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MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LA ORDEN DE LOS FRAILES MENORES
CON OCASIÓN DE SU CAPÍTULO GENERAL

 

Al reverendísimo padre Hermann Schalück
ministro general de los Frailes Menores

1. Con ocasión del capítulo general ordinario, que se celebra en el santuario de la Porciúncula, lugar tan querido para el Poverello de Asís, me alegra enviar a la orden de los Frailes Menores mis cordiales saludos y mis mejores deseos. Precisamente allí Francisco comenzó su vida evangélica (cf. 1 Cel 22, FF 356), y allí concluyó su existencia terrena (cf. 1 Cel 110, FF 512), deseoso de «entregar su alma a Dios donde, por primera vez, había conocido claramente el camino de la verdad» (1 Cel 108, FF 507).

Al dirigirme a usted, reverendísimo padre, quiero enviar mi ferviente saludo a los capitulares y a todos los hermanos que trabajan en las diversas áreas del mundo, deseando a cada uno, como san Francisco, «verdadera paz del cielo y sincera caridad en el Señor» (EpFid II, 1, FF 179).

2. «La tarea de la evangelización de todos los hombres constituye la misión esencial de la Iglesia; una tarea y misión que los cambios amplios y profundos de la sociedad actual hacen cada vez más urgentes» (Evangelii nuntiandi, 14). Vuestra orden ha comprendido bien esta urgencia, considerándola uno de los temas prioritarios de la asamblea capitular. En ella se quiere reafirmar con vigor el compromiso de los Frailes Menores de seguir a Cristo pobre, casto y obediente, para poder así anunciar mejor a todos las sublimes verdades de la buena nueva, permaneciendo «firmes en la fe católica» (RB XII, FF 109) y fervorosos en la comunión con la santa madre Iglesia (cf. Test. Sen., FF 135).

En efecto, la obra apostólica y misionera es fructuosa si se realiza en sintonía con los pastores legítimos, a quienes Cristo ha confiado la responsabilidad de su grey. Por eso, la orden deberá impulsar a sus miembros a colaborar cada vez más eficazmente con las Iglesias particulares a las que brindan su apreciado servicio (cf. Flp 1, 5).

3. Siguiendo las huellas de otros venerados predecesores míos y, en particular, del Papa Pablo VI, que con la carta apostólica Quoniam proxime (AAS 65 [1973], 353-357) se había dirigido al capítulo general de Madrid, también yo quiero estar cercano espiritualmente a los trabajos capitulares, que proponen de nuevo el tema: «Vocación de la orden hoy», deseando profundizarlo desde la perspectiva de la memoria y la profecía.

Los franciscanos, al considerar su glorioso pasado, rico en historia, santidad, cultura y esfuerzo apostólico, no pueden menos de sentir el compromiso de estar a su altura, esmerándose por escribir páginas nuevas y significativas de su historia (cf. Vita consecrata, 110). Ya en el umbral del tercer milenio, ¿cómo no destacar la vocación y la misión evangelizadora de la orden, que son, por decirlo así, el núcleo de su misma identidad?

El recuerdo de los orígenes y de las etapas más importantes de la historia de la orden debe servir de modelo para el compromiso actual de la fraternidad, llamada a vivir hoy la misión que Dios, a través de la Iglesia, le ha confiado mediante la profesión de la Regla de san Francisco.

La «memoria» del don que Dios ha dado a la Iglesia y al mundo en la persona del Poverello os ayuda a comprender las situaciones contemporáneas de modo renovado y a abriros, en una línea de continuidad dinámica, a las expectativas y a los desafíos actuales, para preparar con empeño constructivo el futuro.

4. La unidad vital entre el ayer, el hoy y el mañana resulta necesaria para que la «memoria» se transforme en «profecía». En efecto, «la verdadera profecía nace de Dios, de la amistad con él, de la escucha atenta de su Palabra en las diversas circunstancias de la historia » (Vita consecrata, 84).

La auténtica «profecía» requiere, además, que la Christi vivendi forma, que compartieron los Apóstoles (cf. ib., 14 y 16) y que san Francisco de Asís y sus compañeros hicieron suya (cf. 1 Cel 22. 24, FF 356.360-361), llegue a ser norma para los Frailes Menores de esta última etapa del siglo, de modo que entreguen intacta a las generaciones del tercer milenio la herencia espiritual que han recibido, a través de la mediación de tantos frailes conocidos y desconocidos, de las mismas manos del Padre seráfico.

La referencia a la experiencia originaria, que suscitó el Espíritu de Cristo resucitado, hará seguramente que vuestra familia se abra a un futuro rico en esperanza, ayudándoos a descubrir en los acontecimientos diarios la presencia de Dios que actúa en el mundo, y a promover el sabio diálogo entre fe y cultura, hoy particularmente necesario.

En efecto, nunca hay que olvidar que la vida consagrada, puesta al servicio de Dios y del hombre, «tiene la misión profética de recordar y servir al designio de Dios sobre los hombres, tal como ha sido anunciado por las Escrituras y como se desprende de una atenta lectura de los signos de la acción providencial de Dios en la historia» (Vita consecrata, 73).

En esta perspectiva es indispensable, también para vuestra orden, un atento discernimiento, que os lleve a preguntaros sobre el significado de vuestro munus en la Iglesia y sobre la vocación de la fraternidad franciscana en la actualidad.

5. San Francisco indicó el munus específico de los Frailes Menores cuando, en su carta a toda la orden, escribió: alabad a Dios, «puesto que es bueno, y exaltadlo con vuestras obras, dado que os envió al mundo entero para que testimoniéis su voz con la palabra y con las obras, y deis a conocer a todos que él es el único omnipotente» (FF 216).

Asimismo, han ilustrado ese munus los numerosos documentos de la Iglesia relativos al mandato de predicar la penitencia conferido a la orden por el Papa Inocencio III (1 Cel 33, FF 375) y confirmado a lo largo de los siglos por mis venerados predecesores.

Toda la historia de los Frailes Menores confirma que el anuncio del Evangelio es la vocación, la misión y la razón de ser de esta fraternidad. La misma Regla, al ilustrar la vocación de la orden en la Iglesia, recuerda que los frailes están llamados a estar con Cristo y que son enviados a predicar, curando a los enfermos (cf. Mc 3, 13-15; 1 Cel 24, 360; Vita consecrata, 41). Estas claras orientaciones del fundador exigen la unidad y la complementariedad entre el anuncio del Evangelio y el testimonio de la caridad. Se trata de una tarea apostólica y misionera que implica a todos: frailes, clérigos y laicos. La Leyenda de los tres compañeros recuerda que, «terminado el capítulo, (Francisco) concedía la misión de predicar a los clérigos y laicos que tenían el Espíritu de Dios y la capacidad requerida» (Trium Soc 59, FF 1.471), mientras los demás frailes colaboraban mediante la oración y la caridad.

6. Por tanto, esta unidad indispensable de la apostolica vivendi forma exige que todos los frailes, cada uno según su condición y sus capacidades específicas, se inserten plenamente en la única vocación evangelizadora de la orden. Esto requiere un esfuerzo constante en el ámbito de la formación, que preceda y acompañe el compromiso de los obreros de la viña del Señor (cf. Evangelii nuntiandi, 15). Por eso, preocupaos por garantizar a todos, clérigos y laicos, una formación apropiada, para que cada fraile pueda insertarse con espíritu apostólico y adecuada profesionalidad en el amplio campo de la evangelización y de las obras caritativas (cf. Mt 10, 7-8).

Es necesario, asimismo, que la acción apostólica y la obra de promoción humana estén animadas por un constante espíritu de oración, pues el compromiso de «llenar el mundo con el Evangelio» brota de la experiencia de Cristo. Este es el significado profundo del conocimiento personal e interior de Cristo que la orden, en comunión con toda la Iglesia, está llamada a promover hoy en el pueblo de Dios. Como es sabido, la unidad entre evangelización y contemplación es parte de la Regla de los Frailes Menores, que invita a «no apagar el espíritu de la santa oración y devoción» (RB V, FF 88). San Francisco recuerda que «el predicador, en primer lugar, debe hallar en el secreto de la oración lo que después transmitirá en sus discursos. Antes que nada, debe calentarse interiormente, para no proferir palabras frías» (2 Cel 163, FF 747).

La vida apostólica y caritativa encontrará contenido, coherencia y dinamismo en la comunión con Cristo. La experiencia de su presencia vivificadora también dará a los Frailes Menores la fuerza y la convicción del anuncio, que crea comunión con Dios y con la Iglesia, como recuerda el apóstol Juan: «Lo que hemos visto y oído os lo anunciamos, para que también vosotros estéis en comunión con nosotros. Y nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo» (1 Jn 1, 3).

7. Reverendísimo padre, a la vez que aliento a esta Fraternidad a afrontar los trabajos del capítulo con el estilo evangélico que animó a san Francisco, pido al Señor que infunda con abundancia su Espíritu Santo en cada uno de los capitulares. Encomiendo la reflexión de estos días a María Inmaculada, para que, como Madre y Reina de los Frailes Menores, ayude a cada fraile a proclamar las maravillas que el Señor realiza en el mundo, e impulse a toda vuestra orden a responder con renovada entrega a la llamada de Cristo.

Acompaño estos sentimientos con una especial bendición apostólica, que le imparto de corazón a usted, a los padres capitulares y a todos los Frailes Menores esparcidos por el mundo.

Vaticano, 5 de mayo de 1997.

JUAN PABLO II



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