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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LA ESCUELA FRANCESA DE ROMA


Lunes 9 de noviembre de 1998

 

Señor cardenal;
queridos amigos de la Escuela francesa:

Ya es tradición que, de manera regular, vengáis a encontraros con el Sucesor de Pedro, manifestando así los vínculos que vuestra institución, más que centenaria, mantiene con la Santa Sede. Me alegra recibiros, y agradezco al señor André Vauchez, director de la Escuela francesa, las cordiales palabras que me ha dirigido en vuestro nombre.

Vuestra visita es particularmente importante en estos días en que estáis organizando un congreso sobre el final de la Edad Media titulado: Súplicas y peticiones. El gobierno por la gracia en Occidente. Del mismo modo, acabáis de publicar los tres nuevos volúmenes del señor Charles Pietri, Christiana Respublica. También yo aprovecho ahora la ocasión para rendir homenaje a ese autor, cuyos célebres trabajos sobre la Roma cristiana merecen destacarse; como nos acaban de recordar, fue director de la Escuela francesa y, al mismo tiempo, miembro del Consejo pontificio para la cultura. En sus investigaciones conjugaba la acción cultural en la sociedad civil y el servicio a la Iglesia. Entre los miembros eminentes que han trabajado en la Escuela francesa, no puedo olvidar a monseñor Louis Duchesne, que renovó profundamente los estudios sobre el cristianismo de los primeros siglos.

La Escuela francesa forma parte del panorama cultural romano, y sus publicaciones son sus principales embajadores entre los investigadores y el gran público, con el deseo de difundir la cultura francesa, según el propósito que inspiró su creación y que sigue guiando sus actividades. Me alegro de las relaciones fecundas que vuestra institución mantiene con el Consejo pontificio para la cultura, con el Archivo vaticano, con la Biblioteca vaticana y con otros organismos antes citados por el señor Vauchez. La organización conjunta de congresos es un signo evidente de colaboración fructífera entre la Santa Sede y un centro de estudios tan importante de la República francesa. «El proceso de encuentro y confrontación con las culturas es una experiencia que la Iglesia ha vivido desde los comienzos de la predicación del Evangelio» (Fides et ratio, 70). Las diferentes manifestaciones de una cultura son expresiones esenciales de la humanidad del hombre y de su búsqueda del sentido de la vida. Muestran la dimensión espiritual del hombre y de su existencia, así como su deseo de entrar en relación con Dios. Al releer la historia, descubrimos continuamente hasta qué punto la fe cristiana ha inspirado la producción cultural durante los dos milenios pasados, signo de que anima desde dentro el camino de las personas y de los pueblos. A su vez, las realizaciones humanas participan en la evangelización, expresando de forma simbólica el misterio cristiano; así, todos pueden captar y comprender algunos de sus aspectos, para suscitar su adhesión a la persona del Salvador y aumentar su fe. A su modo, todas las formas cultura les que se inspiran en el cristianismo contribuyen a colmar la brecha que separa el Evangelio y las culturas, la cual, como señalaba Pablo VI, constituye uno de los mayores dramas de nuestro tiempo (cf. Evangelii nuntiandi, 20).

Conservar la memoria de nuestro rico patrimonio tal como está inscrito en los numerosos vestigios que poseemos, en particular en Roma, es un servicio a la humanidad y una de las tareas actuales, para que se establezcan nuevos vínculos entre la fe y las culturas; así, al reencontrar en nuestra historia los valores vividos por las generaciones pasadas, podremos vivirlos también nosotros y salir al encuentro del Señor.

Deseándoos que prosigáis vuestras útiles investigaciones, os encomiendo a la intercesión de Nuestra Señora, y os imparto a todos la bendición apostólica.

 



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