como sacramento de salvación.

Vuestra solicitud pastoral os ha de llevar a discernir y clarificar aquellas posiciones doctrinales que pueden poner en peligro la unidad de la grey o la fidelidad a las enseñanzas de la Iglesia. A la caridad y prudencia propias del Buen Pastor ha de acompañar la fortaleza, que, como a Pablo (cf 2Tm 2, 14-20; Tt 1, 10 ss.), os mueva a salir al encuentro de quienes hayan errado el camino, invitándoles a una adhesión explícita de la fe y a las orientaciones del Magisterio.

Una y otra vez hemos de recordar y tomar conciencia de la responsabilidad de ser Pastor de una grey y cuánto espera Dios de cada uno de vosotros. El Obispo, con su consejo, con sus exhortaciones, con su fidelidad al plan de Dios y con su amor a la Iglesia, así como con el edificante ejemplo de su vida (cf. Lumen gentium, 26), debe asumir el primer puesto en las tareas de la renovada evangelización que venimos proclamando ante el V centenario de la Evangelización de América. La función episcopal de ser guía y maestro para las comunidades eclesiales ha de llevarse a cabo siendo conscientes de que la autoridad de la que el Obispo, como Pastor de su grey, es depositario lo invita a ser servidor de todos (cf. Lc 22, 26-27; Lumen gentium, 27).

Frente a los graves males de la sociedad, que tanto afligen nuestro corazón de Pastores, se impone descubrir sus causas profundas para así tratar de llevar remedio y consuelo. La elevación espiritual y moral del hombre, para que logre la “estatura del hombre perfecto según Cristo” (Ef 4, 13), es el camino que conduce a la liberación verdadera e integral, basada en la dignidad de hijos de Dios.

En mi Encíclica “Redemptoris Mater” recordaba que “en el designio salvífico de la Santísima Trinidad el misterio de la Encarnación constituye el cumplimiento sobreabundante de la promesa hecha por Dios a los hombres después del pecado original” (Redemptoris Mater, 11). Aquí se halla la razón de nuestra esperanza y el fundamento del optimismo cristiano: Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen a la plenitud de la santidad.

4. En esta ardua tarea contáis con la ayuda preciosa de los sacerdotes, vuestros primeros colaboradores en la construcción del Reino de Dios. A ellos, queridos Hermanos, habéis de estar muy cercanos, compartiendo sus alegrías y dificultades, ofreciéndoles vuestra sincera amistad, ayudándoles en sus necesidades para incrementar así una firme comunión sacerdotal que sea ejemplo para los fieles y sólido fundamento de caridad.

En sintonía con lo anterior, y conscientes de la importancia que tiene para el presente y el futuro de la Iglesia en el Ecuador, os preocupa el problema de las vocaciones al sacerdocio ministerial y a la vida consagrada. A Dios gracias en los últimos años estáis viendo en vuestras comunidades un notable florecimiento de las vocaciones. El antiguo Seminario Mayor de San José, en Quito, cuenta en la actualidad con gran número de alumnos, a la vez que se han creado otros Seminarios Mayores en distintas diócesis. Por otra parte, con la puesta en funcionamiento de la Facultad de estudios filosófico-teológicos de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador, se han aunado esfuerzos para una mejor formación de los seminaristas y de los aspirantes a la vida religiosa.

Es necesario que en los Seminarios se dé gran importancia a la formación espiritual y pastoral de los alumnos. Por tratarse de futuros sacerdotes, el ambiente de estos centros de formación ha de ser de intensa piedad, de estudio, de disciplina, de caridad y de servicio. Estos son medios insustituibles para una adecuada preparación sacerdotal y religiosa.

5. Una pastoral vocacional bien estudiada lleva necesariamente a potenciar cada vez más la actividad catequética. La formación cristiana de la niñez y la juventud comporta en vuestro país un particular esfuerzo, ya que en los centros estatales de educación no se imparte la enseñanza religiosa. Por ello, se hace aún más necesario –como lo habéis puesto de relieve en vuestro último documento colectivo sobre educación– el incremento de la catequesis parroquial, así como una sólida formación cristiana de los niños y los jóvenes que frecuentan las escuelas y colegios católicos.

A ello podrán contribuir el Instituto Nacional de Catequesis y los demás centros que, a nivel diocesano, están dedicados a la conveniente preparación de catequistas y educadores en la fe.

El Concilio Vaticano II recordó repetidamente que la familia es el primer lugar de educación humana y que los padres son los principales educadores. La Iglesia, consciente de su responsabilidad respecto a la familia, asume decididamente su misión en la educación de las nuevas generaciones. Es bien conocida la contribución de las escuelas, colegios y centros superiores católicos en este terreno.

En un país cristiano como el Ecuador, nada más lógico y justo que sean tutelados los principios y los valores cristianos de sus gentes. Por ello, toda la sociedad ha de sentirse solidaria en la obra educativa, que hace la grandeza de la Nación. Mas, ¿cómo se podrá ofrecer a las nuevas generaciones ideales altos y nobles si no se eleva el nivel espiritual y moral de la familia ecuatoriana?

6. Bien conocéis, queridos Hermanos, los ataques de que es objeto hoy la institución familiar, su estabilidad, el respeto a la vida, la autoridad paterna, la inocencia de los niños. Campañas contra la natalidad, concepciones de la vida inspiradas en el secularismo y el hedonismo son motivo de viva preocupación para vosotros, particularmente en ciertas regiones de la costa ecuatoriana. Se hace necesario por tanto, intensificar una pastoral familiar que, orientada desde la Conferencia Episcopal, dé una nueva vitalidad a los movimientos apostólicos en favor de la familia, sensibilizando a los seglares católicos que actúan en la vida pública, para que las estructuras sociales y las disposiciones legales favorezcan mejor la unidad y estabilidad de la institución familiar. Los laicos cristianos han de estar convencidos de que construyendo la familia sobre las sólidas bases del Evangelio, colaboran también a construir la Iglesia (cf. Christifideles laici, 40).

En la formación de las conciencias, así como en la transmisión y difusión del Evangelio, juegan un papel importante los medios de comunicación social. La Iglesia ha de asumir cada vez con mayor determinación su responsabilidad en la orientación cristiana de estos medios tan importantes en la obra educativa. Es motivo de satisfacción constatar las metas alcanzadas por la Iglesia ecuatoriana en el campo de las emisoras de radio. A este propósito, recuerdo con gozo la cerimonia de bendición de la “Radio Católica Nacional del Ecuador” durante mi visita pastoral. Quiera Dios que la actividad radiofónica, así como los demás medios de comunicación social, sigan ampliando su influencia en favor de la evangelización y promoción espiritual y humana en los ambientes rurales y urbanos.

7. En vuestra labor evangelizadora, un sector que ha de ser objeto de particular solicitud pastoral son las comunidades indígenas. Sé que la población indígena, que se eleva a tres millones y medio aproximadamente, y que está establecida sobre todo en la región interandina y oriental, representa alrededor del 30 por ciento de la población total del Ecuador.

Conservo vivo aún en mi mente el entrañable encuentro de Latacunga con las comunidades y grupos indígenas, que por primera vez se congregaban en tal número, convocados por la Iglesia. Me alegra saber que aquella iniciativa ha contribuido decididamente a que las comunidades indígenas tomaran mayor conciencia de su propia identidad, de los valores de sus culturas y del puesto que deben ocupar en el conjunto de la población ecuatoriana.

La celebración del V Centenario de la llegada de la Buena Nueva a tierras americanas ha de ser ocasión propicia para renovar vuestro empeño en la evangelización en profundidad de las comunidades indígenas del Ecuador. Es pues necesario dar nuevo impulso y coordinar a nivel diocesano las directrices impartidas por la Conferencia Episcopal sobre la pastoral de los indios, montubios y afroecuatorianos. El Evangelio debe penetrar más aún en las culturas indígenas y hacer posible su expresión en la vida comunitaria, en la fe y en la liturgia. Una Iglesia viva y unida en torno a sus pastores será la mejor defensa para contrarrestar la labor disgregadora que ciertas sectas están llevando a cabo entre vuestros fieles, sembrando entre ellos la confusión y desvirtuando el contenido del mensaje cristiano.

8. La Iglesia se siente firmemente comprometida en su misión de iluminar a todos con la doctrina de Cristo, que es un mensaje de verdad, de justicia, y, sobre todo, de amor. Es exigencia del Evangelio mostrar particular predilección por los más necesitados. Por ello ha de fomentarse una activa preocupación social que se inspire siempre en la Palabra de Dios, en sintonía perfecta con el Magisterio de la Iglesia y en íntima comunión con los Pastores. La misión evangelizadora ha de abarcar la totalidad de la persona; en efecto, “el amor que impulsa a la Iglesia a comunicar a todos la participación en la vida divina mediante la gracia, le hace también alcanzar por la acción eficaz de sus miembros el verdadero bien temporal de los hombres, atender a sus necesidades, proveer a su cultura y promover una liberación integral de todo lo que impide el desarrollo de las personas” (Congr. pro Doctrina Fidei, Libertatis conscientia, 63). A este respecto, deseo repetiros el llamado que hice durante mi visita al Guasmo de Guayaquil: “Que nadie se sienta tranquilo mientras haya un niño sin escuela, una familia sin vivienda, un obrero sin trabajo, un enfermo o un anciano sin la adecuada atención” (Visita al Guasmo de Guayaquil, n. 5, 1 de febrero de 1985).

Antes de terminar, queridos Hermanos, os ruego transmitáis mi palabra de aliento a los misioneros, que con abnegada entrega y sacrificio dedican su vida a llevar el mensaje cristiano de salvación a las regiones más apartadas del Ecuador, particularmente en la selva amazónica y la costa. El Papa está siempre cercano a ellos en su plegaria al Señor, para que conceda muchos frutos a su labor apostólica. Que el dueño de la mies envíe numerosos operarios a esos territorios, fecundados recientemente con la sangre del Obispo Alejandro Labaca y la religiosa Sor Inés Durango.

Llevad igualmente a vuestros sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles el saludo del Papa, que los encomienda al Señor con gran afecto y viva esperanza.

A vosotros y a todo el amado pueblo ecuatoriano imparto complacido la Bendición Apostólica.



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