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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A UN GRUPO DE MIEMBROS DEL CAMINO NEOCATECUMENAL


Viernes 24 de enero de 1997

 

Queridos hermanos y hermanas:

1. ¡Bienvenidos a la casa del Papa! Os saludo con afecto, queridos itinerantes laicos y sacerdotes, junto con vuestros responsables, iniciadores del Camino neocatecumenal. Vuestra visita me proporciona gran consuelo.

Sé que venís directamente de la reunión que habéis tenido en el monte Sinaí y a orillas del mar Rojo. Por varias razones, ha sido para vosotros un momento histórico. Habéis elegido para vuestro retiro espiritual un lugar muy significativo en la historia de la salvación, un lugar muy apto para escuchar y meditar la palabra de Dios, y comprender mejor el designio del Señor con respecto a vosotros.

Habéis querido conmemorar, de este modo, los treinta años de vida del Camino. ¡Cuánto habéis avanzado con la ayuda del Señor! El Camino ha experimentado en estos años un desarrollo y una difusión en la Iglesia verdaderamente impresionantes. Comenzó entre los habitantes de las chabolas de Madrid, como la semilla evangélica de mostaza y, treinta años después, se ha convertido en un gran árbol, que ya se extiende a más de cien países del mundo, con presencias significativas también entre los católicos de Iglesias de rito oriental.

2. Como todo aniversario, también el vuestro, visto a la luz de la fe, se transforma en ocasión de alabanza y agradecimiento por la abundancia de los dones que el Señor os ha concedido en estos años a vosotros y, por medio de vosotros, a toda la Iglesia. Para muchos la experiencia neocatecumenal ha sido un camino de conversión y maduración en la fe a través del redescubrimiento del bautismo como verdadera fuente de vida y de la Eucaristía como momento culminante en la existencia del cristiano; a través del redescubrimiento de la palabra de Dios que, compartida en la comunión fraterna, se convierte en luz y guía de la vida; y a través del redescubrimiento de la Iglesia como auténtica comunidad misionera.

¡Cuántos muchachos y muchachas, gracias al Camino, han descubierto también su vocación sacerdotal y religiosa! Vuestra visita también me brinda la feliz oportunidad de unirme a vuestro canto de alabanza y de acción de gracias por las «maravillas» (magnalia) que Dios ha realizado en la experiencia del Camino.

3. Su historia se inscribe en el marco del florecimiento de movimientos y asociaciones eclesiales, que es uno de los frutos más bellos de la renovación espiritual puesta en marcha por el concilio Vaticano II. Este florecimiento ha sido y sigue siendo aún hoy un gran don del Espíritu Santo y un luminoso signo de esperanza en el umbral del tercer milenio. Tanto los pastores como los fieles laicos deben saber acoger este don con gratitud, pero también con sentido de responsabilidad, teniendo en cuenta que «en la Iglesia, tanto el aspecto institucional como el carismático, tanto la jerarquía como las asociaciones y movimientos de los fieles, son coesenciales y contribuyen a la vida, a la renovación, a la santificación, aunque de modo diverso» (A los participantes en el Coloquio internacional de los movimientos eclesiales, 2 de marzo de 1987, n. 3: L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 15 de marzo de 1987, p. 24).

En el mundo de hoy, profundamente secularizado, la nueva evangelización se presenta como uno de los desafíos fundamentales. Los movimientos eclesiales, que se caracterizan precisamente por su impulso misionero, están llamados a un compromiso especial con espíritu de comunión y colaboración. En la encíclica Redemptoris missio he escrito a este propósito: «Cuando se integran con humildad en la vida de las Iglesias locales y son acogidos cordialmente por obispos y sacerdotes en las estructuras diocesanas y parroquiales, los movimientos representan un verdadero don de Dios para la nueva evangelización y para la actividad misionera propiamente dicha. Por tanto, recomiendo difundirlos y valerse de ellos para dar nuevo vigor, sobre todo entre los jóvenes, a la vida cristiana » (n. 72).

Por este motivo, para el año 1998, que en el marco de la preparación al gran jubileo del año 2000 está dedicado al Espíritu Santo, he deseado un testimonio común de todos los movimientos eclesiales, bajo la guía del Consejo pontificio para los laicos. Será un momento de comunión y de renovado compromiso al servicio de la misión de la Iglesia. Estoy seguro de que no faltaréis a esta cita tan significativa.

4. El Camino neocatecumenal cumple treinta años de vida: la edad, diría, de cierta madurez. Vuestra reunión en el Sinaí ha abierto ante vosotros, en cierto sentido, una etapa nueva. Por tanto, habéis tratado oportunamente de dirigir vuestra mirada con espíritu de fe no sólo hacia el pasado, sino también hacia el futuro, interrogándoos acerca del designio de Dios para el Camino en este momento histórico. El Señor ha puesto en vuestras manos un tesoro valioso. ¿Cómo vivirlo en plenitud? ¿Cómo desarrollarlo? ¿Cómo compartirlo mejor con los demás? ¿Cómo defenderlo de los diferentes peligros presentes o futuros? Estas son algunas de las preguntas que os habéis formulado, como responsables del Camino o como itinerantes de la primera hora.

Para responder a estas preguntas, en un clima de oración y profunda reflexión, habéis comenzado en el Sinaí el proceso de redacción de un Estatuto del Camino. Es un paso muy importante, que abre la senda hacia su formal reconocimiento jurídico, por parte de la Iglesia, dándoos una garantía ulterior de la autenticidad de vuestro carisma. Como sabemos, «el juicio acerca de la autenticidad y la regulación del ejercicio (de los carismas) pertenece a los que dirigen la Iglesia. A ellos compete sobre todo no apagar el Espíritu, sino examinarlo todo y quedarse con lo bueno» (Lumen gentium, 12). Os animo a proseguir el trabajo iniciado, bajo la guía del Consejo pontificio para los laicos y, de manera especial, de su secretario, monseñor Stanislaw Rylko, aquí presente con vosotros. Os acompaño en este camino con mi oración particular.

Antes de concluir, quisiera entregar a algunas hermanas una cruz, como signo de su fidelidad a la Iglesia y de su consagración total a la misión evangelizadora. Que el Señor Jesús os consuele y apoye en los momentos de dificultad. La Virgen santísima, Madre de la Iglesia, sea vuestro modelo y guía en toda circunstancia. Con este deseo, os imparto mi afectuosa bendición a vosotros, aquí presentes, y a cuantos están comprometidos en el Camino neocatecumenal.

 



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