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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A UN GRUPO DE PEREGRINOS DE LA FUNDACIÓN ITALIANA
«PRO JUVENTUTE DON CARLO GNOCCHI»


Sábado 24 de mayo de 1997

 

Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Me alegra daros mi bienvenida y el más cordial saludo a todos vosotros, dirigentes y trabajadores cualificados de la fundación «Pro Juventute Don Carlo Gnocchi». Agradezco, en particular, a su presidente, monseñor Angelo Bazzari, las palabras que me ha dirigido y con las que también ha ilustrado el contexto en que se sitúa esta audiencia.

Es casi una prolongación de las celebraciones con ocasión del 40 aniversario de la muerte de don Carlo Gnocchi, que tuvieron lugar el año pasado. En efecto, nuestro encuentro ya estaba previsto para octubre del año pasado, pero la Providencia dispuso diversamente, de modo que hoy nos encontramos para renovar la conmemoración de don Gnocchi, cincuenta años después de haber dado vida a la «Federación en favor de la infancia mutilada», destinada a convertirse en la fundación «Pro Juventute ». Esto me brinda la oportunidad de reanudar con vosotros algunas reflexiones que, hace unos meses, os hacía en el mensaje especial que os envié con ocasión de vuestro congreso internacional sobre el tema de la rehabilitación.

2. Conmemorar a figuras como la de don Gnocchi permite, especialmente a los creyentes, palpar la realidad de una vida que perdura, más aún, que crece en cierto modo más allá del umbral de la muerte.

Para el cristiano, el acto de morir representa la coronación de la vida, de su vocación y misión. En el seguimiento de Cristo, él aprendió a morir a sí mismo y a realizarse en la entrega de sí, a encontrarse cabal y verdaderamente a sí mismo «perdiéndose», como el grano de trigo. Para quien ha conocido y cree en el amor de Dios (cf. 1 Jn 4, 16), lo único esencial es amar, tanto viviendo como muriendo. Y el sentido auténtico y pleno del vivir es «dar la vida».

Para un sacerdote, en particular, esto significa seguir el ejemplo de Cristo, el buen pastor, que «da su vida por las ovejas» (Jn 10, 11). Es lo que hizo, de modo admirable, vuestro fundador. Su muerte prematura constituyó el sello de una vida consagrada totalmente a Dios y al prójimo. Incluso después de morir quiso dar aún algo suyo, ofreciendo sus córneas a un muchacho y a una muchacha ciegos, quienes, a partir del 29 de febrero de 1956, al día siguiente de su fallecimiento, pudieron así comenzar a ver.

Para aquellos tiempos fue un gesto valeroso e innovador, aunque humilde y discreto; un gesto capaz de sacudir las conciencias y estimular positivamente a la sociedad.

Con ocasión de su funeral, una multitud inmensa se reunió alrededor de aquel que, después de la segunda guerra mundial, había llegado a ser casi un símbolo de la esperanza. Un sacerdote que, después de haber compartido, como capellán, el trágico destino de los Alpinos en el frente ruso, se había dedicado a sus hijos huérfanos y mutilados, empezando una tenaz «reconstrucción » humana, en la que gastó todas las energías de su caridad admirable e incansable.

3. El desarrollo que la fundación Pro Juventute ha tenido durante estos cuarenta años constituye el mejor testimonio de la fecundidad de la obra apostólica de don Carlo Gnocchi. Él supo responder a las necesidades concretas y urgentes, pero, sobre todo, supo hacerlo con un estilo de gran actualidad, anticipando los tiempos, gracias a su notable sensibilidad educativa, que maduró durante el primer período de su ministerio y que después cultivó siempre. No le bastaba asistir a las personas, sino que quería «restaurarlas», promoverlas, y ayudarles a encontrar la condición de vida más adecuada a su dignidad. Este fue su gran desafío, y sigue siendo el gran desafío para la fundación que lleva su nombre.

En esta perspectiva, la figura de don Gnocchi puede citarse, con razón, como ejemplo alentador de la acción caritativa, insertada profundamente en la historia, que la Iglesia italiana ha tomado como modelo de compromiso pastoral para este decenio (cf. Nota pastoral de la Conferencia episcopal italiana después de la Asamblea de Palermo). Esa caridad se caracteriza, precisamente, por una fuerte y constante atención a la educación, cuyo objetivo es la promoción integral de la persona con vistas a la edificación de una sociedad solidaria y fraterna.

La fundación Pro Juventute ha mostrado que sabe continuar con fidelidad la obra de su venerado iniciador —mérito que es preciso reconocer, ante todo, a sus sucesores—, haciendo fructificar los «talentos» que él había recibido y que, al morir, legó a sus colaboradores. En particular, la fundación ha sabido prestar una gran atención al cambio de las exigencias, desarrollando la capacidad de responder a nuevas situaciones de necesidad, pero sin renunciar jamás a la centralidad de la persona y al rigor científico de sus intervenciones.

4. Amadísimos hermanos y hermanas, casi todos los centros de la fundación están dedicados a María, para testimoniar la profunda devoción mariana de don Carlo Gnocchi. Hoy, 24 de mayo, recordamos a la Virgen santísima venerada con el título de María auxiliadora. A ella deseo encomendarle vuestras iniciativas y a las miles de personas que, gracias a ellas, encuentran alivio para sus sufrimientos y esperanza para el futuro.

Precisamente quisiera terminar mi reflexión bajo el signo de la esperanza: toda la vida de don Carlo Gnocchi, incluida su muerte, es un luminoso signo de esperanza. Esa «insistente esperanza» que, como él mismo escribió, guió siempre su búsqueda del rostro de Dios en el de los inocentes marcados por el sufrimiento (cf. Escritos, p. 527). Espero que lo sigáis siempre dignamente, para gozar, como él, de la alegría que brota del amor. Con estos sentimientos, os imparto de corazón a todos vosotros una bendición apostólica especial, extendiéndola a toda la familia de la fundación Pro Juventute.

 



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