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VIAJE APOSTÓLICO A LITUANIA, LETONIA Y ESTONIA
(4-10 DE SEPTIEMBRE DE 1993)

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
 A LOS MIEMBROS DEL CUERPO DIPLOMÁTICO
*

Vilna
Domingo 5 de septiembre de 1993

 

Excelencias; señoras y señores:

1. Me alegra acogeros en la sede de la nunciatura apostólica de Lituania. Agradezco a vuestro decano, monseñor Justo Mullor García, las palabras que me ha dirigido en vuestro nombre. Ha expresado vuestra preocupación por ayudar a un pueblo que puede vivir de nuevo en la libertad finalmente recuperada, así como vuestro deseo común de servir a la causa del diálogo internacional. En definitiva, se trata de la paz en el mundo y, en especial, en la región báltica. Como ya he te nido ocasión de decirlo a mi llegada, es para mí una gran alegría hallarme en esta tierra. El hecho de que durante este viaje pastoral pueda reunirme con las autoridades y el pueblo lituano es un signo evidente de que acaba de cerrarse un capítulo de la historia dramática de esta región. Ahora Europa ya no está dividida radicalmente por ideologías opuestas, sino que se ha comprometido en el camino de la cooperación entre los pueblos; es un trabajo de amplio alcance, que requiere paciencia y necesita la participación de todos los habitantes de las naciones interesadas, que deben renovar entre sí los lazos de fraternidad y solidaridad para vencer los rencores acumulados en los períodos anteriores.

2. Soy consciente de que hablo en presencia de un grupo de diplomáticos que, en cierto sentido, hay que considerar como pioneros. En Vilna, la capital, habéis formado parte de los primeros testigos del renacimiento de Lituania y de los pueblos bálticos. Sois observadores muy cualificadas de la nueva situación que se ha creado en esta región rica en historia y cultura, que ha permitido el restablecimiento paulatino de la democracia. Acreditados en Lituania, estáis en inmejorable situación para ponderar el significado profundo de esos acontecimientos, así como de sus consecuencias humanas y sociales.

3. Durante el casi medio siglo en que —al igual que los otros dos países bálticos y muchos más— estuvo sometida al régimen marxista, a Lituania le negaron su identidad nacional y su autonomía política. Un poder centralizador ejerció fuertes presiones y apremios insoportables sobre las personas y los pueblos. En efecto, aunque el mundo acababa de salir de una primera explosión sangrienta y destructiva, en 1918, muchos políticos europeos seguían razonando únicamente en términos de intereses nacionales y de guerra, de poder ideológico y de violencia social, en lugar de dedicarse a construir la paz. Eso condujo a la firma de pactos secretos y alianzas vergonzosas, así como a un nuevo enfrentamiento armado que borró del mapa a naciones enteras. Se abatió entonces sobre el mundo occidental un verdadero cataclismo, cuyas huellas han permanecido durante cincuenta años.

A la luz de las lecciones de la historia, la diplomacia debe dedicarse ahora a apoyar el diálogo entre las fuerzas políticas de las naciones que aspiran a recuperar su unidad y su autonomía legítimas. Puede y debe hacer mucho para suprimir radicalmente los gérmenes de la discordia, que pueden aparecer en cualquier época. Sé bien que la influencia de los intereses particulares es aún grande y que la tentación de la violencia sigue siendo fuerte. Con todo, el diplomático, comprometido en el desarrollo de los pueblos y en el respeto de la dignidad de las personas, puede alentar o promover iniciativas que, en la actual coyuntura, serán contribuciones preciosas para Lituania y para los otros dos países bálticos. En las naciones que están saliendo de un régimen totalitario la comunidad internacional tiene el deber de favorecer la vida democrática, que responde a las legítimas aspiraciones de las personas y de los pueblos a gobernarse por sí mismos. El ejercicio de la democracia requiere un largo y paciente aprendizaje y una maduración, que pueden realizarse con el apoyo indispensable de los países en que, desde hace muchos años, se vive esa forma de gobierno, que consiste en la participación de todos los ciudadanos en la vida pública.

Los efectos negativos de ciertas alianzas diplomáticas del pasado han de ser siempre un recuerdo vivo para todos los ciudadanos de una nación. Los intereses de las grandes potencias no deben obligar nunca a un Estado pequeño a convertirse en un satélite, para beneficio de un poder extranjero, ni suprimirlo como nación libre de conducir el destino colectivo de las personas que lo componen, ni mucho menos poner a sus ciudadanos bajo el yugo pesado de una autoridad extranjera. Todo gobierno que quiere defender su autonomía ha de preocuparse también por defender la independencia de las demás naciones. Sin duda alguna, todo el continente reforzará así su estabilidad política y su democracia, y ese afianzamiento es indispensable para la paz entre las personas y los pueblos.

4. En medio de las múltiples dificultades de los años pasados, Lituania se ha convertido en un país ejemplar, que no puede menos de alentar la búsqueda de soluciones negociadas para todos los conflictos aún existentes en este continente.

En el marco que conocemos hoy, la diplomacia está llamada a adoptar formas nuevas; recibe nuevas tareas, de las que mucho esperan los pueblos que han recuperado su libertad. Entre las principales preocupaciones de las misiones diplomáticas figura hoy la voluntad de crear espacios de negociación, para que los riesgos de enfrentamiento sean cada vez menos frecuentes entre las comunidades culturales, étnicas y religiosas, y la colaboración entre los Estados sea más estrecha, la dignidad del hombre más respetada y la paz más consolidada. Teniendo en cuenta el pasado, que ha marcado fuertemente a las personas, los pueblos y las instituciones, pero que conviene aceptar y superar gradualmente, es preciso tener creatividad. Todo lo que favorezca la confianza mutua entre los hombres y la esperanza, que puede entreverse después de muchos años de oscuridad, constituye el fermento lleno de promesas de relaciones constructivas entre los pueblos. En realidad, una nación y un continente no pueden edificarse si no se invita a todas las fuerzas presentes a participar en el servicio a la comunidad humana nacional e internacional.

5. La solución de las numerosas dificultades requiere, ciertamente, una ayuda que la comunidad internacional debería esforzarse por proporcionar. En verdad, en el marco regional y local, el valor de la solidaridad representa un recurso esencial para edificar una comunidad humana, dentro de un país o entre varios países. Por el camino de la unidad, Europa occidental ha obtenido muchos beneficios de esa solidaridad tras el último gran conflicto sangriento que la ha marcado. Dichas ayudas masivas han contribuido a su prosperidad actual.

Las ayudas de todo tipo: ofrecimiento de recursos humanos, cooperación técnica y valientes inversiones financieras, deben tener como primer objetivo el servicio a los lituanos, apoyándolos para que solucionen sus problemas. La diplomacia no puede limitarse a la promoción de los respectivos intereses nacionales. En Vilna, como en cualquier punto del mundo, hay que defender una concepción común del hombre, concepción sin la cual las negociaciones bilaterales o multilaterales pueden acabar perdiendo su sentido.

Con razón, nuestros contemporáneos atribuyen mayor atención a la definición y a la defensa de los derechos humanos. En efecto, no es posible concebir el verdadero interés de las naciones únicamente en términos de estrategia política o de desarrollo económico. El nuevo orden mundial que, más allá de los múltiples modelos políticos y económicos, supone la cohesión social, sólo puede realizarse respetando los valores primordiales de la justicia, la paz y la dignidad de la persona humana. La indispensable restauración nacional no ha de llevarse a cabo en detrimento de los valores humanos fundamentales. ¡Que nunca más las personas y los pueblos se enfrenten unos con otros! Cada vez que estalla un conflicto, es el mundo entero el que sufre y se desfigura, porque los países son, ante todo, comunidades humanas compuestas por mujeres y hombres que viven, piensan, rezan y trabajan juntos, según leyes aceptadas libremente, y que tienen derechos y deberes inalienables, inscritos en su misma naturaleza.

En la fuente de la vida internacional se sitúan los derechos humanos, entre los cuales los más fundamentales son: el derecho a la vida y a una existencia digna, el derecho a la libertad de conciencia y de religión, y el derecho a la familia, célula primordial de la sociedad y motor de la vida pública. Sólo si se respetan estas libertades, los demás aspectos de la vida internacional alcanzarán su sentido pleno. En efecto, si la geopolítica, los intercambios económicos y financieros y el diálogo intercultural estuvieran privados de su dimensión humana, se limitarían a la sola lógica de los intereses, que nunca está muy alejada de la 1ógica de la fuerza.

Soy consciente de expresar una exigencia moral unida a los valores que fundamentan constantemente vuestras acciones y la contribución específica de vuestros respectivos países a Lituania, pero a veces es difícil traducir esta exigencia en realizaciones que las poblaciones interesadas puedan constatar inmediatamente.

6. El Papa que os habla es testigo de la realidad del mundo actual, porque ha tenido la ocasión —y también la felicidad— de recorrerlo como peregrino de la paz; trato de anunciar la fe cristiana que da el sentido pleno de la existencia y, al mismo tiempo, exige que todos se comprometan para construir una sociedad en la que cada persona pueda hallar su lugar. Durante mis viajes por el mundo y gracias a mis contactos con personas de diferentes clases, que tienen responsabilidades diversas, he podido comprobar las múltiples aspiraciones de los hombres y, en especial, de los jóvenes europeos. Al ser cada vez más reducidas las distancias, el mundo es —o quisiera llegar a ser— un lugar en el que los lazos son cada vez más fuertes. A pesar del activismo de ciertos grupos minoritarios, las nuevas generaciones aspiran a vivir en una sociedad en la que todos los hombres sean solidarios y creen un entramado social que sobrepase las fronteras y las barreras lingüísticas, culturales y religiosas. En ese marco, los intercambios culturales y el turismo pueden favorecer el conocimiento mutuo y ser una ocasión de contactos humanos y de enriquecimiento para las personas.

7. Pero, a causa de las secuelas de conflictos ideológicos deplorables o, por el contrario, de la paz que algunos países conocen ahora, el fenómeno de la emigración ha alcanzado dimensiones insospechadas. El dialogo internacional es pues, sumamente necesario, a fin de que todos puedan hallar una tierra en la que establecerse, subsistir y mantener a los suyos. Si se analizan a fondo los factores complejos de la interdependencia en el mundo actual, con respecto a esta región hay que destacar especialmente un elemento: las antiguas políticas imperialistas y los antiguos fanatismos étnicos, ideológicos o religiosos, son cada vez más anacrónicos.

En una época en que todo el mundo condena la guerra, incluida la guerra económica y comercial, únicamente el diálogo y la negociación siguen siendo actitudes dignas del hombre para resolver las cuestiones relativas a la transición de un estado de ocupación extranjera a otro de plena independencia nacional y de reconocimiento recíproco, a la repartición de las riquezas de una región, a la circulación de las personas y de los bienes, y a la solución justa de los problemas de las minorías étnicas, culturales y religiosas.

Los países bálticos constituyen un microcosmos en el que se manifiestan clara mente graves problemas, pero donde también se pueden ir vislumbrando las soluciones. Junto a las comunidades lituana, letona y estoniana, que desean razonablemente una paz y una independencia nacional que les han faltado, hay otras comunidades humanas originarias de los países vecinos. Su presencia testimonia una larga historia que, aún cuando haya que deplorar sufrimientos, heridas e incomprensiones, es preciso analizar en una perspectiva de fraternidad y amistad. Independientemente de su aspecto a veces forzado, los flujos migratorios pueden favorecer momentos de intercambio que, en un plazo más o menos largo, son benéficos para todas las comunidades interesadas.

En los tres países bálticos son patentes los problemas planteados por los antiguos asentamientos de ciudadanos de origen ruso, que formaban parte de las tropas entonces llamadas de ocupación. Además, la comunidad internacional —y con ella la Santa Sede— reconoce la aspiración de los ciudadanos de origen ruso a gozar de todos los derechos humanos en los países donde residen. Ha expresado muchas veces el deseo de hallar cuanto antes un entendimiento cordial entre todas las personas que viven en un mismo territorio. Pero todos deben pedir cosas justas, escuchar las peticiones de los demás interlocutores y saber dejar a un lado el sentimiento de venganza y la tentación de obtener por la fuerza lo que sólo puede lograrse de forma duradera con el buen sentido y las negociaciones.

Para conseguir este objetivo, es muy útil la presencia de los diferentes Estados de Europa central y oriental en las organizaciones internacionales con vocación europea, como por ejemplo el Consejo de Europa o la Conferencia para la cooperación y la seguridad en Europa. En contacto con los otros países del continente, y con su posible colaboración, sus relaciones de buenos vecinos pueden ser más estrechas y duraderas a partir del pleno reconocimiento de su independencia nacional por parte de todos.

8. En el cumplimiento de su misión específica, la Santa Sede se preocupa, ante todo, por la paz y la promoción de las personas y los pueblos, en el respeto de la autonomía de las autoridades legítimas. A tiempo y a destiempo quiere recordar que las fuerzas políticas deben tener en cuenta los valores espirituales de que es portador el mensaje cristiano. La Iglesia católica local, apoyada por la Iglesia universal, tiene el deber de anunciar el Evangelio y de afirmar los valores que ha recibido de su Señor. Los cristianos son conscientes de que han de desempeñar un papel social en la paciente reconstrucción de las diferentes instituciones nacionales. Esto lleva a los católicos lituanos a comprometerse cada vez más con sus hermanos en la humanidad, para servir celosamente a su patria en las instituciones políticas, económicas y sociales, mediante su corresponsabilidad activa y su cooperación generosa en favor del bien común (cf. Christifideles laici, 42).

Con esta perspectiva y esta esperanza, invoco de corazón la bendición de Dios sobre todos vosotros, vuestros familiares y vuestro trabajo.


*L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua español n.37 p. 8.



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