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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS PARTICIPANTES EN UN CONGRESO
SOBRE SAN JUAN DE LA CRUZ


Jueves 25 de abril de 1991

 

1. Me es muy grato dar mi más cordial bienvenida a este encuentro a los organizadores y participantes en el Congreso sobre San Juan de la Cruz, que con motivo del IV Centenario de su muerte se celebra en la sede de la Pontificia Facultad Teológica e Instituto de Espiritualidad “Teresianum”, organizado por la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, y bajo los auspicios de la Embajada de España ante la Santa Sede y del mismo Instituto “Teresianum”.

La elección de Roma como sede de este Congreso responde sin duda al carácter universal de San Juan de la Cruz, así como al deseo de hacer presente su figura en el centro mismo de la Iglesia, que le ha reconocido el título de Doctor, y particularmente en Italia, donde existe un nutrido grupo de Universidades con especialidad en estudios hispanistas y un buen número de estudiosos de la obra literaria y doctrinal del Santo de Fontiveros.

El programa del Congreso presenta, además de una variada gama de investigadores y especialistas de talla internacional, un amplio abanico de temas en torno a San Juan de la Cruz, su época, su figura, sus obras desde la vertiente histórica, teológica, espiritual, ecuménica, literaria y estética, como exige la índole interdisciplinar de los estudios de una Universidad.

2. Este múltiple interés por la figura del Santo responde efectivamente a cuanto yo mismo escribía acerca de él en mi Carta Apostólica “Maestro en la Fe”, con motivo de la apertura del año jubilar: “Muchos son los aspectos por los que San Juan de la Cruz es conocido en la Iglesia y en el mundo de la cultura: como literato y poeta de la lengua castellana, como artista y humanista, como hombre de profundas experiencias místicas, teólogo y exegeta espiritual, maestro de espíritu y director de conciencias” (Maestro en la Fe, 4).

Y es que Juan de la Cruz, —al que santa Teresa llamó “hombre celestial y divino”— acentuando su humanidad y su apertura a la trascendencia, es un auténtico representante del más fino humanismo hispano del siglo XVI. El pone en el centro de sus enseñanzas al “homo viator”, al hombre en camino, peregrino por las noches oscuras de la vida, en búsqueda ansiosa y amorosa de Aquel que da sentido a la existencia.

San Juan de la Cruz se caracteriza como espíritu creador, experto de la palabra y de la expresión poética, que ha merecido ser llamada “el más santo de los poetas y el más poeta de los santos” (A. Machado) al haber sabido plasmar en sus grandes símbolos y en sus inimitables poesías, los más sencillos y a la vez los más hondos sentimientos de la existencia humana; por eso tiene talla y resonancia universal. En efecto, éste es el secreto de la permanente atracción que ejerce sobre tantos estudiosos, que ven en él un inagotable manantial de aguas vivas. Mi misma experiencia personal, durante el período que dediqué al estudio de la doctrina del Santo acerca de la fe, me confirma que hay mucho que profundizar en su pensamiento y escritos, porque es mucho lo que hay que ahondar en el misterio del hombre, que es como el centro mismo de toda su obra.

3. Para San Juan de la Cruz, Dios está en todo y todo está en Dios. Todo es presencia y don, todo nos lleva a Dios y todo nos lo ofrece como dádiva para resaltar lo precioso que es el hombre ante sus ojos, como vértice de la creación. El Doctor místico canta la belleza de la creación y del Creador, con un mensaje al hombre que se abre en la trascendencia a su vocación de infinito.

Por su expresividad simbólica y poética, por su universalismo, Juan de la Cruz es un hombre, podríamos decir, de frontera, como son de frontera sus experiencias humanas y místicas, las expresiones de su poesía y de su doctrina. En efecto, la difusión y el estudio de sus escritos lo sitúan en la vanguardia misma del diálogo; diálogo con aquellos que experimentan los límites de lo humano, en el sufrimiento de la noche oscura; diálogo a nivel ecuménico e interreligioso por el profundo aprecio que goza aun fuera de la Iglesia católica; diálogo con la cultura universal, como lo atestigua también este Congreso que ve reunidos en Roma a numerosos estudiosos sanjuanistas.

Como tuve ocasión de escribir en la Carta Apostólica “Maestro en la Fe”, antes mencionada: “Es motivo de gozo constatar. ...la multitud de personas que, desde las más variadas perspectivas, se acercan a sus escritos: místicos y poetas, filósofos y psicólogos, representantes de otros credos religiosos, hombres de cultura y gente sencilla. Hay quienes se acercan a él atraídos por los valores humanistas que representa, como puede ser el lenguaje, la filosofía, la psicología. A todos habla de la verdad de Dios y de la vocación trascendente del hombre” (Maestro en la Fe, 17).

4. Me complace que vuestro Congreso haya rendido al Santo un merecido homenaje cerca de la Sede de Pedro. Con el mismo espíritu, tendrá lugar en Ávila (España), en septiembre próximo, otro Congreso Internacional Sanjuanista con el que la Comisión Eclesial General quiere hacer llegar los ecos del gran místico español a todos los ambientes del País.

La búsqueda de la verdad, de la bondad, de la hermosura, del “verum, bonum et pulchrum”, caracteriza las más profundas aspiraciones humanas. Sobre estos valores trascendentes, tan necesarios para nuestra sociedad, se abre el más fecundo diálogo entre la fe y la cultura. Un diálogo cada vez más necesario para que la verdad esté por encima de las ideologías, la bondad y el amor superen las divisiones y los odios, los valores del espíritu construyan el hombre interior, y la aspiración a la belleza trascendental lo eleve a su verdadera dignidad de hijo de Dios. ¿No es éste en definitiva el mensaje del Doctor Místico?

A San Juan de la Cruz confío especialmente mis deseos de que sea cada vez más intenso el diálogo entre la cultura y la fe, como conviene a la gran tradición universitaria de España; también en esa Universidad Internacional, que tan relevante papel ha desempeñado en este Congreso, y que lleva el significativo nombre de un polígrafo profundamente creyente como fue el Profesor Marcelino Menéndez y Pelayo.

Al agradecer a todos su presencia aquí, invoco las bendiciones de Dios para que haga muy fecundos los frutos de vuestros trabajos, y que la luz que dimana del místico español ilumine los caminos de tantas personas que, a pesar de los obstáculos, buscan los valores trascendentes porque sólo ellos pueden saciar las más íntimas aspiraciones del corazón humano.



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