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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL EMBAJADOR DE FRANCIA ANTE LA SANTA SEDE
*

Jueves 25 de noviembre de 1993

 

Señor Embajador:

1. Con ocasión de esta ceremonia de presentación de las cartas que lo acreditan como embajador de la República de Francia ante la Santa Sede, me complace darle la bienvenida a Roma. Quiero manifestarle mi sincero agradecimiento por las palabras que ha pronunciado, abordando muchos temas que me interesan.

Por medio de usted, señor embajador, quiero dirigir un saludo deferente a su excelencia, el señor presidente de la República francesa, así como a los miembros del Gobierno. Le agradeceré que se haga intérprete ante el jefe del Estado de mis mejores deseos para su persona y para la prosperidad y la felicidad de sus compatriotas.

Como ha recordado usted, señor embajador, Francia pertenece al mundo mediterráneo que ha visto surgir las más grandes civilizaciones y por cuyos caminos el cristianismo llegó muy pronto a su historia; y sigue mostrando su interés por los países que bordean el Mare nostrum. También ha evocado usted el florecimiento de santos que nacieron en su país. Desde san Dionisio y santa Genoveva, san Francisco de Sales y santa Luisa de Marillac, sin olvidar, más recientemente, a santa Claudina Thevenet o santa María Luisa de Jesús Trichet, fueron muchos los que dedicaron sus fuerzas y su genio al anuncio de la buena nueva de Cristo resucitado, convirtiéndose en apóstoles de sus contemporáneos. Las numerosas fundaciones religiosas, desde la Edad media basta nuestro siglo, el impulso misionero que llevó a sus compatriotas a los cinco continentes, y la preocupación de una investigación intelectual profunda, han contribuido a arraigar el catolicismo francés en la vida de la nación. Formulo votos para que esta noble herencia siga viviendo en la conciencia de sus compatriotas y no deje de estimular su fe, su esperanza y su caridad. Los católicos franceses tienen que seguir transmitiendo también hoy lo que han recibido según la expresión de san Pablo.

Al acogerlo, señor embajador, quiero saludar a todos los católicos franceses, con un pensamiento particular para sus compatriotas que viven en Roma, muchos de los cuales colaboran conmigo.

2. Muchas veces he tenido la oportunidad de visitar su patria como Sucesor de Pedro. He querido decir a los fieles franceses que conocía las dificultades que atravesaban, pero también la calidad de su fe, que numerosas señales alentadoras han confirmado últimamente. El nacimiento de nuevos movimientos y de nuevas comunidades, animados por un espíritu evangélico generoso, el desarrollo de la acción caritativa al servicio de los mas necesitados, dentro y fuera, y la preocupación misionera, manifestada en los trabajos de los recientes sínodos diocesanos, dan testimonio de la vitalidad de los miembros de la Iglesia en Francia.

3. Señor embajador, en su discurso ha indicado algunos aspectos de lo que Francia desea aportar en el concierto de las naciones. Ciertos acontecimientos recientes de la actualidad internacional han mostrado una vez más que es posible, por el camino de las negociaciones, hacer que reine el silencio de una paz justa allí donde resonaba el fragor de las armas, curar las llagas donde se multiplicaban las heridas, y buscar los caminos de la justicia donde prevalecía la violencia de los antagonismos. Por su parte, la Santa Sede quiere animar todos los esfuerzos realizados en cada ámbito, tanto por las diferentes naciones como por los organismos internacionales, para afirmar que la justicia y la solidaridad han de ser los cimientos sobre los que se construya una civilizaci6n verdaderamente humana.

4. Señor embajador, usted ha descrito las dificultades que la sociedad francesa experimenta actualmente, al igual que el conjunto de Europa. La Iglesia no puede menos de unir sus esfuerzos a los que se realizan para que todos los habitantes de este continente conserven la esperanza y el sentido de la solidaridad. Las naciones europeas saben que deben coordinar sus esfuerzos para superar los obstáculos que han surgido a causa de la actual coyuntura económica y social, a fin de garantizar a todos sus habitantes los medios que les permitan llevar una vida decorosa en condiciones que respeten y favorezcan su dignidad.

Esta colaboración, fundada en el reconocimiento de valores verdaderos, tiene que dar mayor consistencia a la persona y a los ideales, concentrar las energías dispersas y hacer de todo este continente un lugar de paz, de justicia y de libertad, según el espíritu del lema de mi predecesor, el Papa Pío XII, que me agrada repetir: Opus iustitiae pax. Si la paz es fruto de la justicia, es necesario que los protagonistas de la vida internacional lleguen juntos a poner fin a los conflictos que ensangrientan tierras muy cercanas. Como usted ha dicho, su país participa, al igual que la Santa Sede, en la Conferencia sobre la seguridad y la cooperación en Europa y en el proceso que la prolonga para buscar la paz en este continente. Quiera Dios que estos trabajos hagan cesar los enfrentamientos destructores que afectan a los más pobres, transforman en ruinas buena parte del patrimonio de la humanidad y destruyen la convivencia de los pueblos.

5. Francia brinda copelación activa a muchos países de África y Asia, los llamados países del tercer mundo, cuyos inmensos recursos humanos y espirituales he podido apreciar en mis visitas pastorales. Usted ha recordado el trabajo admirable, frecuentemente desconocido, que realizaron los misioneros, los educadores y los pioneros procedentes de su nación, poniéndose al servicio de sus hermanos de otras tierras. Mucho queda todavía por hacer, con paciencia y perseverancia, para que todos tengan acceso a la educación y a la asistencia sanitaria, y para que las instituciones favorezcan el ejercicio razonable de la libertad y la promoción de iniciativas responsables de los hombres y las mujeres de todos los pueblos. Albergo la esperanza de que el espíritu de solidaridad activa e iluminada de su nación contribuya, en numerosos países en vías de desarrollo, aún poco favorecidos, a que sus habitantes realicen las actividades necesarias para su desarrollo.

6. Su estancia en la ciudad eterna, que acoge a tantos hijos de todo el mundo, le permitirá captar directamente la sed de paz y de armonía social que todos sienten. Al servicio de una humanidad que busca, a veces confusamente y a tientas, el camino de su futuro, la Sede Apostólica quiere dar su contribución, y se congratula de que, gracias a la presencia de sus representantes, numerosos países quieren imitar las acciones que les inspira su misión espiritual.

Me complace asegurarle, señor embajador, que puede contar con el apoyo activo de quienes colaboran conmigo para hacer posible que el Sucesor de Pedro realice la misión que ha recibido.

Señor embajador, formulo mis mejores votos para el cumplimiento de su alta misión. De todo corazón le imparto mi bendición apostólica a usted, a sus seres queridos y a sus colaboradores.


*L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española n.50 p.7 (p.679).



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