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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL EMBAJADOR DE HUNGRÍA ANTE LA SANTA SEDE
*

Sábado15 de septiembre de 1990

 

Señor Embajador:

Con profunda alegría acojo hoy a Su Excelencia y recibo las Cartas Credenciales que lo acreditan ante la Sede Apostólica, en calidad de Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de la República de Hungría. He aquí, pues, renovados los lazos seculares que unen a vuestra patria con la Santa Sede, desde los primeros tiempos ilustres de San Esteban de Hungría, al que mi predecesor Pío XII presentaba en estos términos: «Figura gigante de soberano, legislador, pacificador, promotor de la fe y de las Iglesias, verdadero ‘hombre apostólico’» (L’Osservatore Romano, 11 de agosto de 1957).

Su misión comienza en un momento en el que su tan estimada patria ha tomado el camino de una profunda renovación. Después de años difíciles, Hungría reúne todas las energías de su pueblo para reconstruir un Estado moderno, donde cada uno pueda tener la posibilidad de participar en la vida social con libertad, donde la fidelidad a los valores más preciosos de vuestro pasado haga esperar que el Estado de derecho ofrezca a cada uno de sus ciudadanos la garantía de sus derechos humanos, la posibilidad de desarrollar sus mejores cualidades, el ejercicio pleno de sus responsabilidades a la vista de toda la sociedad.

Usted, Señor Embajador, ha subrayado justamente el lugar de su nación en el centro de Europa. Ustedes comparten con sus países vecinos la inestimable vocación de estar nutridos de nobles tradiciones de Oriente y Occidente, y de permitir así el reencuentro fructífero y la amistad constructiva de dos familias espirituales que han construido la civilización de este continente.

También con satisfacción y esperanza le he oído manifestar el deseo de Hungría de ocupar el lugar que le corresponde en el concierto de las naciones europeas. Desde hace tiempo, no he dejado de repetir que este continente no sería de verdad él mismo más que volviendo a encontrar una cohesión plena entre todos sus pueblos. Ahora se abre el camino para una cooperación cada vez más intensa entre los Estados, y para intercambios cada vez más ricos entre sus habitantes.

Usted conoce el continuo interés de la Santa Sede por la Conferencia sobre la Seguridad y la Cooperación en Europa, debido a las perspectivas que ésta ha abierto para consolidar la paz, intensificar la solidaridad, proteger los derechos de las personas y de los pueblos. A partir de ahora, su país está llamado no sólo a beneficiarse del apoyo económico que necesita, sino también a dar su contribución específica a una comunidad de naciones, unida por la herencia de un patrimonio histórico y espiritual común. Pues la vitalidad de las diversas culturas de los europeos los enriquece mutuamente. El hecho de la presencia de minorías vivas en diversos países constituye –así lo esperamos– un factor positivo de entendimiento y cooperación entre los pueblos.

Señor Embajador, usted ha querido evocar el papel histórico de la Iglesia Católica en la fundación del Estado Húngaro. Los católicos de su país, al volver a encontrar ya su plena libertad de acción, están dispuestos a participar con lealtad en la construcción de esa sociedad moderna y dinámica a la que aspiran todos sus compatriotas. El espíritu del Evangelio lleva a defender activamente los valores humanos, los fundamentos esenciales de la cultura, las virtudes necesarias para una vida social que destaque por la solidaridad generosa de todos.

A partir de ahora, la Iglesia Católica espera poder desarrollar libremente su actividad propia. Ella no tiene otra ambición que la de ser el testigo fiel de Cristo, reunir a los hombres en una comunión que les lleve a compartir con todos sus hermanos sus razones para vivir, su llamada a la conversión del corazón, al amor que es don de Dios y que lleva a servir al prójimo.

Desde hace mucho tiempo, la Iglesia en vuestro país ha llevado a cabo una acción cultural y educativa, cuidando especialmente la formación de la juventud, el apoyo a las familias, la salud moral de todos. La Iglesia, que desea aportar a la comunidad nacional el servicio notable de instituciones educativas, se alegra de reanudar con el Estado una relación de colaboración confiada. Y espera que se le faciliten los medios concretos para revitalizar las instituciones escolares y universitarias, con las que desea ponerse al servicio de la juventud de su país.

Señor Embajador: usted ha tenido a bien manifestar que el pueblo húngaro espera con fervor la visita que he de hacer a su patria el próximo año. Puedo decirle que, por mi parte, esa perspectiva me llena de alegría. Deseo ardientemente ir a animar a los fieles de la Iglesia Católica y saludar a toda la nación: éste es el sentido del viaje. Y estoy especialmente contento de poder celebrar solemnemente la fiesta de San Esteban en Budapest, como conclusión de mi visita pastoral el mes de agosto de 1991. No puedo olvidar que el santo rey de Hungría sentó las bases de la estructura eclesial en vuestra patria al fundar las principales sedes episcopales. También fue él quien exaltó el culto a la Madre de Dios, «Magna Domina Hungarorum» a la que invocaré, cuando me una a los fieles, para que su protección materna acompañe a los hijos e hijas de su pueblo por el camino que ellos empiezan hoy con valentía.

Le pido, Señor Embajador, que comunique a Su Excelencia el Señor Presidente de la República, así como a los miembros del Gobierno, mi agradecimiento por el cortés mensaje que le ha encomendado para mí. Deseo vivamente que se les conceda cumplir con éxito sus altos cargos.

En cuanto a usted mismo, Excelencia, sea bienvenido. Puede estar seguro que mis colaboradores no dejarán de darle todo el apoyo que pueda necesitar para cumplir su misión ante la Santa Sede. Hago fervientes votos por su persona, sus familiares y colaboradores. De buen grado imparto la bendición de Dios a usted mismo y a toda la nación húngara.


*L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española n. 42 p.6 (p.582).



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