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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL EMBAJADOR DE POLONIA ANTE LA SANTA SEDE
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Sábado16 de junio de 1990

 

Excelencia, egregio Señor Embajador:

Con gran conmoción y alegría recibo las Cartas Credenciales por las cuales usted es acreditado como Embajador Extraordinario Y Plenipotenciario de la República Polaca ante la Santa Sede.

En virtud de este acto, usted comienza la noble misión de representar a Polonia; de mantener y estrechar las relaciones entre Polonia – tan cercana al corazón del Papa – y la Santa Sede.

Le agradezco sinceramente las palabras que me ha dirigido y de modo especial el saludo que me ha transmitido en nombre del Señor Presidente, el General Wojciech Jaruzelski, y al mismo tiempo le suplico le trasmita mis mejores votos por el bien de toda la nación polaca. Hace algunos meses se han reanudado las relaciones diplomáticas entre la Santa Sede y la República Polaca, hecho que, como ya se ha indicado en otra ocasión, posee un gran significado histórico porque es fruto del mejoramiento de los cambios que se están verificando en la patria. Polonia ha vuelto al camino del pluralismo político, de la libertad religiosa y de la democratización de la vida social. Se ha comenzado un gran proceso de renacimiento y de múltiple restauración espiritual, moral, económica y cultural de nuestro pueblo, que ha sufrido tanto en el curso de su historia. Este pueblo es actualmente el sujeto, el testigo y al mismo tiempo el arquitecto de estos cambios. De la colaboración recíproca y de la solidaridad de todos dependerá en gran parte el desarrollo positivo de este proceso del cual no se puede ya volver atrás.

Conocemos el camino que el pueblo ha recorrido para reconquistar su subjetividad.  Conocemos también la historia de la normalización de las relaciones entre la Santa Sede y Polonia, historia difícil que ha pasado por etapas de acercamiento recíproco para elaborar, finalmente, una fórmula de contactos permanentes bilaterales.

Polonia es el país cristiano que, desde sus orígenes, estaba siempre en profundo contacto, incluso a nivel diplomático, con Roma, primeramente mediante los legados papales enviados por la Santa Sede con ocasión de los acontecimientos más importantes, y más tarde, desde mitad del siglo XVI, mediante el nuncio. Así fue hasta el año 1939, cuando las operaciones bélicas interrumpieron este hilo de las relaciones oficiales con la Santa Sede. En el año 1945 se rompieron unilateralmente los pactos que estaban en vigor desde hacía siglos.

En la historia polaca después de la guerra se escribe, pues, el período triste y humillante de la persecución de la Iglesia y la tentativa de separarla de la autoridad de la Santa Sede, que adquirió la forma de confrontación violenta. Hay que recordar estos hechos para hacer justicia a la historia.

Usted ha recordado en su discurso que se abren ante Polonia tiempos nuevos, que estamos ante tareas múltiples y muy difíciles y que debemos ahora actuar activamente en las cuestiones que para nosotros son hoy más importantes.

Realmente se ha abierto ante Polonia con gran esfuerzo una nueva página de la historia. Ahora hay que escribirla y esforzarse para construir una nueva historia de Polonia en los umbrales del tercer milenio. La situación ha cambiado radicalmente. Mis compatriotas necesitan nuevas luces, nueva sabiduría, nuevos comportamientos y nueva solidaridad. El pueblo polaco debe escribir esta nueva carta de la historia unido interiormente, fuerte mediante la unidad y solidaridad que brota del espíritu cristiano, del patriotismo profundo y del sentido de responsabilidad ante Dios y la historia.

La Polonia del futuro es el país de justicia, de verdadera libertad, donde todos los ciudadanos se unen en busca del bien común.

Al escribir esta nueva carta de la historia de la nación polaca aparecen muchas dificultades. Deseo, pues, asegurarle que la Iglesia y la Santa Sede quieren colaborar con la nación y los gobernantes polacos así como el Gobierno y la nación desean colaborar con la Iglesia. Lo ha manifestado claramente el Presidente del Consejo de Ministros polaco, Tadeusz Mazowiecki, en su discurso inaugural, el día 12 de septiembre de 1989. El carácter de esta colaboración lo define claramente la constitución pastoral Gaudium et spes sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo: «La comunidad política y la Iglesia..., aunque por diverso título, están al servicio de la vocación personal y social del hombre. Este servicio lo realizarán con tanta mayor eficacia, para bien de todos, cuanta más sana y mejor sea la colaboración entre ellas, habida cuenta de las circunstancias de lugar y tiempo» (n. 76).

Estas normalidades aceleran la sana colaboración que surge de la confianza, de la buena voluntad y del respeto recíproco a los derechos de cada una de las partes. El hombre, en su dimensión existencial y trascendental, es un lugar de encuentro de la Iglesia y de la comunidad política.

El Gobierno polaco puede contar no sólo con la colaboración sino también con la ayuda de la Iglesia. Polonia necesita esta ayuda particularmente en el campo de la formación y de la restauración de valores morales, tan debilitados. El desarrollo moral de la persona humana es el fundamento de la prosperidad de toda la nación. Esto se refiere al desarrollo de la sensibilidad de la conciencia, al sentido de responsabilidad individual y colectiva, a la renovación de la familia, al nuevo «ethos» sobre el trabajo, a la actitud hacia el bien común, a la unidad en la actividad social y política, y a la restitución al hombre del sentido de la dignidad personal.

La Iglesia no solo sigue con interés y aprueba la política exterior actual del Gobierno polaco, sino que apoya esta política según sus posibilidades y su propia misión específica. Merece subrayarse la contribución del Gobierno en la construcción del nuevo orden internacional en Europa y en el mundo.

El problema de gran importancia para el futuro de la Polonia libre y democrática en el cuadro de la comunidad de los pueblos y de las naciones europeas es el reconocimiento definitivo de sus fronteras occidentales. El significado fundamental en el proceso de inicio de Polonia en el nuevo camino tiene también la ayuda solidaria de las naciones ricas y económicamente desarrolladas. En este momento decisivo no puede faltar tampoco la buena voluntad en el tomar conciencia y tratar de resolver el doloroso problema de la deuda exterior. Para resolver estos difíciles problemas no basta pensar sólo con categorías económicas, sino que hay que tener el valor de tomar en consideración también las razones morales e históricas de la nación polaca, su fidelidad a los ideales cristianos y humanos y su defensa a costo de enormes sacrificios. La inspiración para esta actitud era el conocido lema: «por nuestra libertad y la vuestra».

La Iglesia, consciente de su misión para con el hombre y las naciones, no trata de entrometerse en la vida político-social, sino que desea indicar, en el ámbito de su competencia, las motivaciones que vienen del Evangelio y de la fe. Las motivaciones que ayudan a unir los corazones y las mentes en la construcción de la sociedad sana, fuerte y tolerante, capaz de resolver los conflictos por el camino del diálogo, de la sociedad abierta al hombre y, en las relaciones internacionales, abierta a Europa y al mundo. La Iglesia quiere apoyar todo esfuerzo y toda iniciativa cuya finalidad sea el bien común de todos.

Deseo a la nación polaca, con la que me unen los vínculos de la sangre, que camine hacia un nuevo futuro fuerte con las experiencias del pasado, tranquila gracias a la sabiduría conquistada durante los últimos años, y segura de que con la colaboración solidaria de todos ciudadanos alcanzará el fin deseado.

Que Dios bendiga al Gobierno de la República Polaca, a su persona, Señor Embajador, a su familia y a sus colaboradores en la misión que le ha sido confiada.


*L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española n.28 p.8 (p.400). 



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