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MENSAJE DEL PAPA JUAN PABLO II
CON MOTIVO DE LA RECONSAGRACIÓN
DE LA CATEDRAL DE MINSK (BIELORRUSIA)

 

Al venerado hermano
señor cardenal KAZIMIERZ ŚWIĄTEK
Arzobispo de Minsk-Mohilev

Me alegra poder participar, mediante el señor cardenal Edmund C. Szoka, en la ceremonia de reconsagración de la catedral de Minsk y compartir así la alegría de los fieles de Bielorrusia. Ese templo, dedicado a Jesús, a María y a Santa Bárbara, cuya construcción comenzó en 1700 por obra de los padres jesuitas, se convirtió tras la disolución de la Compañía de Jesús en iglesia parroquial y, en 1798, al ser erigida la diócesis de Minsk, fue elegida como catedral de la nueva circunscripción, cuyo primer obispo fue mons. Jakub Daderka.

En 1951, el régimen comunista la cerró, la confiscó y la transformó, entre otras cosas, en un gimnasio. Como muchos otros templos de esa amada nación, sufrió un período de profanación, durante el cual, de acuerdo con los misteriosos planes de la Providencia, no cesó de ser un símbolo para el pueblo de Dios en sus largos años de persecución.

Finalmente, en 1994 la antigua catedral fue devuelta a la comunidad católica y usted, señor cardenal, inició inmediatamente los trabajos de reforma. Ha sido necesario realizar muchas y costosas obras para que recuperara, en la medida de lo posible, su primitivo esplendor. El gran interés que usted le ha dedicado, con la ayuda de los fieles y de los bienhechores, ha hecho que se lograra el objetivo. Al recordar esas circunstancias, no podemos menos de pensar en las pruebas de nuestros padres de la antigua alianza: desterrados de Sión, privados del culto del templo, pero llenos de alegría al volver a la ciudad santa y reconstruir el santuario. Para los miembros de esa comunidad, han resonado con mayor actualidad que nunca las palabras del profeta: «¡Ánimo, pueblo todo de la tierra!, dice el Señor. ¡A la obra, que estoy yo con vosotros! (...) Grande será la gloria de esta casa; la de la segunda, mayor que la de la primera (...), y en este lugar daré yo paz» (Ag 2, 4.9).

La gloria de la Iglesia, venerado hermano, es Cristo nuestro Señor: Sacerdote, sacrificio y templo de la nueva alianza. Ojalá que este acontecimiento constituya para los fieles de ese amado país, en el umbral del tercer milenio cristiano, una ocasión providencial para renovar su compromiso de ser «piedras vivas para la construcción de un edificio espiritual, para un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales, aceptos a Dios por mediación de Jesucristo» (1 P 2, 5).

La nueva dedicación de la catedral de Santa María en Minsk debe recordar a todos esta vocación y misión. Que la Virgen Madre de Dios, imagen y modelo de la Iglesia, estrella de la evangelización, sea la guía del pueblo fiel, para que corresponda a los planes divinos con el fervor de su fe, esperanza y caridad, para edificación y consuelo de toda persona de buena voluntad.

A usted, venerado hermano, que en esa solemne circunstancia celebrará también su 83 cumpleaños, le expreso mi más sincera felicitación y mis mejores deseos. Los acompaño de corazón con una especial bendición apostólica, que extiendo a los sacerdotes, a los religiosos y a los fieles de toda la archidiócesis.

Vaticano, 15 de octubre de 1997

JUAN PABLO II



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