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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL EMBAJADOR DE FINLANDIA
ANTE LA SANTA SEDE
*

Viernes 21 de junio de 1991

 

Señor Embajador:

Me complace darle la bienvenida al Vaticano y aceptar las Cartas que lo acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario ante la Santa Sede. Recordando con mucho gusto la cordial acogida y la hospitalidad que me brindaron durante mi visita pastoral a Finlandia hace dos años, le ruego transmita mis saludos al presidente Koivisto y a los miembros del Gobierno, asegurándoles mis cordiales votos de felicidad por el bienestar de su País y de todo su pueblo.

Agradezco a Su Excelencia la amable referencia a los esfuerzos que ha llevado a cabo la Santa Sede para promover la justicia y la paz en el mundo. Mi visita a su País y, en particular, mi discurso a la Asociación Paasikivi en Helsinki, me brindó la oportunidad de explayarme sobre la naturaleza de la presencia y actividad de la Santa Sede en la comunidad internacional y señalar que el objetivo de su actividad consiste en fomentar el respeto a los principios éticos y morales primordiales, que son los fundamentos de la cooperación armoniosa entre las naciones con miras al bien común de toda la humanidad. El primero entre estos principios es el respeto a la dignidad de la persona humana y los derechos inalienables que brotan de esta dignidad. Como resultado del éxito de la Conferencia sobre la seguridad y la cooperación en Europa, celebrada en vuestra capital en 1975, el nombre de Helsinki ha llegado a ser casi sinónimo de la convicción de que el respeto a los derechos humanos constituye el fundamento esencial de un mundo de paz y justicia. Esta convicción, que es además parte integrante de la visión cristiana del hombre y de la sociedad, está profundamente arraigada en la cultura de vuestro pueblo; confío en que siga inspirando siempre el progreso de Finlandia y su desarrollo en la comunidad de las naciones.

Como han demostrado los acontecimientos de esta centuria, el rechazo a reconocer el respeto a la dignidad humana y la libertad como imperativo moral que ha de ser aplicado a todos los sectores de la actividad humana, conduce inevitablemente a graves injusticias y a actos de violencia contra individuos y enteros grupos sociales. Podemos alegrarnos por los profundos cambios que se están llevando a cabo en las estructuras y políticas de muchos países, especialmente en Europa central y oriental; los líderes de estos países han de estar preparados para afrontar, con la colaboración inteligente de todos los sectores de la sociedad, los desafíos numerosos y nuevos que ya exigen urgente atención. Quisiera hacer notar, entre las amenazas más serias contra la dignidad humana, la aparición de un concepto de libertad separado de la verdad y de las exigencias de la ley moral trascendente. La sociedad no puede vivir una ética vacía. Algunos imperativos morales brotan del ser y de la naturaleza de las cosas, sobre todo del hombre y de su vocación a la paz y la coexistencia constructiva con los demás.

Un aspecto importante de la actividad de la Santa Sede en el concierto de la comunidad internacional es el suscitar la atención hacia los valores éticos y morales que están implicados en las decisiones y las políticas que afectan a la vida de los hombres. La Santa Sede insiste en el hecho de que los esfuerzos para solucionar los problemas nacionales e internacionales requieren cambios importantes de actitud, de comportamientos y de estructuras, así como la atención a la dimensión espiritual de la vida (cf. Centesimus annus, 60). Dado que la salud de cualquier sociedad depende en última instancia de la integridad con que sus ciudadanos trabajen juntos para afrontar sus problemas sociales a la luz de los criterios de verdad, justicia y moralidad, manifiesto nuevamente la esperanza de que los esfuerzos de su nación en esta dirección permanezcan «arraigados en los elevados principios morales y sociales que son parte de la herencia más preciosa de Finlandia» (Encuentro con el Presidente Koivisto, Helsinki, 4 de junio de 1989).

Aunque los católicos representan sólo una pequeña porción de la población de Finlandia, también tienen que dar una contribución activa al bienestar de su País. La Iglesia desea ayudar al desarrollo del orden firmemente enraizado en el respeto a la dignidad humana, educando a los hombres en los valores espirituales, inculcándoles principios éticos y morales, y mostrando una solicitud especial hacia los más indefensos y pobres. En efecto, el modo como la gente está comprometida en la construcción de su propio futuro depende, en última instancia, de la comprensión que tiene de sí misma y del destino humano. Como he señalado en mi reciente encíclica Centesimus annus, «es en este nivel donde tiene lugar la contribución específica y decisiva de la Iglesia en favor de la verdadera cultura» (n. 51). En este marco, espero que las ya buenas relaciones existentes entre Finlandia y la Santa Sede lleven a una comprensión más íntima y a una cooperación mayor en materias de interés común.

Señor Embajador, le expreso mis mejores deseos de éxito al comenzar su misión, asegurándole la colaboración de los diversos organismos de la Santa Sede para asistirlo en su trabajo. Invoco cordialmente sobre usted y todo el pueblo de Finlandia las abundantes bendiciones de Dios Todopoderoso.


*L'Osservatore Romano, edición Semanal en lengua española, n.31, p.11.



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