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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A UNA PEREGRINACIÓN DE ESPAÑOLES RESIDENTES EN SUIZA

Sábado 30 de mayo de 1992

 

Queridos hermanos y hermanas:

Me es grato daros mi más cordial bienvenida a este encuentro que, en vuestra peregrinación a Roma, habéis deseado tener con el Sucesor de Pedro, para compartir vuestras experiencias y anhelos, y recibir también una palabra de estímulo y aliento en vuestra vida cristiana.

A vosotros que, como José y María de Nazaret, habéis experimentado las dificultades de dejar la propia patria, la Iglesia os mira con gran aprecio, tratando de compartir vuestras preocupaciones y esperanzas, y asistiéndoos en vuestras necesidades espirituales. La condición de emigrante en tierras lejanas a la de origen significa tener que afrontar una serie de problemas como son la lengua, costumbres y cultura, que a veces acarrean no pequeños obstáculos para una adecuada inserción social. Ahora bien, toca a las instancias públicas y también a los responsables de vuestras comunidades eclesiales crear apropiadas condiciones de acogida y solidaridad, bajo el signo de la fraternidad y sin ningún tipo de discriminación.

Al mismo tiempo, os aliento a que en vuestra vida tengáis una visión cristiana de la persona, de su destino eterno y del valor trascendente del trabajo, para que el misterio de vuestra existencia se realice a la luz del Evangelio, con la ayuda de los sacerdotes que atienden celosamente esas Misiones españolas.

Antes de concluir este encuentro, os ruego que llevéis el afectuoso saludo del Papa a vuestros amigos y compañeros de trabajo, así como a vuestras familias, a la vez que os imparto de corazón la Bendición Apostólica. 



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