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VIAJE APOSTÓLICO A MÉXICO Y CURAÇAO

CEREMONIA DE DESPEDIDA

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Aeropuerto internacional de Ciudad de México
Domingo 13 mayo de 1990

 

Queridos hermanos en el episcopado,
autoridades civiles y militares
amadísimos mexicanos todos:

Ha llegado la hora de dejar esta bendita y querida tierra de México.

1. Con mi mayor afecto me despido, pero no os digo adiós. Me quedo con vosotros, porque os llevo en mi corazón: mejor diría, mi corazón se queda en México: en los lugares que he visitado y en aquellos otros que debido a la brevedad del tiempo no me ha sido posible visitar, a pesar de las amables y numerosas invitaciones recibidas. Ahora, al momento de partir, doy fervientes gracias a Dios por haberme concedido el gozo de encontrar a la Iglesia de Dios que peregrina en México: una Iglesia llena de vitalidad en medio de la cual he podido compartir, con tantos hijos e hijas suyas unas jornadas intensas por las manifestaciones de fe, de amor fraterno y de firme esperanza. En mi recorrido por las diversas ciudades de la vasta geografía mexicana, he hallado siempre el calor humano y el afecto que brota del sentirse unidos por fuertes vínculos de fe. Llevo conmigo el imborrable recuerdo de un pueblo religioso que, en torno a sus pastores y unido al Sucesor de Pedro, está decidido a testimoniar en la sociedad mexicana el mensaje salvador de Cristo, mensaje de paz, de justicia, de amor.

2. En estos momentos vuelven a mi mente todas las personas a las que he podido acercarme en vuestras calles y plazas, y con las que he compartido breves momentos de gracia y de intensa comunión espiritual: aquí en la Ciudad de México, en Veracruz, Aguascalientes, San Juan de los Lagos, Durango, Chihuahua, Monterrey, Tuxtla Gutiérrez, Villahermosa y Zacatecas. De modo particular recuerdo la ordenación de sacerdotes en Durango, y expreso de nuevo mi gratitud a los padres y madres de México, que generosamente ofrecen al Señor sus hijos e hijas para la vida sacerdotal o religiosa.

No puedo olvidar que hoy es 13 de mayo, fiesta de la Virgen de Fátima, fecha muy significativa para mí por haber sentido de manera particular, tal día como hoy hace nueve años, la protección maternal de María. Por eso, en esta hora radiante de una mañana dominical, mis pensamientos y mis plegarias van hacia el santuario de Nuestra Señora de Guadalupe, para pedirle que me siga acompañando siempre en mi camino como Peregrino de la Evangelización y para que Ella, como Primera Evangelizadora de América Latina, ayude a la Iglesia, que está en este continente de la esperanza, a realizar la irrenunciable tarea de la nueva evangelización que deseamos, y que ya ha comenzado con ocasión del V Centenario de la llegada del Mensaje de Jesús a estas tierras.

3. En esta perspectiva, llena de luz y de confianza, a ti, querido pueblo de México, te repito la consigna que ya te propuse, hace once años, cuando tras haber besado, con honda emoción, este suelo, dirigí en la catedral primada mi primera alocución: “Mexicum semper fidele, México siempre fiel ”.

Mi oración se dirige a Dios rico en misericordia para que corrobore en cada uno de vosotros el firme deseo de afrontar los problemas con ánimo sereno y esperanzado, dispuestos a buscar soluciones por el camino del diálogo, de la concordia, de la solidaridad, de la justicia, de la reconciliación y del perdón.

Quiera Dios que vuestro país, que se gloría de haber dado a la Iglesia tantos ejemplos de acrisolada fe, contribuya también eficazmente a fortalecer los vínculos de amistad, de paz, justicia y progreso entre los miembros de la gran familia de Latinoamérica. Buscad incansablemente la armonía en la justicia y en la libertad. Así aseguraréis un porvenir mejor, no sólo para vosotros sino también para las futuras generaciones.

4. Ojalá que estas inolvidables jornadas de intensa comunión en la fe y en la caridad, ayuden a todos los mexicanos a renovar su compromiso de vida cristiana, su fidelidad al Señor, su voluntad de servicio y ayuda a los hermanos, particularmente a los más necesitados.

¡Adelante, México! El Papa se va, pero se queda con vosotros. El Papa os ama y desea permanecer a vuestro lado infundiéndoos ánimo para afrontar los problemas y acompañándoos por los difíciles caminos que tendréis que recorrer. ¡No tengáis miedo! Abrid de par en par las puertas a Cristo!

Antes de terminar deseo reiterar mi agradecimiento al señor Presidente de la República aquí dignamente representado por el señor Secretario de Relaciones Exteriores, así como a los miembros del Gobierno y a todas las autoridades civiles y militares, por las facilidades que generosamente han puesto a disposición en los diversos lugares, que han contribuido mucho al buen desarrollo de mi viaje pastoral. Que el Señor premie los esfuerzos que realizan para asegurar a su país un porvenir de paz y concordia, de justicia y bienestar para todos los mexicanos. Particular aprecio y gratitud he de manifestar a todos mis hermanos en el episcopado, a los sacerdotes, religiosos, religiosas y a tantas personas y entidades que, con dedicación y desprendimiento, han prestado un valioso servicio antes y durante mi viaje.

Una palabra de gratitud dirijo igualmente a los informadores, por el encomiable esfuerzo realizado en la prensa, la radio y la televisión, para informar sobre los diversos encuentros que se han llevado a cabo durante mi estancia en este entrañable país.

¡Dios bendiga siempre a México!
¡Dios bendiga a cada uno de sus hijos e hijas!
¡Dios bendiga el presente y el futuro de esta querida nación!
¡Hasta siempre, México!



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