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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL EMBAJADOR DE NICARAGUA ANTE LA SANTA SEDE
*


Sábado 25 de junio de 1994

 

Señor Embajador:

Me es grato darle mi más cordial bienvenida a este solemne acto de presentación de las Cartas Credenciales que le acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de la República de Nicaragua ante la Santa Sede.

Agradezco vivamente las amables palabras que me ha dirigido y, en particular, el deferente saludo de la Señora Presidente de la República, Doña Violeta Barrios de Chamorro. Le ruego que le trasmita mis mejores deseos de paz y bienestar, junto con mis votos por la prosperidad y progreso integral de esa querida Nación.

En sus palabras, Señor Embajador, se ha referido a la condición católica de la gran mayoría del pueblo nicaragüense y a su particular devoción mariana, así como a la presencia de la Iglesia en la vida de la Nación. La Iglesia misma, fiel a su cometido de llevar el mensaje de salvación a todas las gentes, pone todo su empeño en favorecer la promoción y defensa de la dignidad de la persona humana. En efecto, los valores del hombre, sobre todo su dignidad como hijo de Dios, han de informar las relaciones entre los individuos y los grupos, para que los legítimos derechos de cada uno sean tutelados y la sociedad pueda gozar de estabilidad y armonía. Esto se hace aún más necesario cuando se constata la crisis de valores morales y éticos que hoy afecta a no pocas sociedades, incluso a las de larga tradición cristiana.

A este propósito, los Obispos de su País, en un reciente documento colectivo, no han querido dejar de manifestar su preocupación por la crisis moral que se hace presente también en Nicaragua: “El rencor, el odio, la crueldad hacia el prójimo, pecados que el nicaragüense en general no cometía con frecuencia, se han convertido, como consecuencia de años de una educación ateizante y de una campaña sistemática y persistente contra la moral católica, en vicios arraigados en el corazón de muchos y causantes de ambiciones, desenfrenos morales, injusticias, robos y hasta crímenes atroces” (Episcopado de Nicaragua, Documento colectivo: Para avivar la esperanza del pueblo de Dios, 1 de mayo de 1994).

El Gobierno que Usted tiene la honra de representar, Señor Embajador, ha manifestado el propósito de empeñarse en el perfeccionamiento del Estado de Derecho, en la promoción de la democracia participativa, tanto a nivel político como económico. Ello comporta también la necesidad de conciliar la actividad política con los valores éticos, especialmente la efectiva y sincera vocación de servicio al bien común. No se debe olvidar que muchos problemas sociales e incluso políticos tienen su origen en el desprecio o en el olvido del orden moral. La Iglesia, mediante la acción evangelizadora y educadora, promueve los principios morales, y así vemos que la vida cristiana consolida la familia, dignifica las relaciones humanas, favorece la convivencia y educa a vivir libremente en el marco de la justicia y del respeto mutuo.

Para construir una sociedad más justa y fraterna es preciso que la concepción cristiana de la vida y las enseñanzas morales de la Iglesia continúen siendo valores que inspiren a aquellas personas que trabajan por el bien de la Nación. De esta manera se podrá responder adecuadamente a las necesidades y aspiraciones de los hombres colaborando, a la vez, con los designios de Dios.

Los desafíos del futuro de la Nación son, en efecto, numerosos y representan obstáculos no siempre fáciles de superar. Pero dichas dificultades no han de ser motivo de desaliento, pues Nicaragua cuenta con la mayor riqueza que puede tener un pueblo: sus raíces cristianas, como sólida base para la construcción de una sociedad más fraterna y reconciliada; una sociedad donde reine la laboriosidad, la honestidad, el espíritu solidario y participativo; una sociedad en la que sean tutelados siempre los derechos fundamentales de todos los ciudadanos, especialmente los más débiles. Las cuestiones que ahora son motivo de preocupación han de ser afrontadas con clarividencia, con la participación responsable de todos y con la mirada puesta en Dios, cuya ayuda no les ha de faltar.

Mis palabras, Señor Embajador, quieren ser de aliento y esperanza. Sé que todavía no han desaparecido heridas y antagonismos de un pasado aún no lejano, lo cual dificulta la cohesión social y las legítimas aspiraciones de progreso. Por ello se hace más necesario un renovado esfuerzo por superar toda forma de enfrentamiento y fomentar una creciente solidaridad entre todos los nicaragüenses. Y es ahí donde se sitúa el importante papel que desempeñan los valores espirituales. Hago votos para que en esta singladura de vida democrática, la acción de la Iglesia se haga presente cada vez más con una renovada vocación de servicio a todos los niveles, contribuyendo así a la elevación del hombre nicaragüense y a la tutela y promoción de los valores supremos.

Son las grandes causas del hombre las que la Iglesia trata de defender allí donde está presente. Por su carácter espiritual y religioso puede llevar a cabo este servicio por encima de motivaciones terrenas o intereses particulares, pues, como enseña el Concilio Vaticano II, “no está ligada a ninguna forma particular de cultura humana o sistema político, económico o social. Por ello, la Iglesia, desde esta su universalidad, puede ser un vínculo muy estrecho entre las diferentes comunidades humanas y naciones, con tal de que éstas confíen en ella y reconozcan efectivamente su verdadera libertad para cumplir su misión” (Gaudium et spes, 42).

Son muchos y sólidos los vínculos que, desde sus mismos orígenes, han unido a Nicaragua con la Iglesia, y que han configurado la vida y sentir de sus gentes. Por ello, la misma Iglesia, movida por su deseo de testimonio evangélico, ajeno a intereses transitorios y de parte, continuará prestando su valiosa ayuda en campos tan importantes como son la enseñanza, la asistencia a los más desfavorecidos, los servicios hospitalarios, la promoción integral de la persona como ciudadano e hijo de Dios.

Señor Embajador, antes de concluir este encuentro deseo expresarle mi estima y apoyo, junto con mis mejores deseos para que la misión que hoy inicia sea fecunda para bien de su noble país. Le ruego que se haga intérprete de mis sentimientos y esperanzas ante su Gobierno, mientras, por mediación de la Purísima, como los nicaragüenses aman dirigirse a Nuestra Señora, invoco la bendición de Dios sobre Usted, sobre su familia y colaboradores, y sobre todos los amadísimos hijos de Nicaragua.


*Insegnamenti di Giovanni Paolo II, vol. XVII, 1 pp.1234-1237.

L'Attività della Santa Sede 1994 pp. 477-479.

L'Osservatore Romano 26.6.1994 p.4.

L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española, n.26, p.4 (p.360).



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