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DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II
A LOS FIELES QUE PARTICIPARON EN LA CEREMONIA
DE BEATIFICACIÓN


Lunes 10 de noviembre de 1997

 

Venerados hermanos en el episcopado y el sacerdocio;
amadísimos hermanos y hermanas en el Señor:

1. El himno de alegría y acción de gracias a Dios por la solemne liturgia de beatificación de ayer se renueva en este encuentro, en el que queremos detenernos, una vez más, a meditar en los ejemplos y las enseñanzas de los tres nuevos beatos. Os saludo con afecto a todos vosotros que, con vuestra presencia, les rendís homenaje. Extiendo mi saludo a vuestras familias, a vuestras comunidades y a las naciones de las que procedéis. Os llegue a todos mi cordial saludo. Estos nuevos beatos son para nosotros faros luminosos de esperanza que, en la comunión de los santos, iluminan nuestro camino diario en la tierra.

2. «La cruz fortalece al débil y hace humilde al fuerte». El lema elegido por el obispo y mártir húngaro Vilmos Apor constituye una síntesis admirable de su itinerario espiritual y de su ministerio pastoral. Fortalecido con la verdad del Evangelio y del amor a Cristo, alzó con valentía su voz para defender siempre a los más débiles de la violencia y los abusos.

Durante los años difíciles de la segunda guerra mundial se prodigó incansablemente en aliviar la pobreza y los sufrimientos de su gente. El amor concreto por la grey que se le había confiado lo llevó a poner también el palacio episcopal a disposición de los evacuados a causa de la guerra, defendiendo a los más expuestos a los peligros, incluso con riesgo de su propia vida. Su martirio, que ocurrió el Viernes santo de 1945, fue el digno coronamiento de una existencia caracterizada totalmente por su íntima participación en la cruz de Cristo. Que su testimonio evangélico sea para vosotros, amadísimos hermanos y hermanas de Hungría, un estímulo constante a una entrega cada vez mayor al servicio de Cristo y de vuestros hermanos.

3. El beato Juan Bautista Scalabrini resplandece hoy como ejemplo de pastor de corazón sensible y abierto. A través de su admirable obra en favor del pueblo de Dios, monseñor Scalabrini se propuso aliviar las heridas materiales y espirituales de sus numerosos hermanos obligados a vivir lejos de su patria. Los sostuvo en la defensa de los derechos fundamentales de la persona humana y quiso ayudarles a vivir los compromisos de su fe cristiana. Como auténtico «padre de los emigrantes», trabajó para sensibilizar a las comunidades con vistas a una acogida respetuosa, abierta y solidaria. En efecto, estaba convencido de que, con su presencia, los emigrantes son un signo visible de la catolicidad de la familia de Dios y pueden contribuir a crear las premisas indispensables para el auténtico encuentro entre los pueblos, que es fruto del Espíritu de Pentecostés.

Deseo de corazón que su ejemplo sirva de constante aliento para todos vosotros, queridos peregrinos, que habéis venido a fin de rendirle homenaje. Os saludo con gran cordialidad. Os saludo en particular a vosotros, peregrinos de la diócesis de Piacenza-Bobbio, presentes con vuestro pastor, mons. Luciano Monari, y con los se ores cardenales Ersilio Tonini y Luigi Poggi, originarios de vuestra tierra. El servicio apostólico que durante largos a os prestó el nuevo beato en vuestra diócesis siga inspirando vuestro actual empeño de vida cristiana, para que el Evangelio ilumine siempre los pasos de todos los creyentes.

Un recuerdo especial para los Misioneros y las Misioneras de San Carlos, religiosos y laicos pertenecientes a la familia espiritual fundada por el nuevo beato. Ellos, con su presencia en la Iglesia y su apostolado entre los emigrantes, prosiguen la obra de su padre y maestro para el bien de sus numerosos hermanos emigrantes y refugiados en las diversas partes del mundo.

4. Saludo ahora cordialmente al numeroso grupo de fieles procedentes de la diócesis de Como, quienes junto con su obispo, monseñor Alessandro Maggiolini, se alegran hoy por la beatificación de su paisano, monseñor Scalabrini. Amadísimos hermanos, vuestra presencia me renueva el recuerdo de la visita pastoral que tuve la alegría de realizar a vuestra comunidad diocesana el a o pasado. Durante los días transcurridos en tierra comasca pude constatar que en la ciudad de Como, en la zona del lago y en la Valtelina, existe aún una sólida tradición de valores religiosos y de santidad. Pienso, en particular, en los primeros mártires Carpóforo y compañeros, en los primeros obispos Félix y Abundio, en el Papa Inocencio XI, en el beato cardenal Andrea Carlo Ferrari, en el beato Luigi Guanella, en la beata Chiara Bosatta, sin olvidar por último al venerable Nicol Rusca. A este ejército de testigos generosos de Cristo se une hoy este nuevo beato, que fue rector del seminario comasco de San Abundio y prior de la parroquia de San Bartolomé.

Que vuestra rica tradición cristiana prosiga enriqueciéndose cada vez más con nuevos fieles servidores de Cristo. Para ello, dejaos formar por el Espíritu Santo, al que la Iglesia le dedica especial atención durante 1998, segundo a o de preparación inmediata al gran jubileo del a o 2000. Vuestras comunidades parroquiales y de zona podrán actuar así, con coherente fervor apostólico, el compromiso de la evangelización. Que os sostengan los santos patrones de vuestra diócesis y, en especial, la Virgen, a quien veneráis particularmente en la catedral y en los santuarios del Soccorso, Gallivaggio y Tirano.

5. Con gusto acojo hoy a los peregrinos mexicanos que, acompañados por sus obispos, han venido hasta Roma desde Guadalajara, cuna de la obra de la nueva beata María Vicenta de Santa Dorotea Chávez Orozco, y desde otras diócesis de ese querido país para compartir juntos el rico patrimonio espiritual de esta intrépida mujer, nacida en tierras mexicanas y llamada a dar gloria a la Iglesia universal.

«Caritas Christi urget nos» (2 Co 5, 14). La caridad de Cristo nos urge. Este fue siempre el lema y el distintivo de la madre Vicentita. Su gran amor a Cristo crucificado la impulsó a dar lo mejor de sí a los que sufren, viviendo una auténtica opción preferencial por los enfermos, los ancianos y los pobres. Exigente consigo misma y extremadamente dulce con los demás, supo encarnar el rostro materno y evangelizador de la Iglesia entre las camas de los hospitales, enseñando a los enfermos que en el sufrimiento se esconde una fuerza especial que acerca interiormente el hombre a Cristo y que se convierte en fuente de paz y de alegría espiritual (cf. Salvifici doloris, 26).

Queridos hermanos y hermanas, el testimonio extraordinario de esta alma consagrada por completo a Dios uno y trino es una invitación a todos, y de modo especial a las Siervas de la Santísima Trinidad y de los Pobres, a vivir con abnegación y sencillez la propia vocación cristiana, haciendo presente en el mundo el espíritu de las bienaventuranzas.

¡Que la nueva beata interceda por los trabajos de la próxima Asamblea para América del Sínodo de los obispos! ¡Y que su ejemplo santo anime el gran reto de la nueva evangelización a la que está convocada toda la Iglesia ante el tercer milenio cristiano!

6. Amadísimos hermanos y hermanas, al volver a vuestras comunidades de procedencia, llevad el recuerdo de estas singulares jornadas pasadas en Roma. Siguiendo las huellas de los nuevos beatos, esté vivo en cada uno de vosotros el deseo de responder cada vez más generosamente a la gracia del Señor y a la vocación universal a la santidad. Invoco para ello la protección celestial de la Virgen y de los beatos Vilmos Apor, Juan Bautista Scalabrini y María Vicenta de Santa Dorotea Chávez Orozco, y os imparto de corazón a vosotros, a vuestras familias, a vuestras comunidades y a vuestros seres queridos, una especial bendición apostólica.



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