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DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II
A UN GRUPO DE OBISPOS DE LENGUA FRANCESA


Viernes 19 de septiembre de 1997

 

Señor cardenal;
queridos hermanos en el episcopado:

1. Me alegra acogeros al término de una sesión intensa, destinada a la información y a la reflexión sobre los múltiples aspectos de vuestra misión episcopal. Doy las gracias al señor cardenal Jozef Tomko y a sus colaboradores de la Congregación para la evangelización de los pueblos, que han organizado estas semanas de reflexión. Os saludo a todos cordialmente, a los obispos de África, los más numerosos, pero igualmente a los de América Latina y a los de Oceanía. Mi pensamiento se dirige también a vuestros hermanos de Vietnam, a quienes esperábamos, pero que, lo lamento, no han podido unirse a vosotros.

2. Me alegra este encuentro, puesto que manifiesta el affectus collegialis que une a los pastores de la Iglesia universal en torno al Obispo de Roma. Durante estas jornadas de estudio, habéis podido reflexionar sobre los diferentes aspectos de vuestro ministerio. Es verdad que, a veces, puede pareceros pesado de llevar en su complejidad. Quisiera alentaros a afrontarlo, en nombre mismo del Espíritu Santo, que habéis recibido en el momento de vuestra ordenación episcopal. El obispo que os confirió la plenitud del sacramento del orden imploró al Señor así: «Infunde ahora sobre este siervo tuyo que has elegido la fuerza que de ti procede: el Espíritu de sabiduría que diste a tu amado Hijo Jesucristo» (Ritual de las ordenaciones, 26).

La misión episcopal tiene una gran amplitud; desde el punto de vista humano, es casi imposible. Pero, aunque requiere una entrega total de vuestra persona, no se os deja sin apoyo. En el Espíritu de Cristo se os hace servidores de su Cuerpo, que es la Iglesia, la Iglesia particular encomendada a cada uno, y la Iglesia universal, con el Sucesor de Pedro, «fundamento, perpetuo y visible, de la unidad de la fe y de la comunión» (Lumen gentium, 18).

3. Os invito a meditar frecuentemente el mensaje del Nuevo Testamento sobre el Espíritu Santo, particularmente lo que dicen de él los apóstoles Juan y Pablo. Os servirá siempre de gran consuelo redescubrir la riqueza de los dones del Espíritu. Os dirijo gustoso las palabras de san Pablo: «Poniendo empeño en conservar la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz. Un solo Cuerpo y un solo Espíritu» (Ef 4, 3-5). En efecto, gracias al Espíritu sois el fundamento de la unidad en la comunidad diocesana, de la unidad del presbiterio y de la unidad de todos los bautizados: «Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo» (Ef 4, 5). Discerniendo la presencia del Espíritu en la diversidad de las personas y de las situaciones, tratad siempre de afirmar la unidad de la diócesis, empezando por mostrar una constante solicitud para con los sacerdotes, vuestros colaboradores inmediatos. Que todos, disponibles a la acción de Dios en ellos (cf. Flp 2, 13), se entreguen totalmente a la misión común, cada uno en su papel de ministro, de persona consagrada o de fiel laico.

4. En la conversación de Jesús con los Apóstoles después de la cena, es grande la insistencia en la promesa del Espíritu, «el Espíritu de la verdad, [que] os guiará hasta la verdad completa » (Jn 16, 13). En él se funda su ministerio de anuncio de la buena nueva y de enseñanza de la doctrina de la salvación. Como sucesores de los Apóstoles, tenéis que promover, y a veces defender, la autenticidad del mensaje cristiano. La verdadera referencia, a través de toda la tradición de la Iglesia y de su magisterio, es en realidad el Espíritu, que nos abre a la comprensión de la verdad revelada integralmente en el Hijo encarnado. Poniéndoos personalmente a su escucha, mediante la oración y el estudio, os sentiréis más seguros y convencidos, en la medida en que vosotros mismos seáis más dóciles al Espíritu.

5. «El amor de Dios —nos dice san Pablo— ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado» (Rm 5, 5). Habitados por el Espíritu, consagrad todo vuestro ministerio a poner en práctica el mandamiento nuevo que corona la enseñanza del Señor (cf. Jn 13, 34). Conquistados por el amor inseparable a Dios y a los hombres, animad incansablemente el servicio de la caridad, la comunión en favor de los más necesitados, la ayuda a los extraviados o a los desesperados, el apoyo a los hogares que deben madurar su amor, reconociendo en él el don de Dios, una pastoral llena de afecto por los jóvenes que hay que educar, las iniciativas de conciliación cuando surgen contrastes, y el diálogo con nuestros hermanos y hermanas de otras tradiciones religiosas. Así, la presencia del Espíritu, fuente de esperanza, se manifestará a través de vuestra acción.

6. Queridos hermanos que vivís los primeros años de vuestro episcopado, con estas reflexiones deseo, ante todo, animaros a servir «con un espíritu nuevo » (Rm 7, 6) al pueblo de Dios, al que está destinada vuestra tarea de guiar y enseñar, y que cuenta con vosotros «como buenos administradores de las diversas gracias de Dios» (1 P 4, 10). Apoyaos incesantemente en el Paráclito, consolador y defensor. Os sostendrá para dar todo su dinamismo a vuestra misión de evangelizadores. En vuestras Iglesias particulares, en el seno de vuestros pueblos, la tarea es inmensa. El Papa confía en vosotros, para que la prosigáis con el vigor del Espíritu de verdad y amor.

Invocando para vosotros y para todos los fieles de vuestras diócesis la intercesión de la Virgen María y de los santos Apóstoles, os imparto de todo corazón la bendición apostólica.



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