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DISCURSO DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II
 A LOS JÓVENES DE MARSELLA

Viernes 11 de abril de 1997

 

Queridos amigos:

Bienvenidos a la sede de los Sucesores de Pedro. Me alegra recibiros aquí a vosotros, jóvenes de la diócesis de Marsella, que habéis venido a Roma con vuestro arzobispo, monseñor Bernard Panafieu, a quien saludo fraternalmente y agradezco las palabras que me ha dirigido en vuestro nombre.

Desde hace mucho tiempo, Marsella tiene su lugar en la Iglesia. El Evangelio se ha anunciado en vuestra región y ha dado numerosos frutos, que vosotros habéis heredado. Vuestra diócesis ha recibido mucho y ha sabido dar mucho: nos lo ha recordado, hace algunos meses, la canonización de monseñor de Mazenod. Por vuestra parte, buscáis las fuentes vivas de vuestra fe. Ya habéis podido daros cuenta de cuán profunda es la huella que ha dejado la obra de san Pedro y san Pablo en la ciudad de Roma. Dos mil años después de su paso, es fácil percibir los resultados de su predicación y evaluar también lo que queda por realizar para que «Dios sea todo en todos» (1 Co 15, 28).

A los primeros Apóstoles Cristo les había dicho: «venid y veréis» (Jn 1, 39). Vosotros también habéis recibido esta llamada, que debéis transmitir a otros. Ven y verás que quiero transformar tu vida para unirla cada vez más a la mía. Ven y verás que tu vida está llena de sentido, de grandeza y de belleza, si sabes entregarla. Ven y verás que estoy siempre contigo en el camino.

Acabamos de celebrar la resurrección del Señor. En Roma, compartís la fe de quienes fueron los primeros testigos de esta resurrección; podéis ver al pueblo que Dios no deja de acrecentar. En la diócesis de Marsella, este pueblo os necesita. Necesita que seáis testigos fieles del Evangelio y estéis dispuestos, con serenidad, a «dar razón de vuestra esperanza » (1 P 3, 15), y a decir, a todos los que quieren dar un sentido a su existencia, que Cristo resucitado los espera.

Como sabéis, la fiesta de Pentecostés se celebra cincuenta días después de la de Pascua. Cristo resucitado envió el Espíritu Santo a sus Apóstoles para que anuncien la buena nueva «hasta los confines de la tierra» (Hch 1, 8). Quienes entre vosotros se preparan para la confirmación, también esperan recibir el Espíritu de Pentecostés. Gracias a él, serán fortalecidos para dar el testimonio que Cristo les pide y ocupar así, en la Iglesia, el lugar que les corresponde.

Queridos amigos, me alegra ver que sois tan numerosos: sentíos orgullosos y felices de haber recibido la gracia de la fe. Poned empeño en transmitirla, puesto que sois la sal de la tierra y podéis dar mucho a quienes se encuentran en vuestro camino. Imparto de todo corazón mi bendición apostólica a vuestro arzobispo, a los sacerdotes y a todos vuestros acompañantes, a cada uno de vosotros, a vuestros padres, a vuestros hermanos y hermanas, y a todos los miembros de vuestras familias.

 



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