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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LAS OBRAS MISIONALES PONTIFICIAS


Viernes 14 de mayo de 1999

 

Señor cardenal;
venerados hermanos en el episcopado;
amadísimos directores nacionales;
colaboradores y colaboradoras de las Obras misionales pontificias:

1. Con alegría os dirijo a cada uno mi cordial saludo, comenzando por el señor cardenal Jozef Tomko, prefecto de la Congregación para la evangelización de los pueblos, a quien agradezco las palabras con que se ha hecho intérprete de vuestros sentimientos. Saludo al arzobispo Charles A. Schleck, secretario adjunto de la Congregación y presidente de las Obras misionales pontificias; a los secretarios generales de las Obras y, de modo especial, a vosotros, queridos directores nacionales, que dirigís la animación y la cooperación misionera en vuestros países. Mi afectuoso saludo se extiende a todos vuestros colaboradores y colaboradoras que, impulsados por el celo evangélico, se dedican a proclamar el amor del Padre celestial a todos los hombres y en todas las situaciones de la vida.

2. Al acogeros a vosotros, deseo abrazar a todos los que trabajan, oran y sufren por la misión evangelizadora de la Iglesia. Son muchos: desde el personal apostólico que, ad vitam, ha hecho de esta misión la razón de su existencia, y que sigue siendo el mayor ejemplo de entrega a la causa del Evangelio, hasta las personas que en las diversas condiciones de vida, quizá en el silencio y en el anonimato, realizan la animación y la cooperación misionera.

Transmitidles mi saludo, mi gratitud y mi aliento para que sostengan siempre la misión ad gentes, necesaria para anunciar el Evangelio a cuantos aún no conocen a Cristo, único Salvador del género humano. Pienso especialmente en quienes, en medio de todo tipo de dificultades, perseveran fielmente en el lugar a donde el Espíritu los ha llevado, a veces incluso hasta el sacrificio de su vida. Demos gracias a Dios por ese generoso testimonio, conscientes de que «la sangre de los mártires es semilla de cristianos». Con su vida entregada sin reservas, estos hermanos y hermanas manifiestan al mundo, a menudo escéptico ante los valores auténticos, el amor ilimitado y eterno de Dios Padre.

3. Nuestro encuentro tiene lugar en vísperas del gran jubileo del año 2000, celebración de la salvación que el Padre ha ofrecido a todos los hombres. Esto nos lleva a recordar de modo espontáneo, una vez más, que «la misión de Cristo Redentor, confiada a la Iglesia, está aún lejos de cumplirse. A finales del segundo milenio después de su venida, una mirada global a la humanidad demuestra que esta misión se halla todavía en los comienzos y que debemos comprometernos con todas nuestras energías en su servicio» (Redemptoris missio, 1), en conformidad con la voluntad del Padre, «que quiere que todos los hombres se salven» (1 Tm 2, 2).

Vuestra asamblea, que este año tiene como tema: «La cooperación misionera en el año 2000: animación, vocaciones, personal, ayuda espiritual y material», ha sido preparada con la celebración de oportunas Jornadas de pastoral. En ellas habéis estudiado la instrucción Cooperatio missionalis sobre la cooperación misionera, publicada el 1 de octubre del año pasado. Este documento, al reafirmar la validez permanente de la misión ad gentes, da algunas normas prácticas que permiten orientar del mejor modo posible las iniciativas de las Obras misionales pontificias y de otras instituciones, coordinadas por la Congregación para la evangelización de los pueblos.

4. Toda la Iglesia «ha recibido el mandato de realizar el plan de salvación universal, que nace, desde la eternidad, de la "fuente del amor", es decir, de la caridad de Dios Padre» (Cooperatio missionalis, 1). El apóstol san Pablo afirma que da gloria a Dios en su espíritu «predicando el Evangelio de su Hijo» (Rm 1, 9). En efecto, la proclamación del amor incondicional de Dios a todos los hombres es una tarea que nace de la certeza de su absoluto valor salvífico. Sólo reconociendo este amor y confiando en él, el hombre puede vivir según la verdad (cf. Gaudium et spes, 1 y 19). Se comprende entonces por qué «la evangelización misionera (...) constituye el primer servicio que la Iglesia puede prestar a cada hombre y a la humanidad entera» (Redemptoris missio, 2). Este amor del Padre, revelado por el Hijo hecho hombre y en él, impulsa a la Iglesia a la misión: para cooperar con ella, los cristianos reciben el Espíritu Santo, «el protagonista de toda la misión eclesial», cuya «obra resplandece de modo eminente en la misión ad gentes» (ib., 21).

5. Vosotros, miembros del consejo superior de la Obras misionales pontificias, así como vuestros colaboradores, tenéis que desempeñar un papel de gran importancia en la animación y en la formación misionera del pueblo de Dios. Por eso, os exhorto a proseguir con renovado esfuerzo este compromiso, que ya cumplís con gran generosidad. Lo demuestra, entre otras cosas, el aumento continuo de vuestro fondo central de solidaridad, formado principalmente por pequeñas contribuciones de numerosas personas, las «viudas pobres» del Evangelio, que dan de lo necesario. Eso permite la realización de la actividad pastoral de las Iglesias que carecen de medios materiales o de suficiente personal apostólico.

Por tanto, vuestra tarea como directores de las Obras misionales pontificias y vuestra dedicación personal son indispensables. Se os pide «informar y formar al pueblo de Dios para la misión universal de la Iglesia; promover vocaciones ad gentes; suscitar cooperación para la evangelización» (ib., 83), con un espíritu verdaderamente universal, conscientes de que las Obras misionales pontificias tienen como horizonte el mundo entero. La universalidad es la cualidad más importante y característica de las Obras, que comparten así la solicitud del Papa por todas las Iglesias (cf. 2 Co 11, 28).

Os encomiendo a vosotros y vuestro servicio a la solícita asistencia de María, Madre de la Iglesia y Estrella de la evangelización. Os aseguro un constante recuerdo en la oración y os imparto de corazón una especial bendición apostólica a cada uno de vosotros, extendiéndola de buen grado a todos vuestros colaboradores en el trabajo de animación misionera.

 



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