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PALABRAS DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL INICIO DE LA MISA
EN EL ANIVERSARIO DE LA MUERTE DEL PAPA PABLO VI

Fiesta de la Transfiguración del Señor
Miércoles 6 de agosto de 1997

 

Hoy se celebra el aniversario de la muerte de mi venerado predecesor el siervo de Dios Pablo VI, que falleció en la fiesta de la Transfiguración del Señor, el 6 de agosto de 1978.

«En su rostro resplandece la gloria del Padre» (Salmo responsorial). La liturgia de hoy nos invita a contemplar a Cristo en el acontecimiento de su gloriosa Transfiguración, para que, escuchando su palabra, podamos heredar la vida inmortal. El inolvidable Pontífice vivió enteramente consagrado a la causa del Evangelio. Amó a Cristo con todas sus fuerzas y vivió al servicio de la Iglesia, comprometida en el arduo camino conciliar. Ofreció todo a Dios, y particularmente en sus últimos años, marcados por grandes sufrimientos, para que el Espíritu la renovara con su fuerza: «Puedo decir que siempre la he amado (a la Iglesia) —escribía ante la perspectiva cercana de su muerte— y para ella, no para otra cosa, me parece haber vivido. Pero quisiera que la Iglesia lo supiese; y que yo tuviese la fuerza de decírselo, como una confidencia del corazón, que sólo en el último momento de la vida se tiene la valentía de hacer» (Meditación ante la muerte, L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 12 de agosto de 1979, p. 12).

Recogemos hoy con veneración y gratitud esa confidencia. Ojalá que el recuerdo de este Pontífice nos impulse a todos a servir cada vez con más generosidad a la Iglesia y al Evangelio, que sigue anunciando hoy para cumplir con fidelidad el mandato de Cristo.

 



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