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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS PROFESORES Y ALUMNOS
DE LA UNIVERSIDAD LUISS DE ROMA

Martes 17 de noviembre de 1998

 

Señor presidente;
rector magnífico;
ilustres huéspedes y profesores;
gentil personal técnico-administrativo;
amadísimos estudiantes:

1. Es para mí motivo de gran alegría encontrarme hoy con la comunidad universitaria de la Universidad libre internacional de estudios sociales Guido Carli, con los miembros del Senado académico y del consejo de administración. Gracias por vuestra invitación.

Agradezco al presidente, al rector magnífico y al joven alumno las palabras de saludo que me han dirigido en nombre de toda la universidad. Saludo al cardenal vicario, al ministro de Universidades e investigación científica, y a los rectores de las universidades romanas, que con su presencia honran nuestro encuentro.

Esta visita adquiere un significado particular, puesto que precede inmediatamente a la apertura del año misionero, que la Iglesia de Roma dedica al anuncio del Evangelio en los ambientes de vida y de trabajo de la ciudad.

Las palabras del apóstol san Pablo que acabamos de proclamar nos han sugerido el auténtico significado de la misión ciudadana. Es un gesto de amor de la comunidad cristiana de Roma hacia los hombres y mujeres que viven en la ciudad, y una invitación a dejarse guiar por el Evangelio para promover por doquier los grandes valores humanos y civiles.

2. La enseñanza de san Pablo ilumina también la vida de la universidad, ya que exhorta a buscar en la caridad las razones últimas de su ser y de su obrar.

En efecto, la institución universitaria, que nació del corazón de la Iglesia, se ha caracterizado a lo largo de los siglos por el cultivo del saber y la búsqueda asidua de la verdad al servicio del bien del hombre.

La investigación científica, que se realiza con ardua y constante dedicación, con entusiasmo y osadía intelectual, afecta tanto a los ámbitos de antigua tradición científica como a los más recientes, entre los que destacan las disciplinas económicas y sociales, muy estrechamente relacionadas con la vida diaria y las estructuras de la sociedad global.

Jamás puede ignorar la dimensión humanística, que corresponde a la universidad en el ámbito de la profundización del saber, de su adecuada transmisión y de su insustituible misión educativa.

En efecto, la universidad se sitúa en la tradición de la caritas intellectualis, en la que el saber y la experiencia del descubrimiento científico, al igual que la de la inspiración artística, se transforman en dones que se comunican como una gran energía. La fe cristiana reconoce en ello la verdadera sabiduría, don del Espíritu Santo (cf. santo Tomás de Aquino, Summa Theologiae, II-II, q.45, a.3).

Asimismo, en la formación universitaria, la caritas intellectualis es fuente de relaciones interpersonales significativas, que ofrecen a cada uno la posibilidad de expresar plenamente su identidad irrepetible y de poner al servicio de ese objetivo los instrumentos para desempeñar su profesión.

3. El perfil académico de la actividad universitaria exige prestar atención a la vida de la ciudad, para que la profesionalidad científica se convierta en auténtica misión y en servicio al progreso de todo el hombre y de todos los hombres. Es preciso que esa atención se complemente con formas significativas de la comunión intelectual y espiritual entre discípulos y maestros, que era el aspecto característico de la universidad medieval.

Las exigencias de una especialización cada vez más articulada y la dispersión de las diversas instituciones universitarias en el entramado de la ciudad no siempre favorecen esa comunión intelectual y vital que, no obstante, puede encontrar un instrumento interesante en las modernas y renovadas tecnologías, que abren caminos de interconexión y comunicación hasta hace poco inimaginables.

Además, la necesaria relación entre exigencias económicas y profesionales jamás debe hacer perder de vista el objetivo principal de la enseñanza, que tiende a formar sobre todo maestros de vida. De igual modo, la correlación entre la realidad universitaria y el mundo de la economía y de la empresa, en sí misma legítima y a menudo fecunda, no puede ser condicionada por una visión simplemente pragmática que, en definitiva, resultaría reductiva y estéril. Más bien, debe dejarse guiar por criterios basados en la concepción cristiana de la persona y de la comunidad, que refuercen y exalten también en nuestro tiempo la dimensión cultural y social de la universidad.

4. Hay otro aspecto importante que deseo proponer. En la encíclica Fides et ratio subrayé «el vínculo tan profundo que hay entre el conocimiento de fe y el de la razón» (n. 16): en virtud de este vínculo, la palabra de la fe, al iluminar y orientar el camino de la razón, no permite que el don de la inteligencia se encierre, incierto y derrotado, dentro de un horizonte en el que todo se reduce a opinión (cf. ib., 5). Por el contrario, lo sostiene y lo estimula continuamente a elevar la mirada, hasta llegar a los confines mismos del misterio, núcleo generador y energía que impulsa a toda cultura auténtica, en la que el fragmento revela un Todo que lo trasciende. En efecto, «toda verdad alcanzada es sólo una etapa hacia aquella verdad total que se manifestará en la revelación última de Dios» (ib., 2).

La Iglesia en Italia, consciente de ello, está elaborando desde hace algunos años un proyecto cultural que, sobre la base de los valores cristianos, pretende dar una ulterior contribución a la renovación del entramado social y cultural de la nación. De este modo, la fe cristiana quiere responder a los interrogantes que agitan el corazón del hombre y guiar sus pasos para que, mientras nos preparamos a cruzar el umbral del tercer milenio, se reavive la esperanza y se refuerce la solidaridad entre los hombres.

5. Encomiendo estas reflexiones de modo particular a vosotros, que actuáis en esta universidad, para que podáis contribuir a su crecimiento espiritual y cultural. Además, deseo agradeceros vuestra colaboración en la preparación del jubileo de los profesores universitarios, que se celebrará en septiembre del año 2000, y vuestra generosa disponibilidad a acoger uno de los congresos previstos con esa ocasión.

Mi pensamiento va, de modo especial, a vosotros, queridos alumnos. Avanzad con generosidad por el camino de la caridad intelectual, para ser promotores de una auténtica renovación social, que contrarreste las graves formas de injusticia que amenazan la vida de los hombres. Amad vuestro estudio, sed humildes al aprender, y estad dispuestos a poner al servicio de todos los conocimientos adquiridos durante los valiosos años de vuestro itinerario universitario.

Que os acompañe a todos la bendición de Dios, que invoco en abundancia sobre cada uno de vosotros.

 



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