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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL NUEVO EMBAJADOR DE CHILE ANTE LA SANTA SEDE*


Viernes 3 de febrero de 1995

 

Señor Embajador:

Con viva complacencia recibo las Cartas Credenciales que lo acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de la República de Chile ante la Santa Sede. Al darle mi cordial bienvenida a este solemne acto, me es grato reiterar ante su persona el profundo afecto que siento por todos los hijos de aquella noble Nación.

Correspondo con sincero agradecimiento al deferente saludo que el Señor Presidente, Dr. Eduardo Frei Ruiz–Tagle, ha querido hacerme llegar por medio de Usted y le ruego tenga a bien transmitirle mis mejores augurios, junto con las seguridades de mi plegaria al Altísimo por la prosperidad y bien espiritual de todos los chilenos.

Sus amables palabras, Señor Embajador, me son particularmente gratas y me han hecho recordar la visita pastoral que realicé en el año 1987 a su País, durante la cual pude apreciar los más genuinos valores del alma chilena. Esos valores se manifiestan asimismo en los luminosos frutos de santidad en la Iglesia en Chile y, así, me complace evocar también las gozosas celebraciones de la canonización de Santa Teresa de los Andes y de las beatificaciones de la joven Laura Vicuña y la más reciente del P. Alberto Hurtado, SJ, gloria no sólo de aquellas comunidades eclesiales sino también de toda América Latina, y cuya vida y enseñanzas iluminan la conducta de tantas personas.

La República de Chile, en virtud de las raíces cristianas y valores morales que han configurado su ser como Nación a través de la historia, pertenece, con razón, al grupo de países que se suman a la noble tarea de reforzar entre los pueblos las bases de la pacífica convivencia en el marco de la justicia y el respeto mutuo.

A este propósito, me es grato rememorar la reciente celebración del 10º Aniversario de la firma del Tratado de Paz y Amistad entre su país y la República Argentina, al que se llegó con la mediación de esta Sede Apostólica; así se ha confirmado no sólo el aprecio de su País hacia la obra de la Santa Sede en el campo internacional, sino que también se ha puesto de relieve la firme voluntad de proseguir por la vía del diálogo y a través de los medios que el derecho internacional ofrece a la comunidad de las naciones para la solución pacífica de los conflictos que puedan surgir entre los dos Países que se unen por la cordillera andina. Me complazco por esta realidad que favorece un clima de paz y cooperación pues, como expuse en mi reciente Alocución al Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede, “estoy convencido de que, si la guerra y la violencia, por desgracia, son contagiosas, también lo es la paz” (Discurso al Cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede, n. 8, 9 de enero de 1995).

Por su misión de carácter espiritual y religioso, la Sede Apostólica no deja de promover y defender el respeto de los derechos humanos y de testimoniar con su enseñanza que la supervivencia de la humanidad, con su complejidad, depende del lugar que se conceda al hombre como auténtico fin de cualquier acción política. En este sentido, su presencia en el concierto de las Naciones quiere ser aquella voz que la conciencia humana espera, sin por ello subestimar la aportación de otras tradiciones religiosas.

En sus palabras Usted ha aludido también a la transición pacífica hacia un régimen cada vez más democrático, para lo cual el Gobierno que representa ha emprendido significativas iniciativas, confiando, como en el pasado, en el apoyo moral de la Iglesia. Hago votos para que, en esa singladura de vida democrática, la Iglesia ocupe efectivamente su lugar, poniendo de relieve la vocación de servicio a todos los niveles, especialmente con la acción en favor de los más necesitados, contribuyendo así a la elevación del hombre chileno y a la tutela y promoción de los valores supremos. En efecto, para la construcción de una sociedad cada vez más justa y fraterna, es preciso que la concepción cristiana de la vida y las enseñanzas morales de la Iglesia continúen siendo valores que deben ser tomados en consideración por aquellas personas que trabajan al servicio de la Nación. De esta manera se podrá responder adecuadamente a las necesidades y aspiraciones de los hombres cooperando, a la vez, con los designios de Dios.

En ese espíritu de colaboración los Obispos de Chile han llamado a las Orientaciones Pastorales con el sugestivo título de “Nueva Evangelización para Chile, Patria que amamos y servimos con el Evangelio del Señor”. Hoy, como siempre, la Iglesia, con el debido respeto por la autonomía de las instituciones e instancias civiles, continuará promoviendo y alentando todas aquellas iniciativas que sirvan a la causa del hombre, a su dignificación y progreso integral, favoreciendo siempre la dimensión espiritual y religiosa de la persona a nivel individual, familiar y social.

Señor Embajador, al acercarnos al final del siglo XX, nos encontramos en un contexto caracterizado por nuevas situaciones y nuevos retos, que hacen más necesario que nunca defender claramente el principio de la supremacía de los valores de la persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios, y la primacía del bien común en la organización social. La Iglesia enseña que, para hacer frente a los nuevos desafíos, hay que ir fomentando aquellas condiciones de vida que permitan a los individuos y a las familias su plena realización y la consecución de sus legítimas aspiraciones, teniendo siempre como punto de referencia una recta concepción del hombre y de su destino transcendente. En este sentido, el Concilio Vaticano II afirma que “la fe todo lo ilumina con nueva luz y manifiesta el plan divino sobre la entera vocación del hombre; por ello, orienta el espíritu hacia soluciones plenamente humanas”.

Señor Embajador, antes de terminar este encuentro, me es grato asegurarle mi benevolencia y apoyo, para que la alta misión que le ha sido encomendada se cumpla felizmente. Por mediación de Nuestra Señora del Carmen, Patrona de Chile, elevo mi plegaria al Señor para que asista siempre con sus dones a Usted y a su familia, a sus colaboradores, a los gobernantes de su noble País, así como al amadísimo pueblo chileno, tan cercano siempre al corazón del Papa.


*Insegnamenti di Giovanni Paolo II, vol. XVIII, 1 p.309-312.

L’Osservatore Romano 4.2.1995 p.4.

L'Osservatore Romano. Edición Semanal en lengua española, n.6, p.9 (p.85).

 



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