Index   Back Top Print

[ ES  - IT ]

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL CUERPO DIPLOMÁTICO ACREDITADO ANTE LA SANTA SEDE*

Sábado 13 de enero de 1996

 

Excelencias, señoras y señores:

1. Os agradezco vuestra presencia y los deseos que ha manifestado vuestro decano con gran delicadeza de sentimientos y de expresión. Acoged, por vuestra parte, los deseos fervientes que formulo para que Dios os bendiga a vosotros, a vuestras familias y a vuestras naciones. ¡Que él os conceda a todos un año feliz!

Con alegría veo que todos los años aumenta el número de países que establecen relaciones diplomáticas con la Santa Sede. Hoy son más de ciento sesenta. Este desarrollo parece mostrarnos la verdadera consideración que muchos sienten por la Sede apostólica y por su misión en el seno de las naciones. Para el Papa y sus colaboradores eso constituye un llamamiento constante a cooperar cada vez más intensamente con el mayor número de personas y de organizaciones que, en el respeto a la moral y al derecho, se esfuerzan por hacer que reinen en nuestra tierra la justicia y la paz. Con esto quiero deciros cuánto aprecio las palabras del señor embajador Joseph Amichia, que, en vuestro nombre, ha querido señalar algunas iniciativas gracias a las cuales el Papa, y con él la Santa Sede, se han hecho intérpretes de todos los que anhelan ardientemente en el mundo la paz, la serenidad y la solidaridad.

Oriente Medio y la ciudad de Jerusalén

2. No podemos menos de alegrarnos hoy al ver aquí, reunido por primera vez con nosotros, al representante del pueblo palestino. Como sabéis, desde hace más de un año la Santa Sede mantiene relaciones diplomáticas con el Estado de Israel. Esperábamos este feliz estado de cosas, porque es el signo elocuente de que Oriente Medio ha emprendido decididamente el camino de la paz que el Niño nacido en Belén anunció a los hombres. Quiera Dios ayudar a los israelíes y a los palestinos a vivir, en adelante, los unos junto a los otros, los unos con los otros, en paz, en la estima recíproca y en una colaboración sincera. Las generaciones futuras lo exigen y toda esa zona se beneficiará con ello.

Pero permitidme manifestaros que esta esperanza podría resultar efímera, si no se diera también una solución justa y adecuada al problema particular de Jerusalén. La dimensión religiosa y universal de la ciudad santa requiere un compromiso de toda la comunidad internacional, para que conserve su carácter específico y siga siendo una realidad viva. Los lugares santos, tan queridos por las tres religiones monoteístas, son ciertamente importantes para los creyentes, pero perderían gran parte de su significado si alrededor de ellos no vivieran de manera permanente comunidades activas de judíos, cristianos y musulmanes que gocen de una auténtica libertad de conciencia y de religión, y realicen sus actividades propias de carácter religioso, educativo y social. El año 1996 debería ver el inicio de las negociaciones sobre el estatuto definitivo de los territorios bajo la administración de la autoridad nacional palestina y también sobre la delicada situación de la ciudad de Jerusalén. Espero que la comunidad internacional brinde a los interlocutores políticos más directamente implicados en este problema los instrumentos jurídicos y diplomáticos que permitan asegurar que Jerusalén, única y santa, sea verdaderamente una encrucijada de paz.

Esta búsqueda serena y decidida de la paz y de la fraternidad contribuirá, sin duda alguna, a dar a los otros problemas regionales, que aun perduran, soluciones que respondan a las aspiraciones de los pueblos todavía preocupados por su destino y su futuro. En particular, pienso en el Líbano, cuya soberanía sigue amenazada, y en Irak, cuyas poblaciones esperan siempre poder llevar una existencia normal, al amparo de todo arbitrio.

Bosnia-Herzegovina, Irlanda del norte y América

3. Un clima de paz parece instaurarse también en ciertas partes de Europa. Bosnia-Herzegovina; no ha podido beneficiarse con un acuerdo que esperamos, debería salvaguardar su fisonomía, aun teniendo en cuenta su composición étnica. En particular Sarajevo, otra ciudad símbolo, debería convertirse también en una encrucijada de paz. Por lo demás, ¿no se la llama la Jerusalén de Europa? Si el estallido de la primera guerra mundial está ligado a esa ciudad, es necesario que su nombre se transforme ahora en sinónimo de ciudad de la paz, y que los encuentros y los intercambios culturales, sociales y religiosos hagan fructificar allí la convivencia pluriétnica. Se trata de un proceso que será largo y difícil. A este respecto, quisiera advertir que no podrá establecerse una paz duradera en la zona de los Balcanes, si no se respetan ciertas condiciones: libre circulación de las personas y de las ideas; libre regreso de los refugiados a sus hogares; preparación de elecciones verdaderamente democráticas; y, en fin, una perseverante reconstrucción material y moral, a la que están llamadas a participar sin reservas no sólo la comunidad internacional, sino también las Iglesias y las comunidades religiosas. Si esta guerra, que he calificado frecuentemente de inútil, parece haber terminado, la obra de la paz que hay que construir y consolidar se presenta como un inmenso desafío lanzado, ante todo, a los europeos, pero no sólo a ellos, para que la indiferencia o el egoísmo no hagan naufragar una parte entera de Europa, con consecuencias imprevisibles.

También Irlanda del Norte sigue caminando hacia un futuro más sereno, y el proceso en curso permite esperar una paz estable y duradera. Todos están invitados ahora a erradicar para siempre dos males que no son inevitables: el extremismo sectario y la violencia política. ¡Ojalá que los católicos y los protestantes de esa tierra se respeten, construyan juntos la paz y colaboren en la vida diaria!

Entre los signos alentadores, no puedo menos de recordar la evolución política de América del sur, donde viven poblaciones en su mayoría católicas, cuya vitalidad espiritual constituye una riqueza para la Iglesia. Numerosos procesos electorales han tenido lugar durante estos últimos meses, y se han celebrado en condiciones que los observadores internacionales han juzgado normales. Pero las desigualdades sociales son todavía muy escandalosas, y el problema de la producción y del comercio de la droga sigue sin resolverse. Estos son otros tantos elementos que deben impulsar a los responsables políticos y económicos de ese continente a una gestión de los asuntos públicos y de la economía cada vez más atenta a las aspiraciones y a las necesidades reales de las poblaciones. No olvidemos que este tipo de actitud ha permitido que progresaran los procesos de paz en América central. Las armas han callado en Nicaragua y El Salvador. La reconciliación va por buen camino en Guatemala. Ciertamente, el cese de las hostilidades no significa siempre la pacificación de la sociedad. Resulta difícil imponer la desmilitarización, y el respeto de los derechos del hombre no es aún total. Pero, también allí se está instaurando poco a poco un nuevo clima. Por su parte, la Iglesia católica no deja de contribuir a él.

Es preciso que ese nuevo clima, signo de esperanza, que se desarrolla gracias al trabajo constante de negociadores valientes a los que expresamos nuestra gratitud, no sea sólo una tregua. Entre los extremismos amenazadores, la paz debe ser una realidad. Y si es así, será contagiosa.

Cuenca del Mediterráneo: Argelia y Chipre

4. Sin embargo, hay aún demasiados focos de conflictos, más o menos latentes, que mantienen a ciertas poblaciones bajo el yugo insoportable de la violencia, del odio, de la incertidumbre y de la muerte.

Pienso, desde luego, en Argelia, tan cerca de nosotros, donde se derrama sangre casi todos los días. No podemos menos de desear ardientemente, en el justo respeto de las diferencias, que se instaure una lógica de concertación y un proyecto nacional donde cada uno sea considerado un interlocutor.

En la misma zona mediterránea, quisiera mencionar una isla dividida desde 1974: Chipre. Hasta ahora no se ha hallado ninguna solución. Esta situación impide que las poblaciones separadas o despojadas de sus bienes, construyan su futuro, no pude mantenerse indefinidamente. ¡Ojalá que las negociaciones entre las partes implicadas se intensifiquen y están animadas por un sincero deseo de éxito!

La cooperación en la cuenca mediterránea es un factor indispensable para la estabilidad y la seguridad europeas, como han afirmado los participantes en la reciente Cumbre europea de Barcelona. En este contexto, no podemos olvidar las identidades, los territorios y las relaciones de vecindad, así como las religiones: se trata de elementos que hay que conciliar para hacer de esa zona un espacio de cooperación cultural, religiosa y económica, que beneficiará a todos los pueblos que viven en dicha cuenca.

Chechenia, Afganistán, Cachemira, Sri Lanka y Timor oriental

5. Si dirigimos nuestra mirada hacia Oriente, hemos de constatar aún, por desgracia, que Chechenia los combates prosiguen. Desde el punto de vista político, Afganistán permanece en un callejón sin salida, mientras su población, es tratada sin respeto y está sumergida en la mayor angustia. En Cachemira y en Sri Lanka los combates han seguido diezmando las poblaciones civiles. Los habitantes de Timor oriental también continúan esperando propuestas que les permitan hacer realidad sus legítimas aspiraciones a ver reconocidas sus específicas características culturales y religiosas.

Es preciso admirar y apoyar la valentía de tantos hombres y mujeres que logran salvar la identidad de sus pueblos y trasmiten a las generaciones jóvenes la llama de la memoria y de la esperanza.

Liberia, Somalia, Sierra Leona, Sudán, Angola, Ruanda y Burundi

6. Volviéndonos hacia África, nos vemos obligados a deplorar la persistencia de focos de guerra y de conflictos étnicos, que constituyen un obstáculo permanente para el desarrollo de ese continente. La situación en Liberia o en Somalia, que la ayuda internacional aún no ha logrado pacificar, sigue rigiéndose por la ley de la violencia y de los intereses particulares. Una acción armada difundida ha sumergido también a Sierra Leona en un clima de tensión, agravando la inseguridad. El sur de Sudán sigue siendo una región donde el diálogo y la negociación no tienen derecho de ciudadanía. También nos gustaría poder constatar un progreso más decisivo en Angola, donde los antagonismos políticos y la descomposición social impiden hablar de normalización. Ruanda y Burundi aún sienten la tentación de una confrontación étnico-nacionalista, cuyas trágicas consecuencias han tenido que soportar sus poblaciones.

El año pasado, en esta misma ocasión, solicité mayor solidaridad internacional para África, y, en las circunstancias presentes, no puedo menos de renovar insistentemente ese llamamiento. Sin embargo, hoy quisiera dirigirme de modo muy particular a la conciencia de los responsables políticos africanos: si no os comprometéis con más decisión en favor de un diálogo nacional democrático; si no respetáis con más claridad los derechos del hombre; si no administráis de modo más riguroso los fondos públicos y los créditos internacionales y si no denunciáis la ideología étnica, el continente africano seguirá estando marginado en la comunidad de las naciones. Para recibir ayuda, los gobiernos africanos han de ser políticamente creíbles. Los obispos africanos reunidos en la Asamblea especial del Sínodo de los obispos han señalado la urgencia de una buena gestión de los asuntos públicos y de una buena formación de los responsables políticos, hombres y mujeres, que «amen el propio pueblo hasta el fondo y que deseen servir antes que servirse» (Exhortación apostólica Ecclesia in Africa, 111).

Promover el desarme

7. Estas situaciones de conflicto, a las que acabo de hacer una breve alusión, no son fatalidades. El desarrollo positivo que han conocido ciertas zonas, atrapadas también en las redes de la violencia, muestran que es posible recuperar la confianza en los demás, que es, en realidad confianza en la vida. La paz garantizada y valientemente salvaguardada es una victoria sobre las fuerzas de la muerte, que están siempre al acecho.

Con este espíritu, deseo alentar la reanudación de los trabajos en Ginebra, dentro de algunos días, de la Conferencia de revisión de la Convención sobre las armas convencionales, que causan sufrimientos excesivos, y la conclusión durante este año 1996, del tratado sobré la prohibición de los experimentos nucleares. A este respecto, el parecer de la Santa Sede es que, en el campo de las armas nucleares, el cese de los experimentos y del perfeccionamiento de esas armas, el desarme y la no proliferación están relacionados íntimamente y deben realizarse cuanto antes bajo un efectivo control internacional. Éstas son etapas hacia un desarme general y completo al que la comunidad internacional en su conjunto debería llegar sin pérdida de tiempo.

La familia de las naciones

8. Como he tenido la ocasión de recordar muchas veces, la comunidad internacional no sólo reúne Estados, sino también naciones, formadas por hombres y mujeres que viven una historia personal y colectiva. Se trata de definir y garantizar sus derechos. Pero es necesario, como sucede en una familia, matizarlos, recordando la importancia de los deberes correlativos. Con motivo de mi reciente visita a la sede de las Naciones Unidas en Nueva York, empleé la expresión familia de naciones. Hice notar entonces que «el concepto de familia evoca inmediatamente algo que va más allá de las simples relaciones funcionales o de la mera convergencia de intereses. La familia es, por su naturaleza, una comunidad fundada en la confianza recíproca, en el apoyo mutuo y en el respeto sincero. En una auténtica familia no existe el dominio de los fuertes, al contrario, los miembros más débiles son, precisamente por su debilidad, doblemente acogidos y ayudados» (Discurso a la Asamblea general, 5 de octubre de 1995, n. 14).

Éste es el verdadero sentido de lo que el derecho internacional formula como teoría, mediante la noción de «reciprocidad». Cada pueblo debe estar dispuesto a acoger la identidad de su vecino: nos hallamos en las antípodas de los nacionalismos dominadores; que han lacerado y siguen lacerando todavía a Europa y África. Cada nación debe estar dispuesta a compartir sus recursos humanos, espirituales y materiales, para ayudar a los que tienen más necesidades que sus propios miembros. Precisamente Roma se prepara para acoger, el próximo mes de noviembre, la Cumbre mundial sobre la alimentación, convocada por la Organización de las Naciones Unidas para la agricultura y la alimentación. Espero que el sentido de la solidaridad y de la participación inspire sus trabajos, sobre todo porque las Naciones Unidas proclamaron el 1996 Año de la erradicación de la pobreza.

La libertad religiosa en países musulmanes y comunistas

9. El reconocimiento de los demás y de su patrimonio, entendiendo este último término en su sentido amplio, también se aplica evidentemente a un campo particular de los derechos de la persona humana: el de la libertad de conciencia y de religión. En efecto, considero deber mío abordar una vez más este aspecto fundamental de la vida espiritual de millones de hombres y mujeres, porque la situación -lo digo con profunda tristeza- dista mucho de ser satisfactoria.

De la misma forma que los países de tradición cristiana acogen a las comunidades musulmanas, también algunos países de mayoría musulmana acogen generosamente a las comunidades no islámicas, permitiéndoles incluso construir sus propios edificios para el culto y vivir según su fe. Otros, sin embargo, siguen practicando una discriminación con respecto a los judíos, los cristianos y otras familias religiosas, llegando incluso a rechazar el derecho a reunirse en privado para orar. No nos cansaremos de insistir en ello: se trata de una violación intolerable e injustificable, no sólo de todas las normas internacionales en vigor, sino también de la libertad humana más fundamental, la de manifestar la propia fe, que es para el ser humano su razón de vida.

En China y en Vietnam, en ámbitos ciertamente diferentes, los católicos afrontan obstáculos constantes, sobre todo por lo que respecta a la manifestación visible del vínculo de comunión con la Sede apostólica.

Es preciso salvaguardar los valores fundamentales

No se puede oprimir indefinidamente a millones de creyentes, sospechar de ellos o dividirlos sin que implique consecuencias negativas, no sólo para la credibilidad internacional de esos Estados, sino también para sus mismas sociedades: a un creyente perseguido le resultará siempre difícil confiar en el Estado que pretende controlar su conciencia. Por el contrario, las buenas relaciones entre las Iglesias y el Estado contribuyen a la armonía de todos los miembros de la sociedad.

10. Señoras y señores, estas simples reflexiones tienen la finalidad de actualizar las felicitaciones que nos solemos intercambiar. Han esbozado un cuadro de luces y sombras, semejante al del alma humana.

Sin embargo, es un deber apremiante del Sucesor de Pedro recordar a los responsables de las naciones, que representáis aquí con competencia, que la estabilidad mundial no puede prescindir de ciertos valores como el respeto a la vida, a la conciencia, a los derechos humanos más fundamentales, la atención a los más necesitados y la solidaridad, por citar sólo algunos.

La Santa Sede, soberana e independiente entre las naciones y, por tanto, miembro de la comunidad internacional, desea dar su contribución específica a este compromiso común. Sin ambición política alguna, se preocupa ante todo de que el camino de la humanidad esté iluminado por la luz de Aquel que, viniendo al mundo, se ha hecho nuestro compañero de camino, y en el que «están ocultos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia» (Col 2, 3).

A él, una vez más, le encomiendo vuestras personas, vuestras familias y vuestras naciones, en particular, las generaciones jóvenes, en las que he pensado al dirigir esta exhortación: «¡Demos a los niños un futuro de paz!» (Mensaje para la celebración de la Jornada mundial de la paz, 1 de enero de 1996). Sobre todos invoco abundantes bendiciones divinas para el año que acaba de comenzar. 


*L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española, n.3, pp.6-7.

 



Copyright © Dicastero per la Comunicazione - Libreria Editrice Vaticana