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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS MIEMBROS DE LA REUNIÓN DE LAS OBRAS
PARA LA AYUDA A LAS IGLESIAS ORIENTALES (ROACO)


Jueves 19 de junio de 1997

 

Señor cardenal;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
queridos miembros y amigos de la ROACO:

1. Os doy a todos mi cordial bienvenida con ocasión de vuestra reunión anual entre miembros de la ROACO y oficiales de la Congregación para las Iglesias orientales. Saludo, ante todo, al señor cardenal Achille Silvestrini, a quien agradezco las amables palabras con que ha interpretado los sentimientos comunes de afectuosa devoción y ha ilustrado las múltiples actividades en las que estáis comprometidos. Saludo también al secretario de la Congregación, el arzobispo monseñor Miroslav Marusyn, y al subsecretario, padre Marco Brogi. Me agrada saludar asimismo al arzobispo Datev Sarkissian, que ha venido en representación de Su Santidad Karekin I, Catholicós de todos los armenios, a quien envío por medio de usted un saludo fraterno, con el recuerdo siempre vivo de nuestros cordiales encuentros de diciembre del año pasado. En fin, os saludo a todos vosotros aquí reunidos, y os expreso a cada uno mi complacencia y gratitud por el trabajo que habéis realizado.

Me alegra encontrarme hoy con vosotros al término de vuestro congreso, porque he podido comprobar que, a pesar de las actuales dificultades económicas, no ha disminuido el compromiso de generosidad que anima a las Obras que representáis. Como recordé en la carta apostólica Orientale lumen, «las comunidades de Occidente están dispuestas a favorecer en todo (...) la intensificación de este ministerio de diaconía, aprovechando la experiencia adquirida en años de más libre ejercicio de la caridad. ¡Ay de nosotros si la abundancia de uno fuese causa de la humillación de otro, o de estériles y escandalosas competiciones! Por su parte, las comunidades de Occidente han de sentir ante todo el deber de compartir, donde sea posible, proyectos de servicio con los hermanos de las Iglesias de Oriente o de contribuir a la realización de cuanto ellas emprenden al servicio de sus pueblos» (n. 23).

Conservo un recuerdo vivísimo de mi reciente visita a las Iglesias del Líbano, a las que entregué la exhortación postsinodal «Una esperanza nueva para el Líbano ». En ella he recordado que la misión eclesial exige el esfuerzo de todos y la firme voluntad de valorar los carismas de cada persona y las riquezas espirituales de cada comunidad, para ser levadura de unidad y fraternidad. Esto también se realiza a través de «un intercambio de dones entre todos, con particular atención a los más pobres, lo cual constituye un servicio característico de la Iglesia católica con respecto a todos » (n. 118).

2. En el futuro, la ROACO se insertará cada vez más activamente en la obra que ha iniciado la Congregación para las Iglesias orientales, impulsada por los recientes cambios políticos: la ampliación de la perspectiva general de servicio a las Iglesias orientales católicas, a través de una labor de apoyo y promoción a lo largo de su camino, en condiciones tan diversas.

En efecto, habiendo recuperado su libertad, se interrogan cada vez más sistemáticamente sobre cómo deben vivir su específica identidad oriental en el ámbito de la Iglesia católica. En este proceso tan importante, la Congregación para las Iglesias orientales siente el deber de manifestar la solicitud de la Iglesia universal, inspirando y promoviendo, junto con ellas, nuevas iniciativas en el campo de los estudios, de la profundización de la liturgia, de la espiritualidad y de la historia, en la labor de formación y en la elaboración de proyectos pastorales concretos.

Al mismo tiempo, y de modo complementario, la Congregación se esfuerza, con razón, para que también la Iglesia en Occidente valore cada vez con mayor sensibilidad la contribución de las Iglesias orientales católicas, favoreciendo así una expresión más completa de la misma catolicidad. Os ruego que sostengáis y apoyéis a la Congregación en esta creciente actividad que, con el tiempo, se volverá cada vez más exigente.

Un ejemplo práctico de estas iniciativas es el próximo encuentro de los obispos y los superiores religiosos de las Iglesias orientales católicas de Europa, que se celebrará en Hajdúdorog (Hungría) del 30 de junio al 6 de julio próximos, y tendrá como tema la identidad de los católicos orientales. Se trata de un acontecimiento verdaderamente importante, que une en el encuentro, en la reflexión y en la escucha común a cuantos trabajan en el dicasterio para las Iglesias orientales y a los responsables de esas Iglesias que han pagado tan cara su fidelidad a Cristo y a la Sede romana y que, por primera vez, se encuentran todas juntas, después de decenios de separación y persecución.

Este encuentro, querido por la Congregación, expresa muy bien el estilo pastoral que se exige cada vez más a los dicasterios de la Curia romana y es una ocasión providencial para que los católicos orientales reaviven la herencia de sus mártires, sean más conscientes de las nuevas exigencias pastorales y afronten con fe y generosidad la difícil situación del ecumenismo, en el que se les pide que colaboren constantemente. Espero que esta iniciativa, que bendigo de corazón, sea coronada por el éxito y dé abundantes frutos espirituales.

3. También deseo confirmar todo lo que la Congregación para las Iglesias orientales está haciendo en favor de los seminaristas y los sacerdotes, los religiosos y las religiosas, enviados a Roma por sus obispos y superiores para completar su formación y terminar los estudios eclesiásticos. Es necesario ayudarles a que encuentren en sus ambientes educativos y de estudio un fuerte clima de fe, el hábito de la oración bíblica, la atención a la calidad de la vida espiritual, el testimonio de comunión y estima entre todos los que, en diferentes niveles, los acompañan, y el celo apostólico al servicio del reino de Dios y de sus Iglesias de procedencia.

Deseo atraer la atención de la ROACO y de la Congregación para las Iglesias orientales hacia otro aspecto. En la carta apostólica Tertio millennio adveniente, con respecto a las diferentes etapas de preparación para el gran jubileo, he mencionado muchas veces la Tierra Santa. Siempre ha sido objeto de predilección singular en toda la Iglesia.

Desde el inicio de la fe cristiana, la comunidad de Corinto y las Iglesias de Galacia, animadas por el celo del apóstol Pablo, reservaban «lo que habían logrado ahorrar» y enviaban «el don de su liberalidad a Jerusalén» (cf. 1Co16, 1-4). La costumbre de ayudar cristalizó en diversas iniciativas, entre las cuales tiene particular importancia hoy la «Colecta para Tierra Santa».

Si la tierra de Jesús está en el corazón de todos los fieles, no se puede permitir que esa comunidad cristiana viva situaciones de malestar social y que, a causa de algunas formas de indigencia, esos hermanos lleguen a abandonar su país en busca de condiciones de vida más dignas.

Por tanto, invito apremiantemente a toda la Iglesia a recordar que cuanto se hace en favor de Tierra Santa, especialmente el Viernes santo, es un gesto de exquisita y debida fraternidad, que manifiesta de modo real lo que representa la tierra de Jesús para todos los cristianos.

4. Queridos miembros de la ROACO, el Papa sabe que os dedicáis a la formación de las personas y al mantenimiento de los inmuebles; que os preocupáis por la solidaridad entre todos los cristianos y por los proyectos de humanización para las poblaciones indigentes o probadas por el subdesarrollo; y que favorecéis las obras de las comunidades católicas, como el diálogo no sólo entre los cristianos sino también entre las diversas religiones. Me complacen las respuestas que dais a las peticiones que recibís, pero también expreso el agradecimiento de esos pueblos y comunidades que, gracias a la obra de la Congregación para las Iglesias orientales y la ROACO, ven que se apoyan sus esfuerzos para una reanudación más intensa de la actividad apostólica y perciben que estos gestos de participación brotan de un amor genuino y más universal.

Que la Virgen de Nazaret, Madre del Redentor, os confirme en vuestros propósitos y os mantenga a la escucha constante de su voz materna: «Haced lo que él os diga» (Jn 2, 5).

En prenda de la asistencia divina, os imparto de corazón mi bendición, que extiendo complacido a todas las Iglesias y a los organismos que representáis, y en favor de las realidades tan diversas por las que trabajáis.



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