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VIAJE APOSTÓLICO A PARÍS
(21-24 DE AGOSTO DE 1997)

XII JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD

DISCURSO DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II
DURANTE EL ENCUENTRO CON EL SEÑOR JACQUES CHIRAC,
 PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA FRANCESA

Jueves 21 de agosto de 1997

 

Señor presidente de la República:

1. Su acogida y sus palabras me conmueven profundamente en este momento en que tengo la alegría de visitar otra vez Francia, con ocasión de la XII Jornada mundial de la juventud. Le agradezco particularmente las delicadas atenciones que me dispensa; y aprecio la presencia de numerosas personalidades, que han querido tomar parte en esta ceremonia.

Era natural que un día los jóvenes católicos, representando a sus coetáneos de más de ciento treinta países del mundo, desearan reunirse en París. Junto con ellos, le doy las gracias a usted, señor presidente, así como a las autoridades y a los servicios del Estado, por la comprensión que les habéis manifestado. Ya sea que pertenezcan a naciones europeas cercanas, o a naciones de otros continentes, todos se alegran de ser recibidos por los franceses de todas las edades y de descubrir el valor de vuestras tradiciones espirituales y culturales, cuya importancia para la historia y para la Iglesia podrán apreciar mejor, percibiendo su influencia hasta el día de hoy.

2. Al dirigirme a usted, señor presidente, en las primeras horas de mi estancia, quiero saludar cordialmente a todos los franceses, a quienes expreso mi deseo de que logren la prosperidad y sigan poniendo al servicio de sus hermanos, en su país y en todos los continentes, sus cualidades y sus ideales.

Numerosos jóvenes de todo el mundo han sido acogidos durante estos últimos días en las diferentes regiones de Francia, y ahora están reunidos en París. Quiero expresar aquí toda la gratitud de la Iglesia por la generosa hospitalidad brindada a estos visitantes en los departamentos, y ahora en Ile-de-France. Doy las gracias en particular a los parisienses y a los habitantes de Ile-de-France, quienes, sin duda a costa de algunos inconvenientes, permiten a sus huéspedes vivir estos días en las mejores condiciones posibles.

3. Me alegra reencontrarme con los fieles de Francia en una circunstancia tan excepcional. Recuerdo con gusto la calurosa acogida que me han reservado en numerosas ocasiones y, de modo particular, en septiembre del año pasado. Junto con la Jornada mundial, dos acontecimientos caracterizan particularmente este año para los católicos franceses: pienso, ante todo, en el centenario de la muerte de santa Teresa de Lisieux, gran figura espiritual, conocida y amada en el mundo entero, que con razón ha sido celebrada por los jóvenes de todos los pueblos; por otra parte, mañana tendré la alegría de proclamar beato a Federico Ozanam, apóstol de una caridad respetuosa del hombre, que analizó con gran clarividencia los problemas sociales. Estas dos personalidades diferentes son, entre muchas otras, testigos de la aportación fecunda de los católicos de Francia a la Iglesia universal.

4. Pero mi viaje a París marca una nueva etapa en una especie de vasto itinerario recorrido junto con los jóvenes a través del mundo, desde hace ya doce años, para un intercambio siempre nuevo con ellos. Vienen para reafirmar juntos su voluntad de construir un mundo más acogedor y un futuro más pacífico. Muchos de ellos, en su región y en sus naciones, experimentan los sufrimientos que causan los conflictos fratricidas y el desprecio del ser humano; con demasiada frecuencia afrontan la precariedad del empleo y una pobreza extrema; su generación busca con dificultad no sólo los medios materiales indispensables, sino también razones de vida y objetivos que motiven su generosidad. Se dan cuenta de que sólo serán felices si se integran bien en una sociedad donde se respete la dignidad humana y la fraternidad sea real. Tienen aquí una ocasión privilegiada para poner en común sus aspiraciones e intercambiar recíprocamente las riquezas de sus culturas y experiencias.

Su búsqueda tiene como impulso íntimo un interrogante de orden espiritual, que los ha llevado a tomar su bastón de peregrino, siguiendo el ejemplo de sus antepasados, que atravesaban los continentes como constructores de paz, hermanos de los hombres y buscadores de Dios.

5. Señor presidente, señoras y señores, gracias por haber comprendido la importancia de esta gran asamblea de la esperanza en vuestra insigne capital. Estoy convencido de que los esfuerzos realizados para recibir a estos huéspedes tan diferentes producirán frutos duraderos tanto para vuestros huéspedes como para vuestros compatriotas.

Al expresarle de nuevo mi gratitud personal, invoco de todo corazón sobre usted y sobre todo el pueblo francés los beneficios de las bendiciones divinas.

 



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