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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS MIEMBROS DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE BÉLGICA
EN VISITA «AD LIMINA»


Viernes 7 de noviembre de 1997

 

Señor cardenal;
queridos hermanos en el episcopado:

1. Con gran alegría os acojo en la casa del Sucesor de Pedro a vosotros, que habéis recibido la misión de guiar al pueblo de Dios que está en Bélgica. Vuestra presencia me recuerda mi viaje a vuestro país, en junio de 1995, con ocasión de la beatificación de un compatriota vuestro, el padre Damián de Veuster, figura espiritual de relieve y testigo ejemplar de la caridad para con los enfermos. Agradezco al cardenal Godfried Danneels, presidente de vuestra Conferencia episcopal, las afectuosas palabras que me ha dirigido, y deseo expresarle mi felicitación por su fiesta. Habéis venido a Roma para realizar vuestra visita a las tumbas de los Apóstoles, a fin de encontrar luz y apoyo en vuestra misión episcopal «de edificación del Cuerpo de Cristo» (Ef 4, 12), en comunión con la Iglesia universal, y recobrar valor para guiar, consolar y reforzar la esperanza de vuestros colaboradores, los sacerdotes y los diáconos, así como la de todo el pueblo de Dios.

2. En vuestros informes quinquenales me habéis hecho partícipe de las diversas iniciativas promovidas por vuestras diócesis con vistas al gran jubileo, nuevo Adviento para la Iglesia; me alegran la acogida que han tenido entre vuestros diocesanos y el dinamismo que suscitan en el seno de las comunidades cristianas. Es un signo palpable del deseo espiritual de los fieles, de su sed de descubrir de modo renovado el misterio trinitario, para vivirlo y testimoniarlo en su vida diaria.

En vísperas del segundo año de preparación para el gran jubileo, pido al Espíritu Santo que os ilumine y sostenga en el ministerio que debéis desempeñar. Como pastores, debéis apoyar a los sacerdotes en su misión, estando cerca de ellos, animándolos y sosteniéndolos, para que sigan anunciando el Evangelio en sus tareas propias y dando incansablemente ejemplo de una vida de oración auténtica y de una existencia conforme a su compromiso.

Respetando a las personas y con la debida discreción, os corresponde a vosotros corregir, a través de advertencias insistentes, y rectificar situaciones morales equivocadas, para que nadie sea objeto de escándalo para sus hermanos y nadie se pierda, como subrayé en una carta del 11 de junio de 1993 dirigida a los obispos de Estados Unidos, que trataba problemas sociales parecidos a los vuestros (cf. L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 2 de julio de 1993, p. 4; 1 Co 10, 32; 2 Co 6, 3; Código de derecho canónico, c. 1.044, § 2; y c. 1.395).

3. Os felicito por los grandes esfuerzos realizados en vuestras diócesis para intensificar la catequesis de los niños y los jóvenes, que consideráis una prioridad pastoral. El comportamiento de numerosos jóvenes durante la reciente Jornada mundial de la juventud puede ofreceros la ocasión de intensificar esta pastoral, sobre todo mediante una formación espiritual y religiosa más profunda. En efecto, esta última es uno de los ámbitos fundamentales y una piedra angular de la misión evangelizadora de la Iglesia, como ha subrayado el reciente Directorio general de la catequesis, realizado por la Congregación para el clero. Este documento es un instrumento valioso y una guía que recuerda oportunamente que Cristo y su mensaje están en el centro de cualquier enseñanza de fe. El ministerio de la catequesis debe, pues, ocupar un lugar importante en la misión de toda la comunidad cristiana. Bajo la responsabilidad del obispo, requiere la participación de los padres, los sacerdotes, las personas consagradas y los fieles que, aceptando ser catequistas, recibirán una formación adecuada.

Aprecio también la atención que prestáis a la formación teológica y moral de los laicos, a través de las publicaciones y los diversos cursos organizados en vuestras diócesis. Acompañáis esta formación con una iniciación en la oración y en la liturgia, para que el descubrimiento de Cristo no sea sólo de orden cognoscitivo, sino que implique también la voluntad y los sentimientos, hasta transformar la vida diaria. En vuestra reciente declaración Au souffle de l’Esprit vers l’An 2000, habéis recordado oportunamente a los fieles que la esperanza es un don del Espíritu, que se funda en la fidelidad a Dios, que debemos pedir incesantemente. A través de la vida sacramental y la participación en la comunidad eclesial los cristianos reciben abundantes frutos. La profundización del misterio cristiano y una vida espiritual auténtica permiten encontrar el impulso para cooperar activamente en la misión de evangelización de la Iglesia y, de modo particular, en el desarrollo de la sociedad civil. A la luz del Evangelio y de la doctrina social de la Iglesia, los laicos están llamados a contribuir al bien común mediante un compromiso de orden temporal, con el conjunto de sus compatriotas, promoviendo los principios fundamentales relacionados con el fin de la creación y la forma de vivir del mundo, así como los valores morales (cf. Apostolicam actuositatem, 7).

Os aliento de modo particular a impulsar la pastoral de la juventud, nombrando a sacerdotes capaces de acompañar a los jóvenes con la delicadeza debida a seres humanos que están formando su propia personalidad. Esto es importante para que los jóvenes puedan descubrir a Cristo y afrontar con serenidad los problemas relacionados con la sociedad moderna. Me alegra el renovado compromiso de los catequistas, los padres, los profesores de religión y los demás docentes, que se encargan de la educación religiosa en las escuelas y parroquias. También es motivo de alegría la vitalidad manifestada por los diversos movimientos que proponen a los jóvenes actividades que les permiten descubrir y vivir los valores cristianos y un camino espiritual.

4. Me habéis expresado vuestros temores a causa de la disminución cada vez mayor del número de sacerdotes y de las arduas tareas que deben realizar actualmente, a veces hasta el límite de sus fuerzas y en edad muy avanzada. Conociendo las difíciles condiciones en que viven, los felicito por su dedicación, su perseverancia y su fidelidad, y los invito a no perder la esperanza y a encontrar en la oración personal y litúrgica y, sobre todo en la celebración de la Eucaristía, la fuerza para vivir en conformidad con Cristo, del que son icono vivo, para ser servidores del Evangelio y mostrar a los hombres que una vida entregada a Dios en el celibato es fuente de alegría profunda y de equilibrio interior. Seguid interesándoos por la calidad de su vida material, ayudándoles a conservar una justa armonía entre la vida espiritual, la vida pastoral, el tiempo libre y las relaciones de amistad.

Por otra parte, es importante favorecer todo lo que puede fortalecer la unidad y el sentido fraterno en el seno del «presbiterio, que está acordado con el obispo, como las cuerdas con la guitarra » (san Ignacio de Antioquía, Carta a los Efesios). Los sacerdotes están unidos a sus hermanos «por los lazos de amor, oración y todo tipo de colaboración» (Presbyterorum ordinis, 8). Por tanto, las relaciones deben basarse en la amistad y la atención recíproca; los más jóvenes deben pedir que se les sostenga al comienzo de su ministerio y en sus primeras responsabilidades, y los más ancianos deben aportar toda su experiencia. A todo esto contribuirán los momentos de retiro espiritual y los tiempos de formación teológica, propuestos al conjunto del clero, para que su enseñanza se afiance y pueda responder de modo más preciso a los interrogantes de nuestros contemporáneos. Transmitid a los sacerdotes y a los diáconos mi afectuoso apoyo y la seguridad de mi oración, en particular a los enfermos y a los que experimentan dificultades en su ministerio. Transmitid mis saludos más cordiales a los miembros de los institutos de vida consagrada que, a pesar de la escasez de vocaciones, prosiguen su misión a costa de grandes esfuerzos, por amor a Cristo y a la Iglesia. Espero que encuentren los medios para reunir sus fuerzas y transmitir su espiritualidad a los laicos que trabajan con ellos, como ya están haciendo.

5. Habéis decidido mantener en cada diócesis un seminario mayor, institución esencial y central que contribuye a la visibilidad de la Iglesia y a su dinamismo apostólico. Es una opción valiente, que muestra la gran atención que dedicáis a la formación de los futuros sacerdotes y la preocupación por un buen discernimiento. Gracias a esta cercanía, los jóvenes refuerzan su relación de confianza y obediencia filial con su obispo y toman conciencia de las realidades diocesanas que deberán vivir después. Por lo que atañe a la formación, es oportuno ante todo verificar la recta intención de los candidatos al sacerdocio y su grado de madurez, y ayudarles a estructurar su personalidad (cf. Pastores dabo vobis, 62). A este propósito, sería perjudicial que los mismos jóvenes eligieran su lugar de formación, en función de criterios relacionados con su subjetividad, su sensibilidad y su historia. Eso podría limitar el discernimiento y debilitar la dimensión de servicio que exige el ministerio sacerdotal. Aprecio la atención que prestáis a la enseñanza filosófica y teológica, así como al progreso espiritual de los futuros sacerdotes, eligiendo a profesores y directores particularmente preparados para este delicado ministerio.

La presencia de un seminario ofrece también a todos los fieles la ocasión de estar cerca y sostener con su oración fraterna a quienes serán sus pastores. Todos los cristianos y, en particular los padres, deben comprometerse a suscitar vocaciones en sus familias y a acompañar a los jóvenes que se sienten llamados a seguir a Cristo en la vida sacerdotal y religiosa. Con este espíritu, me alegro por el nuevo impulso que habéis querido dar a los diversos Servicios de vocaciones.

6. La situación presente os lleva a reorganizar y reestructurar las parroquias, teniendo en cuenta las posibilidades que se os presentan y las necesidades pastorales. La parroquia no es una simple asociación; es un signo de la visibilidad de la Iglesia y un hogar en el que se expresa la comunión entre todos los miembros de la comunidad. Es la unidad fundamental, que tiene el deber de asegurar las grandes funciones de la misión eclesial y que, precisamente por eso, debe disponer de fuerzas vivas. Así pues, es importante que esta reorganización tenga en cuenta el número de fieles, la posibilidad de asegurar los diversos servicios pastorales indispensables y el entramado humano, que encuentra parte de su vitalidad en las asambleas dominicales y en las actividades parroquiales.

7. En vuestros informes manifestáis vuestras preocupaciones y las de una parte importante de los belgas frente a la evolución de la sociedad. Subrayáis el aumento de los fenómenos de pobreza, que están relacionados con la coyuntura económica y el incremento del desempleo, y que producen un aumento de la delincuencia en todas sus formas y llevan a perder la esperanza en el futuro. Constatáis también la erosión de los valores morales en los que se fundan la vida personal recta y las relaciones entre vuestros compatriotas, la necesaria solidaridad en el seno de la comunidad nacional y la gestión de la res publica. La Iglesia debe prestar atención a todos los hombres, especialmente a los marginados. Por tanto, exhorto a los cristianos a ponerse cada vez más al servicio de sus hermanos y a estar atentos a la necesidad de una justa asistencia a cada persona, mediante un compromiso en todos los ámbitos de la vida social, con un mayor sentido de honradez, que deben tener todos los llamados a participar en la gestión del bien común. Este tipo de conducta contribuirá a reforzar la confianza de vuestros compatriotas en las instituciones nacionales.

La Iglesia también debe recordar incansablemente que hay que proteger a todas las personas, y especialmente a los niños que, por ser débiles e indefensos, a menudo son víctimas de adultos perversos que hieren gravemente y durante mucho tiempo a los jóvenes, para dar rienda suelta a sus pasiones. En este momento pienso, en particular, en las familias que se han visto afectadas recientemente por comportamientos criminales, cuyas víctimas han sido sus hijos. Aseguradles que el Papa está cerca de ellas con la oración, y que aprecia el gran valor que han mostrado en el dolor, invitando a sus compatriotas a un profundo impulso moral y al perdón.

8. El futuro de la sociedad plantea a todos nuestros contemporáneos un gran desafío ético; por eso, es oportuno realizar una reflexión moral renovada, que proporcione a todas las personas elementos para discernir, para juzgar la bondad moral de un acto y para adoptar actitudes correctas. En este sentido, aprecio las declaraciones fuertes y valerosas de los obispos, que han llamado la atención de los fieles y de todo el pueblo belga sobre la necesidad de respetar la dignidad intrínseca de todo ser humano, desde su concepción hasta su muerte natural. En cada país, la Iglesia tiene el deber de hacer oír la voz de los más débiles y enseñar en todo momento, a tiempo y a destiempo, los valores morales que ninguna ley puede ignorar impunemente. Además, aunque la Iglesia no se confunde de ningún modo con la comunidad política, a la que respeta, debe recordar a cuantos prestan un servicio legítimo al pueblo y a todos nuestros contemporáneos lo que fundamenta el obrar personal y comunitario, y lo que, por el contrario, hiere gravemente al hombre y a la humanidad. En efecto, «el ejercicio de la autoridad ha de manifestar una justa jerarquía de valores con el fin de facilitar el ejercicio de la libertad y de la responsabilidad de todos » (Catecismo de la Iglesia católica, n. 2236).

9. Al término de nuestro encuentro, queridos hermanos en el episcopado, os pido que transmitáis mi saludo afectuoso a los sacerdotes, a los diáconos, a los religiosos, a las religiosas y a los laicos de vuestras comunidades. Aseguradles mi oración para que, en medio de las dificultades presentes, no pierdan la esperanza, y para que en todos el Espíritu inspire gestos intrépidos y proféticos, que sean para sus hermanos un signo evidente de la salvación que nos trajo Cristo y de la conversión que él realiza en los corazones. Encomendándoos a la intercesión de los santos de vuestra tierra, os imparto de corazón mi bendición apostólica a vosotros y a los miembros del pueblo de Dios confiado a vuestra solicitud pastoral.



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