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VIAJE APOSTÓLICO A MÉXICO Y CURAÇAO

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS SACERDOTES, RELIGIOSOS, RELIGIOSAS,
SEMINARISTAS Y LACIOS COMPROMETIDOS


Ciudad de México, 12 de mayo de 1990

 

“Vosotros sois linaje escogido, sacerdocio real, nación consagrada, pueblo adquirido por Dios para proclamar las proezas del que os llamó de las tinieblas a su luz admirable” (1P 2, 9).

1. Estas palabras del Apóstol san Pedro que acabamos de oír durante el rezo de la hora litúrgica de vísperas van dirigidas de modo especial a vosotros, amadísimos sacerdotes, religiosos, religiosas, seminaristas y laicos comprometidos.

Qué alegría para mí, Sucesor de Pedro, peregrino de amor y de esperanza por los caminos de México, tener este encuentro de oración con vosotros, singularmente elegidos por Dios, para ser configurados como ministros y colaboradores en la edificación de su Iglesia (Presbyterorurm ordinis, 12). La plegaria litúrgica de esta tarde brota de unos corazones que se han consagrado al seguimiento del Señor, dispuestos a recorrer gozosamente el camino de la perfección y dedicar toda su fuerza y ardor a la acción evangelizadora.

Sean pues mis palabras, en primer lugar, un testimonio de honda gratitud por la preciosa y abnegada labor con que anunciáis la Palabra de Dios, administráis los sacramentos, dáis testimonio de castidad, pobreza y obediencia por amor a Cristo y lleváis ayuda y consuelo a los más necesitados. Gracias además por vuestros trabajos pastorales en el campo de la educación, de la salud, de las vocaciones, de la promoción humana; de esta manera hacéis vivo y operante el mandato del Señor de evangelizar a todas las gentes (cf. Mt 28, 19).

Asimismo, quiero agradecer las palabras que me ha dirigido el señor arzobispo de esta diócesis de Tlalnepantla, monseñor Manuel Pérez-Gil González, a la vez que me complace íntimamente la presencia de mis amados hermanos en el episcopado.

2. Nuestro encuentro de hoy es una ocasión excepcional para recordar a aquellos esforzados misioneros que, bajo la mirada materna de Santa María de Guadalupe, evangelizaron estas tierras mexicanas mediante su abnegada labor como testigos del Evangelio. Al igual que ellos ayer, los sacerdotes del México de hoy habéis asumido la enorme responsabilidad de hacer presente el Reino de Dios, con vuestra vida y con vuestro servicio al Señor y a los hombres, “para ofrecer dones y sacrificios por los pecados” (Hb 5, 1). Así como ellos tuvieron que afrontar creativamente el reto de lo que hoy denominamos “evangelización constituyente” (Puebla, 6), así también vosotros hoy tenéis delante un nuevo gran desafío: la nueva evangelización.

Mirando la realidad de vuestros pueblos, la conciencia cristiana se siente espoleada por la urgencia de entregarse a un nuevo proceso evangelizador. No faltan ciertamente motivos de preocupación ante la presencia de determinados factores que obstaculizan la acción de la Iglesia y dificultan la trasmisión de la fe a las nuevas generaciones.

En efecto, una secularización cada vez más penetrante pretende alejar de la conciencia de los hombres la referencia a su destino trascendente. El agnosticismo, presente en muchos, lleva a buscar infructuosamente toda clase de sucedáneos. Contemporáneamente, la disminución de la asistencia a las celebraciones de los misterios cristianos y la no suficiente atención a las manifestaciones de la auténtica piedad popular debilitan la necesaria y activa participación del creyente en la vida comunitaria. En este sentido, estamos asistiendo a la difusión de un modo intimista de concebir la fe, que olvida o posterga la proyección social del cristiano, a la falta de una mayor solidaridad con los que sufren y de un más decidido compromiso no ideológico sino evangélico- con los más pobres, sin excluir a nadie; a un consumismo que extiende cada vez más su presencia en muchos hogares y familias, poniendo el afán de poseer por encima de todo; a un proselitismo creciente de nuevos grupos religiosos que incluso ponen en peligro la identidad católica de México.

No constituyen tampoco una ayuda para superar tales situaciones ciertos signos de deterioro en la disciplina de la vida eclesial y respecto a la legislación canónica sobre la vida sacerdotal y religiosa, ciertas actitudes en el campo de la moral, así como conflictuales concepciones de la liberación y de determinadas formas erradas de entender la opción por el pobre (cf. Congr. pro Doctrina Fidei, Libertatis Nuntius, passim.).

Ante tal panorama urge, pues, que vosotros que habéis hecho la opción radical de seguir a Jesús, el Buen Pastor (cf Jn 10, 11)— en fidelidad al magisterio de la Iglesia, colaboréis incondicionalmente con vuestros obispos de manera intensa en las tareas de la nueva evangelización.

3. Para llevar a cabo dicha tarea, se hace necesario por parte de todos profundizar y corroborar más y más la conciencia eclesial. Como sacerdotes, debéis estar dispuestos a dar con vuestra vida y con vuestros actos públicos un constante testimonio de amor a la Iglesia, de íntima comunion con vuestros obispos de quien sois insustituibles colaboradores y de compromiso con la misión a la que habéis sido llamados “ in persona Christi ”(cf. Presbyterorurm ordinis, 2. 7).

Vuestra primera y gran responsabilidad ante el pueblo fiel es la de ser y mostraros sacerdotes irreprochables en el seguimiento de Cristo pobre, casto y obediente. México es un país de genuina tradición religiosa, cuyo pueblo es muy consciente de la dignidad del sacerdote. En vosotros espera ver siempre el modelo que les guíe y que se entregue con la generosidad de quien se ha consagrado al Señor en una vida de celibato, que le debe de capacitar para dedicarse indivisamente a la misión que se le ha confiado (cf. Ibíd., 16)

Sois también servidores de la Palabra  (cf. Ibíd., 4) . A tan alta responsabilidad corresponde la coherencia interna del ministro que debe buscar siempre el bien de aquellos a quienes sirve, transmitiendo fielmente la verdad íntegra del Evangelio. El servidor de la Palabra “no vende ni disimula jamás la verdad por el deseo de agradar a los hombres, de causar asombro...” (cf. Evangelii nuntiandi, 78). El sacerdote no debe servirse de la Palabra de Dios para la realización de sus propios proyectos, ni siquiera con supuesta buena intención para ayudar al cambio de una situación, desde su propia visión personal. El sacerdote debe acercarse humildemente a la Palabra que da vida y debe escucharla atentamente; acogerla en su corazón para meditarla, como María, la Madre del Señor (cf Lc 2, 19); hacerla parte de su propia vida y así anunciarla con fidelidad plena.

4. Como la Iglesia es signo de unión entre los hombres y Dios (cf. Lumen gentium, 1), y de los hombres entre sí, el sacerdote que recibe su misión de la misma Iglesia es un hombre llamado a ser artífice de comunión (cf. Presbyterorurm ordinis, 3.8-9.15).

¡Qué tarea tan importante es trabajar por la comunión! La Iglesia fue instituida por el Salvador para salvar y servir a la humanidad entera. Por eso, de vuestra actividad ministerial nadie debe quedar excluido. Cuando la Iglesia habla de opción preferencial por los pobres, lo hace desde la perspectiva del amor universal del Señor, que precisamente manifestó su preferencia por aquellos que más lo necesitaban. No es una opción ideológica; ni tampoco es dejarse atrapar por la falaz teoría de la lucha de clases como motor de cambio en la historia. El amor por los pobres es algo que nace del Evangelio mismo y que no debe ser formulado ni presentado en términos conflictivos.

En efecto, para salir al paso de reduccionismos inaceptables es imprescindible poner de relieve que este amor por los pobres, los marginados, los enfermos y los necesitados de todo tipo, no es exclusivo ni tampoco excluyente (Puebla, 1165). Jesús ha nacido, padecido, muerto y resucitado por todos los hombres. El ha venido a proclamar la filiación divina con el Padre, así como la fraternidad entre todos lo hombres, llamados a ser hijos en el Hijo (cf. Gaudium et spes, 22). Nada, pues, más ajeno a quien está llamado a actuar “en la persona de Cristo”, que reducir el alcance universal de su misión y de su amor (cf. Presbyterorurm ordinis, 6).

5. El mundo de hoy es testigo de la crisis ideológica de aquellos que ofrecían una sociedad nueva y proclamaban un hombre nuevo, sin reparar que era a costa de la libertad de la persona. Las legítimas aspiraciones del hombre han puesto en tela de juicio ideologías y sistemas que, negando toda trascendencia, pretendían satisfacer con sucedáneos los anhelos del corazón humano por los valores más elevados. La misma evolución de los acontecimientos ha demostrado que los valores auténticamente humanos de justicia, paz, felicidad, libertad, amor, no hacen sino potenciar el deseo de infinito, el ansia de Dios. “Fecisti nos, Domine, ad te et inquietum est cor nostrum donec requiescat in te”, nos recuerda san Agustín. Por eso, cuando el mundo empieza a constatar los inequívocos fracasos de ciertas ideologías y sistemas, resulta aún más incomprensible que algunos hijos de la Iglesia en estas tierras movidos a veces por el deseo de encontrar soluciones rápidaspersistan en presentar como viables unos modelos cuyo fracaso es patente en otros lugares del mundo.

Vosotros, como sacerdotes, no podéis involucraros en actividades que son propias de los fieles laicos. Si bien, por vuestro servicio a la comunidad eclesial, estáis llamados a cooperar con ellos ayudándolos a profundizar en las enseñanzas de la Iglesia.

No pocas de estas reflexiones destinadas a los sacerdotes pueden ser compartidas también por los demás participantes en este entrañable encuentro. Por ello os ruego, hermanos y hermanas todos, que, como miembros escogidos de la Iglesia de Dios en México, acojáis estos pensamientos que brotan de mi solicitud de Pastor y del amor que os profeso.

A todos los aquí presentes así como a todas las personas consagradas y a los demás agentes de la pastoral y de la acción apostólica; que a lo largo y ancho de este gran país están unidos espiritualmente a nuestra celebración, os exhorto a ser luz y sal que ilumine y dé sabor de virtudes cristianas a los individuos, a la familia, a la sociedad.

6. Quiero dirigirme ahora en particular a los religiosos y religiosas, parte selecta del pueblo de Dios en la obra evangelizadora de ayer, de hoy y del mañana. Vosotros habéis sido llamados a dar testimonio de la presencia de Cristo entre los hombres, asumiendo sin reservas el espíritu radical de las bienaventuranzas. Como miembros de la Iglesia con vocación de consagración peculiar, sois conscientes de que vuestro testimonio de vida comunitaria constituye ya de por sí un “medio eficaz de santificación” (Evangelii nuntiandi,69). Por consiguiente, sentíos gozosos de ser para los demás la imagen transparente de Cristo, irradiando por doquier el amor y la alegría de haber sido llamados a hacer vida los valores del Reino en su dimensión escatológica.

La oración, la vocación a la santidad, los consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia han de ser, queridos religiosos y religiosas, el eje en torno al cual gire toda vuestra vida. Por ello debéis, ante todo, renovar vuestra conciencia de consagrados día a día, pues cuanto mayor es el ritmo de la actividad y mayor es la inserción en el mundo, tanto más necesaria es la serena reflexión sobre la naturaleza y las características propias de la misión a la que estáis llamados.

No estáis inmunes de las presiones de una concepción secularista o consumista de la existencia. La fidelidad a vosotros mismos y a la llamada del Señor debe moveros a ser incansables en el discernimiento espiritual, así como en el examen cotidiano de vuestros actos, para que vuestra acción de servicio esté siempre encaminada hacia el bien.

7. Muchos de vosotros participáis de una manera intensa en la tarea de evangelizar la cultura. Hoy se ve cada día más claramente la importancia de tales labores al servicio del Reino de Dios.

En vuestras actividades como educadores debéis poner sumo cuidado en mostrar siempre una indefectible fidelidad a la Iglesia. Las enseñanzas del Magisterio no sólo deben mereceros una adhesión formal, sino también iluminar vitalmente el mensaje concreto del que sois portadores. No faltan hoy, por desgracia, exageraciones y errores ampliamente difundidos; por esto mismo habéis de estar muy atentos a desplegar vuestra labor educativa en plena sintonía con las orientaciones de vuestros obispos, que son maestros de la verdad (Discurso a la III Conferencia general del episcopado latinoamericano, 28 de enero de 1979). A este respecto, deseo recordaros el mensaje que dirigí al Episcopado Mexicano y a los superiores y superioras mayores de los religiosos de México, con ocasión de la Asamblea General de octubre pasado: “La naturaleza misma de la Iglesia que es misterio de comunión, exige que entre los pastores de las Iglesias particulares y los religiosos exista una estrecha colaboración que evite posibles magisterios paralelos y también programas pastorales que no reflejen suficientemente esta comunión y unidad”. Como personas consagradas, estáis llamados a ser, junto con vuestros pastores, servidores de la unidad del pueblo de Dios. Todo esfuerzo realizado, en nombre del amor y la fraternidad, por construir comunidades cristianas solidarias y reconciliadas es una preciosa aportación a las tareas de la renovada evangelización a la que el Papa viene convocando a toda la Iglesia en América Latina.

8. Estad, pues, atentos a no aceptar ni tampoco a dejaros imbuir por visiones conflictivas de la existencia humana ni por las ideologías que propugnan el odio de clases o la violencia, incluso cuando pretenden encubrirse bajo epígrafes teológicos (cf. Congr. pro Docrina Fidei, Libertatis Nuntius, XI). Por el contrario, buscad en el tesoro del Evangelio todo aquello que une a los hombres, y trabajad incansablemente para que cuanto constituye motivo de rencilla o enemistad sea superado por el mensaje de amor que nos muestran las palabras y los hechos de Jesús.

¡El Papa confía en vosotros, queridos religiosos y religiosas de México! ¡El Papa espera que con vuestro incomparable entusiasmo os entreguéis generosamente a la nueva evangelización! ¡Qué bendición para México si todos sus consagrados renovasen cotidianamente su compromiso de llevar el Evangelio a todos los rincones de esta acogedora tierra, a todos sus habitantes!

Íntimamente partícipes de esta misión y compromiso, desde la vida silenciosa y austera del claustro, se sienten las religiosas contemplativas, a quienes deseo ahora dirigir mi saludo de particular afecto y aprecio. «En este Cuerpo místico que es la Iglesia, vosotras también habéis elegido ser “el corazón”», os decía en mi mensaje del 12 de diciembre pasado, fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe.

¡La Iglesia valora inmensamente la vida contemplativa! El Papa quisiera ver que en todo el mundo, y por supuesto en México, aumenten los conventos y las vocaciones contemplativas. ¡Y es que el mundo está tan necesitado de oración! El mundo está necesitado del testimonio de personas que, dejándolo todo, sigan radicalmente a Jesucristo.

9. Motivo de particular alegría para mí es la presencia de tantos jóvenes seminaristas, esperanza de la Iglesia. Como aspirantes a la vida sacerdotal y religiosa, os aliento vivamente a dedicaros con generosidad y entusiasmo a vuestra formación. El ministerio sacerdotal al cual os sentís llamados exige de vosotros una sólida preparación espiritual, doctrinal y en virtudes humanas.

A los diáconos permanentes deseo animarles a una generosa dedicación a las comunidades a las que sirven como discípulos del Señor Jesús. Sed siempre auténticos maestros de la palabra y del ejemplo. También vosotros, que os habéis entregado a Dios como miembros de institutos seculares, estáis llamados a una intensa labor apostólica que se proponga orientar hacia Dios todas las realidades temporales.

Aunque ya he tenido ocasión de dirigirme directamente a los fieles laicos durante mi visita pastoral, no quiero dejar de expresar mi gozo ante la presencia de tan nutrida representación de laicos particularmente comprometidos en la construcción de la Iglesia y de una sociedad más pacífica, justa y fraterna. En vosotros saludo a todos los fieles laicos de este noble país, tan rico en manifestaciones de auténtico compromiso laical con la Iglesia de Jesucristo. ¡Llevad mi saludo a todos los laicos de estas tierras, junto con mi aliento, mi confianza, y mi bendición!

Para concluir, os invito a todos: sacerdotes, religiosos, religiosas, diáconos, seminaristas y fieles laicos a mirar a María como modelo de fidelidad, obediencia y entrega a la realización del plan de Dios. Imitad su “ sí ”, comprometiéndoos con renovada ilusión en la tarea de hacer presente en la sociedad mexicana el mensaje de amor que su Hijo Jesús nos trajo para enseñarnos el camino de la felicidad eterna.

A todos os bendigo de corazón.



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