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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL NUEVO EMBAJADOR DE ARGELIA
*

Martes 19 de noviembre de 1991

 

Señor Embajador:

Recibo con alegría a Su Excelencia en el Vaticano como nuevo Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de la República Democrática y Popular de Argelia ante la Santa Sede.

Le agradezco vivamente los amables saludos que me ha dado de parte de Su Excelencia el Presidente Chadli Benyedid. Le ruego que, al regresar a su País, transmita al Señor Presidente mis votos de felicidad para su persona, así como mis mejores deseos para el cumplimiento de su noble cargo. Saludo igualmente a los miembros del Gobierno, en particular al Señor Lakhdar Brahimi, Ministro de Asuntos Exteriores, e invoco la ayuda de Dios para quienes tienen altas responsabilidades al servicio de la Nación Argelina.

Usted ha recordado en su discurso los esfuerzos de la Sede Apostólica en favor de la paz, la seguridad y la justicia en el mundo. Argelia, como afirmó usted, comparte esos mismos ideales y apoya su realización. Me complace oírle renovar esos propósitos generosos de su País, que ha puesto en práctica su compromiso en favor de la concordia en el seno de la comunidad internacional con ocasión de los dolorosos conflictos de esa zona.

Si se desea mantener relaciones justas y pacíficas entre los pueblos es importante, entre otras cosas, que se tenga en cuenta el rico terreno de los valores espirituales. Precisamente su presencia aquí, Señor Embajador, manifiesta la estima y el respeto que siente su nación por los valores de orden religioso. La Iglesia Católica, por su parte, se esfuerza por suscitar y entablar un diálogo auténtico con los miembros de las demás confesiones, a fin de profundizar el conocimiento y la comprensión mutuos, de manera que se pueda prestar un mejor servicio a la causa de la paz. En la encíclica Centesimus annus, que publiqué este año, lancé un llamamiento a las Iglesias Cristianas y a todas las grandes religiones del mundo para alentarlas a dar un testimonio unánime de las convicciones comunes sobre la dignidad del hombre, creado por Dios. Lo he hecho persuadido de que «tendrán hoy y mañana una función eminente para la conservación de la paz y para la construcción de una sociedad digna del hombre» (n. 60).

Señor Embajador, permítame aprovechar esta ocasión para saludar cordialmente, por medio de su persona, a la comunidad católica presente en Argelia. Deseo manifestar mi solicitud a todos sus miembros; quisiera, asimismo, alentarlos a proseguir su ministerio de asistencia fraterna y de oración en favor de los hombres y mujeres con los que conviven. ¡Ojalá sigan estableciendo lazos de amistad y contribuyan, con sus hermanos y hermanas musulmanes, al desarrollo de su País! Espero que esas comunidades cristianas puedan desarrollar siempre con normalidad sus propias actividades y que gocen de la misma garantía del derecho que encuentran las comunidades musulmanas que viven en países de mayoría cristiana. ¡Que cristianos y musulmanes, impulsados por sus convicciones religiosas, se conviertan en un factor de unidad, reconciliación y compromiso responsable al servicio del bien común.

En este momento, en que comienza su misión, le expreso mis mejores deseos de éxito, asegurándole que aquí encontrará siempre una acogida atenta y una comprensión cordial.

Invoco la asistencia del Todopoderoso sobre usted, sobre Su Excelencia el Señor Presidente de la República, sobre el Gobierno y el pueblo argelino, de forma que su nación prosiga su marcha hacia un progreso y un desarrollo que respondan a las aspiraciones profundas de todos sus miembros.


*L'Osservatore Romano. Edición Semanal en lengua española 1992 n.1 p.10.



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