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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS SUPERIORES Y ALUMNOS
DEL PONTIFICIO COLEGIO MEXICANO


Viernes 5 de diciembre de 1997

 

Queridos hermanos en el episcopado;
estimados superiores y alumnos presbíteros del Pontificio Colegio Mexicano de Roma:

1. Me es grato daros la bienvenida en este encuentro con la comunidad de esa institución y con el personal colaborador, acompañados por el señor cardenal Juan Sandoval Íñiguez, arzobispo de Guadalajara, y otros pastores diocesanos de vuestra nación, que participan actualmente en la Asamblea especial para América del Sínodo de los obispos.

Vuestra presencia aquí, con la cual deseáis renovar el afecto y adhesión al Sucesor de Pedro, coincide con el XXX aniversario de fundación de vuestro colegio, en la cual intervinieron de manera muy directa el Papa Pablo VI —cuyo centenario de nacimiento hemos celebrado recientemente— y el primer cardenal mexicano, José Garibi Rivera, arzobispo de Guadalajara. Asimismo quiero recordar las dos visitas que hice a vuestra casa, en diciembre de 1979 y la segunda en noviembre de 1992, con ocasión del XXV aniversario. Estar con vosotros me hace sentir cerca de vuestras diócesis y lugares de origen y, al mismo tiempo, me hace revivir los inolvidables viajes pastorales efectuados a vuestro querido país.

2. Durante estos años el Colegio ha favorecido un ambiente adecuado que permite profundizar y ampliar la formación académica y espiritual, tan necesaria para el ministerio sacerdotal en el futuro, que es el objetivo concreto de vuestra estancia aquí. Al mismo tiempo, estar unos años en Roma facilita percibir de cerca la dimensión universal de la Iglesia, a la vez que se vive la comunión eclesial, que ayuda a acoger mejor las enseñanzas de su magisterio; también os proporciona conocer otras realidades eclesiales y culturales, gracias a la convivencia con sacerdotes de diversos países, lo cual es sin duda un enriquecimiento para el vasto campo de la pastoral.

3. Aunque lejos físicamente, sé que en vuestro corazón tenéis presentes a las personas que atendíais en vuestro ministerio; el pastor de verdad no puede olvidarse de sus fieles, llevado de la caridad pastoral al estilo de Cristo. A este respecto, «la misma caridad pastoral impulsa al sacerdote a conocer cada vez más las esperanzas, necesidades, problemas y sensibilidad de los destinatarios de su ministerio, los cuales han de ser contemplados en sus situaciones personales concretas, familiares y sociales» (Pastores dabo vobis, 70).

El domingo pasado hemos iniciado el segundo año de preparación al gran jubileo del año 2000, dedicado al Espíritu Santo. Él debe estar presente en nuestra vida, ya que es el alma de la verdadera caridad pastoral y de la santificación personal. El Espíritu de Cristo, que hemos recibido en la ordenación sacerdotal, nos configura con él, modelo de pastores, para que podamos actuar en su nombre y vivir íntimamente sus mismos sentimientos. Imitando a Cristo, pobre, casto y humilde, es como el sacerdote puede entregarse sin reservas a los demás, amando a la Iglesia que es santa y que nos quiere santos, para poder ayudar así a la santificación de las personas que nos han sido encomendadas.

4. Antes de terminar, deseo expresar mi reconocimiento a la Comisión episcopal pro Colegio Mexicano por seguir de cerca la programación de iniciativas y su desarrollo. Asimismo, quiero agradecer a los padres superiores su labor de orientación y guía espiritual de los presbíteros estudiantes, así como a las religiosas Hermanas de los Pobres, Siervas del Sagrado Corazón de Jesús, las cuales, calladamente, junto con el personal seglar, hacen posible que esta comunidad sacerdotal viva como en familia y su convivencia esté presidida por un sano y alegre clima de fraternidad.

Dentro de pocos días, precisamente en la fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe, se clausurará la Asamblea especial para América del Sínodo de los obispos. A ella, la primera evangelizadora de América, confío la nueva ocasión de gracia que ha sido este nuevo encuentro eclesial, donde sus pastores han asumido con todas sus fuerzas y esperanzas los retos de la nueva evangelización para aquel vasto continente.

A la Guadalupana, Reina de vuestra amada nación y Madre de todos los mexicanos, que en su basílica del Tepeyac recibe las muestras de amor de sus hijos, le pido que interceda por vosotros ante su divino Hijo, sumo y eterno Sacerdote, y que os acompañe siempre con su solícita presencia y ternura materna. Como confirmación de estos vivos deseos, me complace impartiros la bendición apostólica, que gustosamente extiendo a vuestros familiares y a los bienhechores del Colegio.



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