Index   Back Top Print

[ ES  - IT  - PT ]

MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL PRIOR GENERAL DE LA ORDEN DE SAN JUAN DE DIOS
EN EL CENTENARIO DEL NACIMIENTO DE SAN RICARDO PAMPURI

 

Al reverendísimo
fray PASCUAL PILES FERRANDO
Prior general de la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios

1. En el centenario del nacimiento de san Ricardo Pampuri, deseo dar gracias al Señor por este santo que honra a esta familia religiosa. La presencia de sus reliquias en el hospital de los Hermanos de San Juan de Dios en la isla tiberina, constituye la ocasión oportuna para proponer nuevamente, a quienes trabajan en el ámbito de dicha estructura hospitalaria, el testimonio elocuente de su vida, impregnada completamente del programa ascético de «ama nesciri et pro nihilo reputari». Tuve la alegría de proclamar beato en 1981 y santo en 1989 a esta límpida figura de hombre de nuestro tiempo. En él resplandecen los rasgos de la espiritualidad laical delineada por el concilio ecuménico Vaticano II.

Su existencia terrena, vivida en el arco de apenas 33 años, muestra cómo en poco tiempo este joven religioso supo alcanzar la cumbre de la santidad. En sus primeros años de vida en Trivolzio y Torrino, durante sus estudios secundarios y universitarios en Milán y Pavía, en el frente ítalo-austriaco en el curso de la primera guerra mundial, y después en Morimondo, como médico del pueblo, dejó por doquier huellas de piedad y amor a los pobres. Sostenido por el ejemplo de sus seres queridos y por el trato frecuente con sacerdotes piadosos y celosos, se comprometió en múltiples campos de apostolado: fue socio asiduo y generoso del Círculo universitario y de las Conferencias de San Vicente de Paúl, presidente de la Asociación juvenil de Acción católica, terciario franciscano y animador incansable de iniciativas de formación espiritual y de caridad. A la edad de 30 años ingresó en la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios, de cuyo carisma llegó a ser uno de los intérpretes más significativos.

2. «Maestro bueno, ¿qué he de hacer para tener en herencia vida eterna?» (Mc 10, 17). Esta es la pregunta que parece recorrer los pensamientos de este joven, siempre en busca de la perfección cristiana. «Una cosa te falta: anda, cuanto tienes véndelo y dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; luego, ven y sígueme» (Mc 10, 21). A la invitación del Señor, él, dotado de fe y caridad profunda, respondió con alegría, entregándose completamente a Cristo pobre, humilde y casto, y entrando en la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios. Él mismo, que sufría una enfermedad contraída en zona de guerra, al abrazar el carisma de san Juan de Dios logró vivir plenamente su deseo de anunciar y testimoniar a los enfermos el evangelio de Cristo crucificado y resucitado.

Como el Maestro divino, sintió la urgencia del «desierto» y de la oración (cf. Mc 1, 35), para poder servir después a sus hermanos, especialmente a los enfermos y a los que sufrían. «Tengo necesidad de recogerme un poco dentro de mí en la presencia del Señor, para que mi alma no se vuelva árida y se pierda en estériles y dañosas preocupaciones externas», escribía en una de sus cartas. Esta necesidad lo llevaba a vivir constantemente unido al Señor, a permanecer durante mucho tiempo ante el Sagrario y a cultivar una tierna devoción a la Virgen. En la escuela del Evangelio, se convirtió en signo vivo de la misericordia de Dios para cuantos lo conocieron y, sobre todo, para las personas a las que asistía, siempre dispuesto a ver en los enfermos a Cristo sufriente, a arrodillarse en el umbral de las casas en las que reinaba el dolor y a irse rápidamente, sin esperar ninguna recompensa.

Habiendo elegido cumplir hasta el fondo la voluntad del Padre, a imitación de su Señor, vivió también la enfermedad y la muerte como acto supremo de obediencia y amor.

3. ¿Cómo no acoger el mensaje contenido en el maravilloso camino de santidad de Ricardo Pampuri, que las celebraciones del centenario de su nacimiento vuelven a proponer de modo elocuente?

A los hermanos de la orden a la que perteneció, llamados a servir a Cristo en los enfermos, el testimonio de este joven médico cirujano les indica que la unión con Dios debe alimentar constantemente la vida religiosa y la actividad apostólica.

A los laicos que trabajan en las estructuras hospitalarias, san Ricardo Pampuri, médico enamorado de su misión entre los enfermos, les propone amar la propia profesión y vivirla como vocación. Él, que en el cuidado de quienes sufren no separó jamás ciencia y fe, compromiso civil y espíritu apostólico, invita a todo agente sanitario a tener en cuenta siempre la dignidad de la persona humana, para ejercer el «deber diario » con el espíritu del buen samaritano.

El testimonio que dio en la enfermedad que lo llevó a la muerte, alienta a cuantos sufren a no perder la confianza en Dios; por el contrario, los exhorta a acoger también en la prueba el proyecto de amor del Señor.

Mientras invoco la protección especial de san Ricardo Pampuri, oro a fin de que las celebraciones jubilares de su nacimiento y todo el programa espiritual y cultural preparado para dicha fiesta constituyan para todos una ocasión de renovado compromiso en la vida cristiana, en las relaciones interpersonales y en el servicio a los enfermos.

Ojalá que quienes visiten las reliquias de san Ricardo Pampuri sigan el ejemplo de san Juan de Dios, fundador de esta orden hospitalaria, con el radicalismo y la generosidad que aquel testimonió hasta su muerte.

Con estos deseos, le imparto una especial bendición apostólica a usted, a sus hermanos, a las religiosas colaboradoras, a los agentes sanitarios y a los enfermos.

Vaticano, 22 de octubre de 1997

JUAN PABLO II



Copyright © Dicastero per la Comunicazione - Libreria Editrice Vaticana