Index   Back Top Print

[ EN  - ES  - IT  - PT ]

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LA ASAMBLEA PLENARIA DE LA CONFERENCIA
EPISCOPAL ITALIANA


Sala del Sínodo, jueves 22 de mayo de 1997

 

«El último día de la fiesta, el más solemne, Jesús puesto en pie, gritó: "Si alguno tiene sed, venga a mí, y beba el que crea en mí", como dice la Escritura: De su seno correrán ríos de agua viva. Esto lo decía refiriéndose al Espíritu que iban a recibir los que creyeran en él» (Jn 7, 37-39).

Amadísimos hermanos en el episcopado:

1. Habéis elegido celebrar vuestra asamblea plenaria durante los días inmediatamente sucesivos a Pentecostés: el Espíritu Santo, cuya venida sobre la Iglesia naciente acabamos de celebrar, ilumine y guíe vuestro encuentro y vuestros trabajos.

Me alegra estar con vosotros y compartir vuestras inquietudes y vuestra solicitud pastoral. Saludo y doy las gracias a vuestro presidente, el señor cardenal Camillo Ruini, al igual que a los demás cardenales italianos; saludo, asimismo, a los vicepresidentes, y doy las gracias de modo particular a monseñor Giuseppe Agostino, que ha concluido su servicio, y felicito a monseñor Giuseppe Costanzo, elegido para asumir la función de vicepresidente. En fin, saludo al secretario general y a cada uno de vosotros, venerados hermanos en el episcopado, deseándoos a todos los frutos del Espíritu en vuestro compromiso en cada una de las diócesis y dentro de la Conferencia episcopal.

2. Vuestra asamblea ha dedicado amplio espacio al gran tema del encuentro con Jesucristo a través de la Biblia. En la carta apostólica Tertio millennio adveniente he subrayado cuán importante es que en este año de preparación para el gran jubileo, dedicado a Jesucristo, único Salvador del mundo, ayer, hoy y siempre (cf. Hb 13, 8), los cristianos «vuelvan con renovado interés a la sagrada Escritura, en la liturgia, tan llena del lenguaje de Dios; en la lectura espiritual, o bien en otras instituciones o con otros medios que para dicho fin se organizan hoy por todas partes» (n. 40).

En efecto, a pesar del gran impulso que el concilio Vaticano II ha dado a los estudios bíblicos y a la pastoral bíblica en las comunidades cristianas, todavía son demasiados los fieles que siguen privados de un encuentro vital con las sagradas Escrituras y no alimentan adecuadamente su fe con la riqueza de la palabra de Dios que se halla en los textos revelados. Por eso, es necesario realizar un esfuerzo ulterior para que tengan amplio acceso a la Biblia. En efecto, como dice san Jerónimo, «ignorar las sagradas Escrituras significa ignorar a Cristo», dado que toda la Biblia nos habla de él (cf. Lc 24, 27).

Para un encuentro eficaz con la sagrada Escritura, sigue siendo decisiva la referencia a la constitución dogmática Dei Verbum del concilio ecuménico Vaticano II. En ella encontramos los principios doctrinales y los caminos pastorales más apropiados para lograr que el encuentro con el Libro sagrado mantenga su intrínseca cualidad de escucha de la palabra de Dios, sea un estudio exegéticamente correcto, se convierta en fuente de vida espiritual, anime y reavive toda la acción pastoral, guíe y sostenga el diálogo ecuménico y manifieste la gran riqueza, incluso humana y cultural, que brota de la Biblia y que ha producido maravillosos frutos de civilización en Italia y en muchas otras naciones.

En virtud de este nexo entre fe y cultura, la Biblia se presenta como texto fundamental para la formación de las nuevas generaciones, tanto en la catequesis de iniciación cristiana como en la enseñanza de la religión católica en las escuelas.

Por tanto, la ardua tarea de la nueva evangelización pasa por dar a conocer más la Biblia a todo el pueblo de Dios, mediante su proclamación litúrgica, la homilía y la catequesis, la práctica de la lectio divina y otros caminos bien trazados en la reciente Nota pastoral de vuestra Conferencia: «La Biblia en la vida de la Iglesia». Las comunidades parroquiales y las religiosas, las asociaciones y los movimientos laicales, las familias y los jóvenes podrán experimentar así la condescendencia amorosa de Dios Padre que, mediante la sagrada Escritura, sale al encuentro de cada hombre, manifestando la naturaleza de su Hijo unigénito y su designio de salvación para la humanidad.

Para que los fieles comprendan y acojan la Escritura con todo su valor de verdad y de regla suprema de nuestra fe, se necesita claramente una acción de acompañamiento que evite lecturas superficiales, emotivas o, incluso, instrumentalizadas, no iluminadas por un sabio discernimiento y la escucha en el Espíritu. Se trata de una responsabilidad específica nuestra como pastores, para la que contamos con la ayuda de los sacerdotes y los catequistas. En efecto, la verdadera y genuina interpretación y transmisión de los textos sagrados sólo puede realizarse en el seno de la Iglesia, a la luz de la Tradición viva y bajo la guía del Magisterio (cf. Dei Verbum, 10).

3. Queridos hermanos, al dedicar particular atención al encuentro con Jesucristo a través de la Biblia, habéis querido impulsar la preparación de este especial Año santo, durante el cual celebraremos los dos mil años de la encarnación del Verbo de Dios. Conozco el esmero con el que cada uno de vosotros en su Iglesia particular, y todos juntos reunidos en la Conferencia episcopal, estáis preparándoos para esta gran cita. Me alegro de ello y me congratulo con vosotros.

Un momento importante de este camino de preparación para el gran jubileo será el Congreso eucarístico nacional, que se celebrará a fines de septiembre en Bolonia, dedicado al mismo tema de este año preparatorio: «Jesucristo, único Salvador del mundo, ayer, hoy y siempre». Me alegrará encontrarme con vosotros en Bolonia, y ya desde ahora agradezco al cardenal Giacomo Biffi el celo con el que está preparando esta gran manifestación de fe en Cristo Eucaristía y de comunión eclesial.

4. Queridos hermanos, todavía conservo en mi corazón el recuerdo de la Asamblea de Palermo, en la que se dieron cita todas las diócesis de Italia para animar con el evangelio de la caridad la vida de la nación. Después de la Asamblea, habéis trabajado mucho para poner en práctica las opciones que hicisteis allí, en el sentido del primado de la vida espiritual, del compromiso en favor de la nueva evangelización, de la relación entre fe y cultura, de la familia, de los jóvenes, del amor preferencial por los pobres y de la animación cristiana de la vida política y social.

En particular, el proyecto cultural orientado en sentido cristiano señala un objetivo fundamental hacia el que hay que tender y hacer converger sensibilidades y energías: el de una fe que sepa traducirse en obras, de modo que Jesucristo inspire y sostenga también el compromiso temporal de los creyentes en favor del futuro del pueblo italiano, como ya sucedió en el pasado. En esta perspectiva, deseo estimular los esfuerzos que estáis realizando para una presencia cristiana más incisiva y orgánica en el ámbito de la comunicación social, conscientes de que en este terreno se afrontan hoy desafíos decisivos.

5. Comparto con vosotros, amadísimos hermanos, el celo, la solicitud y también la preocupación por el destino de la nación italiana: por su unidad, por su gran herencia cristiana y por el papel que, en consecuencia, debe desempeñar en Europa.

El pueblo italiano es rico en energías, capaz de afrontar y superar incluso las dificultades más duras, pero estas energías deben poder expresarse de modo libre y solidario, dejando espacio, más aún, impulsando la «subjetividad de la sociedad» (Centesimus annus, 13), que tiene su mayor fuerza en los múltiples cuerpos y asociaciones intermedias y, ante todo, en la familia, que es la célula base de la sociedad y de la Iglesia.

Frente a los múltiples ataques que la familia afronta hoy también en Italia, donde desempeña una función social particularmente importante, quiero deciros a vosotros, mis hermanos en el episcopado, que os apoyo tanto en la acción pastoral en favor de la familia como en el compromiso al que están llamados todos los católicos y los hombres de buena voluntad, para salvaguardar en el ámbito legislativo los derechos propios de la familia fundada en el matrimonio y solicitar que se tomen nuevas medidas e iniciativas en el campo de la ocupación, la construcción y las normas fiscales, a fin de que no salgan perjudicadas injustamente la familia y la maternidad.

Queridos hermanos, sé que es igualmente grande la atención que prestáis a la enseñanza: a la escuela en general, que hay que sostener, ante todo, en su función primaria de educación y formación de la persona, y, en especial, a la escuela libre. Renuevo aquí, junto con vosotros, la petición de que «finalmente se aplique de modo concreto la equiparación para las escuelas no estatales, que prestan un servicio de interés público, que muchas familias aprecian y buscan» (Palabras pronunciadas el 23 de febrero de 1997 en el instituto romano «Villa Flaminia»). También en este campo las legislaciones de muchos países de la Unión europea pueden servir de ejemplo.

6. Venerados hermanos en el episcopado, pongamos en el corazón de María, nuestra dulce Madre, los proyectos elaborados durante estas jornadas de oración, de intercambios fraternos y de reflexión común.

Unidos a María, a los mártires y a los santos que escribieron la historia de esta nación, afrontemos con confianza las tareas que nos esperan.

Dios os bendiga a cada uno y a vuestras Iglesias. Dios bendiga al pueblo italiano, lo confirme en la fe de sus padres, ilumine su mente y abra su corazón para la edificación de la civilización del amor en el umbral del tercer milenio.



Copyright © Dicastero per la Comunicazione - Libreria Editrice Vaticana